Con el amanecer despuntando a su espalda, los patines colgados del cuello y una sonrisa de satisfacción, Jack entró en casa. Había madrugado para tener su sesión de patinaje antes de empezar las tareas como cristalero, que ahora ocupaban gran parte de su tiempo.
Estaba a punto de saludar cuando escuchó a sus padres hablar con agitación en la cocina. No se habían dado cuenta de que acababa de llegar. Tras dejarlo todo fue con sigilo hacia la puerta y se dio cuenta de que estaban discutiendo. Pocas veces lo hacían y eso hizo que el chico se sorprendiera.
Se situó junto al marco y se quedó allí, intrigado.
—Coral, ¿no crees que es algo precipitado que...?
—Bastian, no se trata de que pegara a nuestro hijo, cosa que ya me parece muy grave. Pero acepté no presentar cargos solo por ti, porque confío en tus decisiones. Sabes que siempre lo que hecho, aunque...
Jack entendió la pausa. Su madre se había criado como una Frost, había visto a sus padres hacer lo mismo una y otra vez, pero Bastian era hijo de un recolector y una costurera. Todo lo que sabía del negocio era por su esposa. A ella no le gustaba recordárselo, pues Bastian había demostrado ser muy capaz de llevar la empresa tan bien como un Frost de nacimiento.
—Sus padres son ciudadanos ejemplares. Quizás... —insistió él.
—¡Pero ha destrozado un invernadero de hielo!
Jack ahogó un grito al escuchar estas palabras. Se tapó la boca para que no saliera sonido alguno de ella.
—Coral. —La voz de Bastian sonó pausada y calmada.
—Lo lamento, Bastian, pero en la reunión con los reyes voy a apoyar el destierro de Kai. Es un peligro para todos.
Al otro lado de la puerta, a Jack se le heló la sangre con la decidida respuesta de su madre.
—Tienes razón, pero...
Los pensamientos se agolparon en la cabeza del menor de los Frost, que salió de allí a toda prisa sin escuchar el resto de la discusión. No necesitaba saber más. Aquello hundiría a la familia de Kai. Y también a Elsa. Kai y ella llevaban siendo uña y carne desde antes de saber hablar. Y él, mejor que nadie, entendía qué era perder a un hermano.
Destrozar un invernadero era algo muy grave y comprendía lo que decía su madre, por mucho que le pesara.
Atravesó los jardines de su casa hasta llegar a la parte trasera, donde destacaban dos invernaderos pequeños que pertenecían solo a la familia y los autoabastecía.
Pronto llegarían los Garber. Eran una familia que habían servido a los Frost durante generaciones y se encargaban de las tareas del jardín.
Entró sin pensarlo en uno de ellos, atravesando la puerta de cristal turquesa. Le reconfortaba el frío y se quedó allí en medio, disfrutando de la sensación helada en su piel. Caminó entre los frutales, se apoyó en el tronco de un granado y cogió un fruto maduro. Lo sostuvo entre las manos dándole vueltas a una sola idea.
El destierro de Kai.
¿Debía avisar a Elsa antes de que todo se descontrolara? ¿Para que ella al menos pudiera despedirse como no pudo él? A pesar de su rivalidad sobre el hielo, no existía ningún problema entre ellos, si bien tampoco podían considerarse amigos. Sin embargo, Jack no podía evitar empatizar con la situación de pérdida que estaba a punto de vivir la chica.
El sol filtraba sus colores a través del techo, como un prisma, reflejando la luz por todo el invernadero.
Eso significaba que pronto tendría que empezar sus tareas.
Salió a toda prisa de allí, chocando con la señora Lavanda que llegaba para la colecta de granadas. El cesto que llevaba escapó de sus manos y salió rodando.
—Lo siento —se disculpó recogiendo el cesto y tendiéndoselo a la sirvienta.
Esta no dijo nada, tampoco hubiera podido replicar pues para cuando quiso darse cuenta Jack, se perdía por el camino de la entrada.
Corrió por las calles hasta llegar sin aliento a casa de Elsa. La vio salir con expresión de angustia y estaba a punto de interceptarla cuando oyó la voz de Anabelle Gerda.
—Elsa, para. Es un... No puedes hacer nada.
—Es mi amigo, mamá, tengo que... No sé. Algo le pasa.
Su madre suspiró y bajó los puños a su delantal, derrotada. Negó con la cabeza. Conocía al muchacho desde que iba en pañales y comprendía la visión de su hija. Kai siempre había sido alegre y divertido. Bueno con todo el mundo. Ella tampoco lo entendía.
Finalmente pareció aceptar la decisión de su hija y volvió dentro de la casa tras desearle suerte.
Elsa se dio media vuelta para seguir su camino con tanta decisión que se topó con Jack.
—¿Qué haces tú aquí?
—Tengo que hablar contigo.
—¿Y tiene que ser ahora? Tengo prisa.
—Es acerca de Kai.
Los ojos de Elsa se agrandaron y le miró con interés renovado. Jack la tomó de un brazo y la llevó a una zona menos concurrida.
—¿Y bien?
—Esta mañana he oído hablar a mis padres y...
—Sé lo del invernadero.
—Se va a convocar una reunión para proponer su destierro.
—¡¿Qué?!
—Baja la voz.
—No pueden hacer eso, Kai es...
—Lo sé, pero dudo que cambien de idea y menos con su actitud. Habla con él, puede que se pueda hacer algo. Aunque... lo dudo.
Jack se apartó un paso de la chica que asintió. Estaba asustada y el muchacho se obligó a estirar los brazos hacia ella y tomarla de los hombros.
—Tranquila, pequeña Elsa, a ti te escuchará.
—Tal vez. Pero creo que ya es demasiado tarde —dijo con voz rota.
Él retiró el contacto y sonrió con pesar antes de despedirse y volver por donde había venido.
Elsa se quedó unos instantes más allí, pensando en las palabras de Jack.
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El origen del invierno
FanfictionUn retelling crossover sobre Elsa y Jack Frost que podéis conseguir en Amazon. Un espejo. Un lago. Un corazón helado. Una magia de nieve. Una corona. Un propósito. Un solo poder. ¿Y si Elsa y Jack Frost fueran el origen del invierno? Cuarta entrega...