Capítulo 31

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Un escalofrío recorrió a la joven al escuchar esa gélida voz. Se giró con lentitud sobre las cuchillas y vio a una mujer de tez pálida como la nieve, ojos de un turquesa cautivador, labios morados, cabellos de plata y celeste y una corona de puro hielo. Llevaba un vestido blanco que se ajustaba a sus curvas e iba descalza.

La mujer ladeó la cabeza con una sonrisa traviesa mientras que Elsa tragaba saliva y escondía la piedra a su espalda, a sabiendas de que la reina la habría visto.

—Puedes volver por donde has venido, y olvidaré tus intenciones de robarme lo que es mío.

Elsa obvió las últimas palabras.

—¿Cómo sabes quién soy?

Una fría carcajada resonó a su alrededor.

—Controlo Corona de Hielo. Puedo ver a través del hielo. —«El río», pensó la joven—. Nada escapa a mí. Ni siquiera una ardilla.

Elsa volvió a tragar saliva. Buscó valor en su interior para hablar con toda la firmeza de la que fue capaz.

—¿Dónde está Kai?

—Él siempre está conmigo.

Una hoja afilada rozó el brazo de la chica, que soltó un gemido y giró la cabeza llevándose una mano a la zona herida.

Kai estaba a su lado y acababa de atacarla con una espada de hielo. El corte empezó a sangrar con abundancia y Elsa buscó en su bolsa el agua cicatrizante. Mas, cuando sus dedos se cerraron en torno a ella, su amigo le arrebató la bolsa y la lanzó lejos de su alcance.

—No puedes perder si no llevas tu poder contigo —canturreó la reina.

Elsa tuvo que esquivar otra estocada de Kai, y ambos iniciaron una danza alrededor de la mujer. En uno de sus movimientos, la joven tocó la piel de su amigo y comprobó lo fría que estaba.

—¿Kai? ¡Kai, soy yo, Elsa!

—Un beso para enfriar. Un beso para olvidar. Y, cuando me canse de él, un tercero para matar.

La reina rio como una loca.

—¿Por qué haces esto?

Elsa continuaba esquivando los ataques de su amigo.

—¿Crees que esta piel tersa se mantiene por arte de magia? —La mujer se llevó un dedo a los labios—. Sí, magia hay. Y juventud también. ¡Kai! No la mates, tráemela y será ella mi próximo sacrificio en la luna de sangre. —Se colocó tras el chico y le acarició el cuello—. Así podré disfrutar de ti más tiempo...

Él fijó unos ojos carentes de sentimientos en la que una vez fue su amiga y se lanzó a por ella. Elsa huyó desesperada. Pasó junto al espejo aún abierto que daba al Palacio de Hielo.

«No puedes perder si no llevas tu poder contigo».

Lo que diera poder a la Reina de las Nieves, estaba, quizás, indefenso al otro lado del espejo. Si no podía hacerse con Kai, tendría que intentar lo que Mab le había prohibido: que se hiciera la heroína enfrentándose a la reina.

Con decisión, Elsa se lanzó hacia el espejo y nada más cruzarlo, se giró sobre los patines, levantó la piedra y la pegó al cristal.

«Ciérrate».

No sabía si funcionaría, pero para su alivio lo hizo. Mas era consciente de que si la reina no utilizaba una piedra para abrir el espejo, era cuestión de segundos que lo atravesara y lo que era peor: allí sí tendría magia.

Kai golpeó el cristal al otro lado.

Elsa no perdió el tiempo. Barrió la estancia con la mirada. Blanca, impoluta, fría. Eran los mismísimos aposentos de la reina. Pero allí no había nada.

«No sería tan tonta de guardar el origen de su poder aquí, al alcance de alguien que pudiera sorprenderla atravesando el espejo».

Un crac desvió su mirada al cristal. La reina estaba detrás de Kai, con la mano sobre la luna plateada que mostraba una pequeña grieta.

Elsa no se detuvo más. Salió de allí y pensó dónde buscar. Se le ocurrió ir a las zonas más seguras, quizás una torre o las mazmorras. Pero se le ocurrió que, lo más sensato, era esconder algo a la vista de todos.

«¿Y si...?».

Deseó con todas sus fuerzas que la reina hubiera tenido esa misma idea. Patinó con rapidez en busca de la sala del trono hasta que la halló.

Era sobria, helada, con un trono de hielo que se alzaba ante sus ojos. Allí no había nada.

Elsa se resignó.

Dio una vuelta sobre las cuchillas y fue cuando sus ojos distinguieron un adorno en el trono que destacaba en el hielo.

Se acercó. Era un objeto hecho con fragmentos de espejo. Palpitaba. Lo cogió con su mano libre.

—¡Un corazón! —exclamó sin poder creerlo, sintiendo su frialdad y su poder.

El corazón de la reina.

Sin perder un minuto más, se deslizó hasta los aposentos, donde la reina ya casi podía salir de su prisión. La mujer, al ver lo que Elsa tenía entre sus manos, abrió mucho los ojos y se detuvo. Mas luego sonrió, fingiendo seguridad.

—Es indestructible. No conseguirás nada. Es mejor que...

Elsa no pensó. Solo actuó sin saber las consecuencias. Sin saber si estaba haciendo bien o era una estupidez.

Quería recuperar a su amigo.

Así que, ignorando el grito de la Reina de las Nieves, lanzó su gélido corazón fragmentado hacia el espejo.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora