Capítulo 15

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El Bosque de las Notas rodeaba el Reino de la Música, lo atravesaba y se extendía hasta las montañas que separaban los reinos mágicos del este de los del oeste.

Cuando Elsa llevaba ya un par de días caminando por él, se dio cuenta de por qué se llamaba así. El piar de las aves, el rozar de unas ramas con otras y el sonido que emitían algunos insectos se unían para formar una armoniosa melodía. Daban ganas de tumbarse sobre las flores, cerrar los ojos y relajarse.

Era curioso. Ella que siempre había vivido en una ciudad rodeada de lagunas y animales, jamás había escuchado algo tan equilibrado. En su hogar, los sonidos se entremezclaban y solo podían definirse de una forma: ruido.

Revisó su bolsa de provisiones sin dejar de caminar. Le quedaba un pedazo de carne reseca, que le costó morder y aún más tragar. Apenas tenía sabor.

Debía encontrar algún pueblo donde comprar comida o no podría continuar. Sacó el mapa. Había una pequeña equis no muy lejos de donde estaba. No sabía cuánto era en distancia, pero tenía la esperanza de que no fuera mucho.

Dio el último sorbo al agua y se animó a sí misma.

«Puedo hacerlo. Por Kai. Por mis sueños».

Estas palabras le infundieron nuevas fuerzas y continuó con una alegría renovada durante unas horas más hasta que, al atardecer, escuchó una voz.

—¡Garbancito! ¿Me oyes?

Elsa miró en todas direcciones, deteniéndose y aguzando el oído. Los gritos continuaron y siguió su dirección con cautela. No se había encontrado en el bosque ningún animal peligroso, tan solo se había cruzado con un par de familias que viajaban juntas al Reino de las Quimeras y que le habían ofrecido unirse a ellos para que no viajara sola.

Encontró a una chica joven, quizás más que ella, con ambas manos alrededor de la boca, gritando lo mismo una y otra vez. Tenía el pelo negro como la noche y unos ojos grises que en ese momento mostraban preocupación. Llevaba un curioso vestido azul con volantes hasta las rodillas.

—¡Garban...! —se cortó al ver a la recién llegada. Se acercó a ella—. ¡Hola! ¿Has visto a Garbancito?

—¿A quién?

La chica del vestido azul extendió las manos como si conocer a ese tal Garbancito fuera lo más normal del mundo.

—Garbancito. Ya sabes. Mide lo que un grano de arroz.

Elsa arqueó una ceja, incrédula.

—¿Esperas que haya visto a alguien de ese tamaño fácilmente?

La otra muchacha puso los brazos en jarras y levantó la mirada al cielo, resoplando con frustración.

—Tienes razón. Aunque le hubieras visto no podrías saber si es a quien estoy buscando.

Elsa se masajeó el puente de la nariz con dos dedos, incapaz de creer estar teniendo una conversación tan absurda.

—¿Necesitas que te ayude? —se ofreció por mera educación.

—No, da igual. No es la primera vez que me hace esto. Ya volverá. —Dirigió sus ojos grises hacia ella—. ¿Y tú? ¿A quién estás buscando?

—¿Cómo sabes que estoy buscando a alguien? —inquirió con sorpresa, echándose hacia atrás, desconfiada.

—No veo otro motivo por el que podrías estar sola por aquí.

—En realidad busco un pueblo donde abastecerme. ¿Conoces alguno?

La chica del vestido azul dio una palmada.

—¡Pues claro! El pueblo donde vive Garbancito. Te llevaré allí y de paso, le esperaré.

Cogió a Elsa de la mano como si se conocieran de toda la vida y la arrastró consigo, canturreando. De repente, se detuvo y giró la cabeza.

—¿Cómo te llamas?

—Ealasaid.

—Eala... ¿Qué? —Parpadeó varias veces—. Pero ¿qué clase de nombre es ese? Puestos a inventarte uno, podrías...

—Es mi nombre real —repuso con deje ofendido.

—¿En serio? ¡Muy mal! —la regañó, y Elsa volvió a echarse hacia atrás, soltando su mano—. No deberías decir tu verdadero nombre a cualquiera. Los nombres tienen mucho poder... —añadió con tono misterioso—. Pero, ya que has sido sincera conmigo, te diré el mío. Soy Día.

Estiró la mano para estrechársela y Elsa la cogió, cada vez más confusa. Luego retomaron la marcha en silencio con la única compañía de la melodía del Bosque de las Notas. Hasta que Elsa se dio cuenta de que algo no iba bien.

—Estamos caminando en círculos.

—No. ¿Tú crees? —Día giró sobre sí misma y se dio un golpe en la frente—. ¡Pues tienes razón! Lo siento, siempre se me ha dado fatal orientarme cuando voy caminando. Por el aire es todo mucho más fácil.

Antes de que a Elsa le diera tiempo de preguntarle a qué se refería, la chica del vestido azul sacó de la nada un palo blanco brillante, cuyos movimientos soltaban chispas.

La joven rubia se apartó varios pasos.

—¿Qué...?

—¿Esto? —Día agitó el palo con una sonrisa—. ¡Es mi nueva varita mágica! Acabo de ser nombrada hada madrina por la Corte de las Hadas. ¡Después de lustros de intenso estudio, por fin lo he logrado! —Alzó un puño, entusiasmada—. Aunque la primera vez que intento ayudar a alguien, resulta ser diminuto y escurridizo...

Elsa no sabía qué decir. Sabía de la existencia de las hadas por los libros de historia, pero era algo que siempre había sido ajeno al Reino de las Lagunas, que le bastaba su propia magia para abastecerse y comerciar.

—No te preocupes —continuó Día dando unos golpecitos a su varita mágica—. Ella nos ayudará a seguir el camino correcto sin perdernos. Solo tengo que...

Agitó el objeto con energía, cerró los ojos y murmuró unas palabras que Elsa no llegó a escuchar. Lo último que vio fue un rayo de luz dando de lleno en su cuerpo.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora