Capítulo 23

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Durante varios días, Elsa hizo trabajos para Mab. Le había costado convencerla de que podía serle útil, y era normal teniendo en cuenta su poca experiencia en prácticamente nada, y la desconfianza de la morena.

Sin embargo, a veces Mab debía hacer entregas y arreglos. La gente le llevaba objetos diversos (no importaba un reloj, que unos guantes o un trineo). La chica lo arreglaba todo, aunque Elsa no había descubierto cómo. La morena se encerraba en la planta de abajo y no dejaba pasar a la rubia, a la que dejaba en la calle para que se buscara la vida. Aunque, al menos, le daba cobijo por las noches y algo de comer.

Mas Elsa había visto que, por muy rápida que fuera Mab trabajando, el tiempo se le echaba encima, pues debía recorrer la ciudad para devolver los objetos de menos tamaño a sus dueños. Y después de insistir y mostrarle sus dotes en el patinaje, había logrado trabajar para ella.

Antes de conseguirlo, había rondado el Palacio de Hielo, pues no había conseguido que Mab le explicara nada más. Ahora, gracias a la rapidez con la que terminaba los encargos, seguía haciéndolo. Mas no había averiguado nada, y Mab no parecía querer ayudarla.

Esa noche, al finalizar todos los pedidos, volvió cansada pero con una sonrisa. Podía seguir patinando, y aunque no fuera como antes, ni estuvieran Kai para observarla ni Jack para retarla, llegaba a relajarse. Le ayudaba a pensar que podría con todo.

Al llegar hasta el edificio que regentaba Mab, dirigió sus pasos a las escaleras en primer lugar. Escuchaba ruidos ahogados como cada noche. Y en esa ocasión no le hubiera dado importancia si no se hubiera percatado de que había una pequeña rendija por la que poder asomarse y curiosear. Las ventanas solían permanecer cerradas y unas gruesas cortinas echadas, pero estas estaban mal colocadas.

Se acercó con discreción. Al otro lado, Mab estaba de espaldas a ella, frente a una mesa en la que había algo que no alcanzaba a distinguir. Parecía una muñeca de mediano tamaño. Elsa hubiera dejado de mirar y se hubiera marchado, al ver todo normal, si no fuera porque se fijó en lo que la morena llevaba en la mano. No era una herramienta como había esperado, sino unos polvos relucientes que, al lanzar sobre la muñeca, esta se arregló de forma instantánea.

Y todo cobró sentido. Por qué era tan celosa con su privacidad. Desconfiada. Cómo lograba arreglar cualquier cosa. O crear increíbles juguetes que regalaba a los niños. Y no sé olvidaba de los objetos extraños se guardaba en su vivienda y que no le permitía tocar. De vez en cuando, llegaba con uno nuevo, algo que no se veía por los puestos del mercado por muy extravagantes que fueran, y Elsa sospechaba que lo había conseguido igual que cuando se hizo con su piedra.

Se apartó de la ventana y subió a esperarla en una estancia que hacía la vez de vestíbulo, donde había un sofá raído en el que solía quedarse hasta que Mab subía y le daba acceso al interior.

Por la mañana, Elsa se levantó dispuesta a hablar con Mab sobre la Reina de las Nieves, pero esta había dejado los restos de su desayuno y se había marchado, dejando una nota con los encargos de la mañana para Elsa. La rubia comió rápido y bajó a recoger las bolsas. Las encontró colgadas de la puerta.

Mab no estaba allí tampoco.

Con resignación, la rubia se dirigió al río, se puso los patines e inició el baile que la llevaría por toda la ciudad, cumpliendo con su trabajo.

Solo le quedaba uno por entregar cuando vio a Mab sobre uno de los puentes. Tenía la mirada fija en ella, los mismos polvos de la noche anterior sobre los que soplaba, y Elsa fue consciente de una inusual brisa cálida que estaba empezando a levantarse.

Ante algunos gritos, la rubia se giró y comprendió la situación: un trineo había perdido el control y zigzagueaba en dirección a un niño que había perdido el equilibrio y no podía levantarse. No hacía más que resbalar cuando lo intentaba.

Miró de nuevo a Mab y se dio cuenta de que lo que miraba era el trineo, quizás tratando de desviarlo de la trayectoria del pequeño.

Elsa fue más rápida. Reaccionó sin pensar y se dirigió al niño patinando con gran rapidez. Le alcanzó a tiempo de apartarlo con ella, que se tiró sobre la orilla, de espaldas, protegiendo al infante, justo en el momento en el que el trineo pasaba a apenas unos centímetros de ellos y se estrellaba a su lado.

El niño empezó a llorar. Su madre se acercó deshaciéndose en agradecimientos a Elsa, que le restó importancia.

Mab se acercó después, sin aliento.

—¿Estás bien?

La rubia apreció preocupación en sus ojos.

—Sí. Por suerte ha quedado todo en un susto.

Sin embargo, Mab se mostraba nerviosa y miraba alrededor. Y Elsa supo que su preocupación no se debía solo a ella. Comprobaba que nadie se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo.

—Tranquila. La gente estaba más pendiente del niño que de ti.

Mab la miró con horror, pero Elsa se levantó y le puso las manos sobre los hombros.

—Tu secreto está a salvo conmigo —susurró—. Hace tiempo que sospecho que tienes magia.

—Ssssh. —Mab gesticuló con las manos mirando alrededor, pero los pocos curiosos que quedaban estaban pendientes del trineo—. Jamás volveremos a hablar de esto.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora