Aquel día no pudo ir a la Laguna Helada. Su madre la había despertado con los primeros rayos de sol y le había insistido en que se dedicara a buscar un oficio. Con tal de no escucharla, Elsa se perdió entre las calles de la ciudad tras sus pasos.
—¿Qué tal recolectora? Estarías al aire libre como te gusta, y podrías conseguirnos frutas gratis... —Anabelle señalaba el mercado, donde hombres y mujeres llegaban con cestos de frutas de todos los colores.
Elsa arrugó la nariz con disgusto. Iba a replicar cuando vio en un puesto a la abuela de Kai, comprando harina y azúcar. Su rostro se iluminó.
—¿Qué tal pastelera?
Su madre se giró hacia ella con el ceño fruncido y la cabeza ladeada.
—¿Pastelera? ¿No es un poco... vulgar?
La joven se abstuvo de preguntar si ser recolectora no era vulgar. No le apetecía una nueva discusión.
—Kellina es la mejor pastelera de la ciudad. Incluso los reyes le compran tartas a ella.
Anabelle lo consideró unos instantes. Miró alrededor antes de dirigir los ojos de nuevo a su hija.
«Al menos por fin ha mostrado interés por un oficio», se dijo.
—Está bien. Hablaré con ella.
—¡No! ¿Quieres que parezca una niña pequeña porque mi madre tiene que llevarme de la mano en todo?
—Si a tus diecinueve años no te comportaras como tal, no haría falta.
Elsa resopló.
—Yo hablaré con Kellina.
La mujer claudicó. Decidió darle un voto de confianza a su hija. Le deseó suerte y se marchó a casa. Tenía trabajo que hacer todavía, por lo que en parte le venía bien que Elsa se encargara de sus propios asuntos, por mucho que quisiera supervisarla.
La muchacha cogió aire con pesadez antes de dirigirse a la anciana, que ya retomaba el camino de vuelta en dirección a la Pastelería de la Abuela.
—¡Kellina! —la llamó echando a correr. La apelada no la escuchó la primera vez, pero sí la segunda, que se detuvo y miró a todas partes, buscando a la autora de la llamada.
—¡Ealasaid! —A la anciana le gustaba su nombre, por lo que, aunque la joven se lo había pedido en alguna ocasión, se negaba a llamarla Elsa. Para ella, Elsa sería siempre la abuela—. ¿Qué necesitas?
—Pues... —La invadió la timidez—. ¿Podría ser tu aprendiz?
Kellina parpadeó varias veces.
—Jamás hubiera imaginado que a la nieta de Elsa le fuera la repostería.
La joven se encogió de hombros con indiferencia.
—Me gustan los colores.
La abuela de Kai soltó una carcajada, divertida.
—¿Quieres convertirte en mi aprendiz porque te gustan los colores? —Lo pensó durante unos segundos—. ¿Sabes? Es el mejor motivo que me han dado nunca. Te espero mañana a mediodía.
—¿A mediodía? —repitió, confusa.
—No pretenderás que esta anciana madrugue. Ya no soy lo que era antes. —Giró sobre los talones y se alejó de Elsa—. Mañana. A mediodía. ¡No faltes!
La chica esbozó una sonrisa traviesa. Podría compaginar aquel oficio con el patinaje, y ya su madre no podría recriminarle nada. Estuvo a punto de dar un salto y gritar de felicidad, pero no quería parecer una loca en medio del gentío.
Para celebrarlo, después de comer fue directa a patinar. Sabía que no estaría sola. Era una hora en la que solían ir niños y jóvenes a jugar sobre el hielo y hacer carreras sentados sobre él, a ver quién llegaba más lejos. No muchos mostraban interés por el patinaje, salvo Jack y ella, ambos motivados por Dermin Frost, quien les enseñó a ambos antes de marcharse.
Al acordarse de él se preguntó si habría logrado cumplir sus sueños, si estaría en esos momentos patinando por una superficie gélida de mayor tamaño que la que allí tenían, deleitando a reyes y hadas, a princesas y gigantes.
Pasó la tarde jugando con niños y practicando después. Ese día no vio a Jack y se alegró de poder entrenar sin que él estuviera fastidiándola todo el rato. Aunque en el fondo reconocía que le gustaba, sus retos eran una forma de superarse a sí misma y demostrarle que era mejor que él.
Poco antes de que cayera la noche, se reunió con Kai en la plaza.
—¿Qué tal con Túrix? —le preguntó ella.
—Dice que si continúo desafinando, congelaré todas las lagunas del reino solo con mi voz.
Elsa se echó a reír.
Kai siempre había mostrado pasión por las historias, y cuando se le presentó la oportunidad de convertirse en aprendiz de bardo, no lo dudó ni un segundo. Mas, tras tres años, no había logrado pasar de categoría, mientras que sus compañeros ya eran iniciados.
—Pues yo no le veo la gracia —refunfuñó él cruzándose de brazos.
—Anda, anda, no seas dramático. —Le cogió del brazo y le condujo a otra plaza más pequeña, donde Kellina estaba sentada en el borde de una fuente con niños, adolescentes y algunos adultos sentados en el suelo a sus pies.
Algunas noches, la anciana repartía pasteles y contaba historias, y los amigos no se perdían ninguna. Kai porque así tenía material para sus historias cantadas. Elsa porque disfrutaba soñando despierta con conocer otros lugares, aunque estos fueran propios de la imaginación de la abuela.
—... y, sobre todo, recordad —finalizó aquella noche—: nunca hagáis tratos con el ser cuyo nombre nadie conoce, pues será vuestra perdición. No os dejéis engañar por la reina que es más fría que el hielo, pues no volveréis a ver la luz del sol. Y jamás invoquéis a las malvadas brujas del este y el oeste, pues caeréis en su eterno juego de baldosas amarillas.
Siempre terminaba con las mismas advertencias, aterrando a algunos niños y haciendo reír a los mayores por aquellos cuentos que solo servían para asustar a los pequeños.
—¿Has probado los bombones que ha hecho hoy? —preguntó el chico a su amiga.
—¿Que ha hecho bombones y me avisas ahora?
Kai se encogió de hombros, restándole importancia.
—Voy a ver si le quedan. ¡Ah! Y tengo que contarte una cosa. ¡No te vayas!
El chico asintió sin moverse del sitio, mientras ella corría junto a la anciana, donde varias personas la felicitaban por los dulces, como ya era habitual. Elsa tuvo que esperar paciente su turno, sin poder vislumbrar si todavía quedaba alguno o tendría que castigar a Kai por su descuido.
Los ojos de Kellina brillaron al verla. Con un gesto de mano, la invitó a coger el último bombón oscuro que quedaba.
—Gracias.
Iba a llevárselo a la boca cuando la anciana la cogió del brazo y dijo, bajando la voz:
—Protégelo. Kai puede verla. A mí no me hará caso, pero a ti... —Clavó sus ojos agrisados en ella—. No dejes que se lo lleve también.
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El origen del invierno
FanfictionUn retelling crossover sobre Elsa y Jack Frost que podéis conseguir en Amazon. Un espejo. Un lago. Un corazón helado. Una magia de nieve. Una corona. Un propósito. Un solo poder. ¿Y si Elsa y Jack Frost fueran el origen del invierno? Cuarta entrega...