Capítulo 39

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Durante aquellos agónicos días, Elsa había tenido que racionar la comida de las cocinas. Dermin no tenía la necesidad de alimentarse, lo que suponía un punto a favor.

Hora tras hora, la joven se había plantado ante las puertas abiertas de la sala del trono, y había intentado echar abajo el muro que la aprisionaba. No había conseguido hacerle ni una diminuta grieta. Un día hasta lo golpeó con los puños, desesperada.

Hasta que comprendió que no podría destruirlo si no sabía usar ese nuevo poder que decían que había en su interior. No había intentado otro tipo de magia y no había hecho nada más desde lo de la columna congelada.

Después de comer una manzana azul pálido, regresó a la sala del trono, pero sus pies se detuvieron a la mitad. Observó cada detalle con atención y se preguntó si todo ello era obra de la reina. ¿Había construido un palacio de hielo con su poder? ¿O ya existía y ella lo habían puesto a su gusto?

No podía saberlo.

Miró a Dermin, a su lado, que inclinó la cabeza en un gesto que Elsa leyó como si le estuviera transmitiendo ánimos. Le sonrió y extendió la mano hacia delante.

No sucedió nada.

Suspiró.

Lo intentó con la otra mano, pero sin éxito.

—No puede ser tan difícil...

Un aullido dirigió sus ojos a los lobunos de Dermin. Este cerró los suyos y Elsa le escuchó respirar hondo.

Concentración.

La joven dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, bajó los párpados y relajó la respiración. Recordó que cuando utilizó el poder sintió miedo.

Las emociones.

En aquellos momentos estaba nerviosa por la situación, y sentía miedo todavía, además de tristeza. Por Dermin. Por no saber qué había sido de Kai. Porque echaba de menos a sus padres... y a Jack.

Pensar en su rival le arrancó una sonrisa y provocó un cosquilleo en sus manos. Como el que había sentido días atrás.

Se las miró, alzándolas a la altura de sus ojos. Percibió un tenue brillo y una capa fina de escarcha.

Giró sobre sí misma y, ampliando la sonrisa, dio rienda suelta a su imaginación.

Varias columnas de agua, parecidas a la que había en la torre pero mejor hechas y más bonitas, nacieron en dos hileras a uno y otro lado de la joven, dividiendo la sala del trono en tres ambientes, siendo el central el más amplio

—¡Increíble! ¿Lo has visto? —le preguntó al lobo.

El animal aulló y ella estalló en nerviosas carcajadas.

De nuevo se miró las manos, que habían vuelto a la normalidad.

—Puedo crear cosas de hielo de la nada... —musitó.

Se agachó y posó los dedos en el frío suelo. Al principio no sintió nada, tuvo que volver a concentrarse, atraer ese poder que bullía en su interior, hasta que notó el cosquilleo. Imaginó un suelo lleno de filigranas de hielo y bajo la mano aparecieron líneas que formaron dibujos tales como copos de nieve y flores en forma de estrella. Todo ello se extendió alrededor de ella hasta las paredes. Era como una alfombra helada.

Motivada, fue a por los patines y recorrió el palacio haciendo alarde de su poder. Aunque no siempre le salía a la primera, poco a poco se iba haciendo con él. Se dio cuenta de que ahora deslizarse sobre el hielo era más fácil, incluso se atrevería a decir que era natural para ella. Evitaba los obstáculos a su paso o los utilizaba para hacer piruetas sin apenas pensarlo siquiera.

—¡Si Jack me viera! —se le escapó por la emoción.

Se detuvo en seco. Miró las ventanas que en aquella planta estaban tapiadas por el muro de hielo.

¿Volvería a verle alguna vez?

Se mordió el labio inferior ante la perspectiva de tener que dejar atrás su vida.

«Tú te lo has buscado», le dijo una vocecilla en su cabeza.

Apartó todo de sí con una sacudida y regresó a la sala del trono. Dermin estaba allí tumbado, esperándola.

Elsa permaneció pensativa unos instantes, delante de las puertas abiertas.

—El reino está cubierto no solo de hielo, sino de nieve. Tal vez, en lugar de intentar destruir el muro, debería intentar convertirlo en simple nieve... Quizás sea más fácil.

Se puso manos a la obra, mas por mucho que se concentró, no consiguió nada. Frunció el ceño y le dio la espalda a la pared de hielo que la aprisionaba y miró hacia arriba, pensando en copos cayendo sobre ella. Sentía el cosquilleo en las manos, el poder fluyendo, pero lo único que logró fue que crecieran estalactitas del techo.

«El corazón y el espejo se fragmentaron y sus pedazos se esparcieron por los reinos. Mas uno de ellos, del espejo, se metió dentro de ti, dándote de un poder muy parecido, aunque menor, que el que tenía la reina».

Las palabras de Día resonaron en su cabeza.

Elsa no era tan poderosa como la Reina de las Nieves.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora