Tras su encuentro con Jack, Elsa se quedó preocupada. ¿De verdad Kai le había pegado? No podía imaginárselo. Su mejor amigo no era capaz de hacer daño ni a una mariquita. O bien Jack había exagerado —pero tenía un buen moratón para demostrar sus palabras— o bien a Kai le pasaba algo. Quizás tuviera que ver con ese secreto que no había compartido con ella.
A punto de llegar a casa, cambió el rumbo y fue a donde vivía él. Ansiaba descubrir la verdad, ayudarle en caso de que la necesitara.
Apenas había gente por las calles. Solo quedaban los rezagados y los que se dirigían a las tabernas a jugar y beber hasta que el cansancio los venciera. O quedarse sin dinero.
—¡Eh, Ealasaid!
Sus tres antiguas compañeras de clase aparecieron ante sus ojos. Iban cogidas del brazo y llevaban vestidos ceñidos y escotados.
—¿Por qué no vienes con nosotras a la Laguna Errante?
Este lugar era una posada situada en las afueras de la ciudad por la que solían dejarse caer los viajeros que estaban de paso. A la juventud le gustaba acudir en busca de extranjeros apuestos con los que divertirse. No sería la primera vez que alguien encontraba esposa o marido de otros reinos y abandonaba este en busca de una vida diferente.
Elsa acudió una vez por compromiso, y había pasado casi toda la noche en un rincón intentando hacerse invisible. No le gustaban los ambientes de gritos, alcohol y libertinaje. Le gustaba su vida sencilla —aunque hubiera tenido que buscarse un oficio— y pasar las noches leyendo.
—Quizás otro día, estoy cansada.
—Eres una aburrida —dijo una pelirroja.
—Serás una solterona —apoyó la primera que había hablado, de pelo negro y labios rojo pasión.
Entre risas, la dejaron sola y se marcharon. A la joven no le importaban los insultos y mucho menos encontrar marido. Su madre se había casado a una edad avanzada, pero lo había hecho con un buen hombre y habían vivido un romance precioso. Ella quería eso, si es que surgía. Si no, su amor seguiría siendo el patinaje.
Llegó a casa de Kai y cuando levantó la mano para llamar, escuchó gritos ahogados. Pegó la oreja y pudo distinguir las voces de los padres de su amigo. Sonaban algo lejanas, por lo que supuso que estaban al otro lado de la casa. La rodeó hasta llegar junto a la ventana de la cocina. Desde ahí pudo escuchar con más claridad.
—¡Ha agredido al hijo de los Frost, por todos los reinos! —gritaba la mujer.
—Lo sé, lo sé. Y ha transgredido las leyes de la colecta.
Un gemido desesperado.
—Me ha dicho Niana que Bastian Frost va a dejarlo pasar por esta vez, pero... No podemos permitir un comportamiento así, Liam.
—Tienes razón. Falta a las clases y ahora recurre a la violencia. Tendremos que...
El ruido de una puerta, la principal. Elsa se atrevió a asomarse con discreción y vio que Kai había llegado a casa con una sonrisa espeluznante en su expresión. Tragó saliva y se quedó allí parada, en lugar de ir a hablar con él como tenía planeado.
—Ven aquí inmediatamente, jovencito.
Kai se acercó más a sus padres, entrando en la estancia abierta al salón que era la cocina, donde el hombre estaba sentado ante los restos de una cena y la mujer paseaba de un lado a otro, inquieta.
El chico fue a la mesa y, del plato de estofado que había preparado para él, cogió con la mano un trozo de carne chorreante que se llevó a la boca sin ninguna educación. La salsa resbaló por la comisura izquierda y la limpió con la manga de la camisa.
—Pero ¿qué modales son esos?
Liam se levantó, dando dos puñetazos enfurecidos sobre la mesa.
—Kai, espero que tengas una buena explicación para lo de esta tarde.
Él la miró con aire distraído antes de responder.
—Solo hago lo correcto, madre.
Los adultos intercambiaron sendas miradas cargadas de confusión.
«¿Madre?».
Kai jamás se había dirigido así a sus padres.
El muchacho cogió otro trozo de carne que no llegó a su destino, pues su madre le dio un manotazo y cayó sobre el plato, salpicando caldo en varias direcciones.
—Si no vas a comer con educación, no cenarás. —Retiró el plato.
Kai se encogió de hombros y se marchó a su habitación.
Elsa volvió a mirar. Vio a los padres de su amigo estáticos, mirando el lugar por el que su hijo había desapareció. Parecían no saber qué hacer ni qué decir ante tal situación y los comprendía. Kai estaba... diferente. Aunque no sabía si era la forma de definirlo.
La joven decidió abordar a su amigo al día siguiente. Tal vez él mostrara mejor actitud y pudieran hablar sin problemas.
Esa noche, Elsa apenas pudo dormir. Tenía pesadillas con ese Kai de sonrisa siniestra que había visto la noche anterior.
Y fue el amanecer lo que trajo noticias todavía peores.
—¡Elsa! ¡Elsa!
Su madre irrumpió en su dormitorio, nerviosa. La joven se levantó de un salto y la cogió de los hombros.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Papá está bien?
—Es... Él...
Le temblaba la barbilla. Elsa temió lo peor y fue a la salita, donde vio a su padre en la entrada hablando con un vecino. Ambos repararon en ella y le dirigieron una mirada lastimera. El otro hombre se despidió y Hank, su padre, fue hasta ella.
—Hija...
Anabelle llegó en ese momento, pero dejó que fuera su marido quien se encargara.
—¿Qué pasa? Me estáis asustando.
Miró a uno y otro con el corazón en un puño.
—Uno de los invernaderos fríos ha sido destruido. —La joven abrió la boca por la sorpresa, y antes de que pudiera hacer suposiciones sobre qué habría podido pasar, su padre pronunció las peores palabras que podía imaginar—: Kai es el autor del delito.
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El origen del invierno
FanfictionUn retelling crossover sobre Elsa y Jack Frost que podéis conseguir en Amazon. Un espejo. Un lago. Un corazón helado. Una magia de nieve. Una corona. Un propósito. Un solo poder. ¿Y si Elsa y Jack Frost fueran el origen del invierno? Cuarta entrega...