Capítulo 56

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Mudo de asombro intentó buscar las palabras, contener las lágrimas que acudieron a sus ojos. Se giró para mirar interrogativamente a Elsa, buscando una respuesta. Después hacia el lobo que aulló de forma lastimera.

—Dermin... —Jack se agachó junto al animal y unió su frente a la de él.

—Tendría que habértelo dicho antes, yo...

Jack no la escuchaba, solo podía sentir la calidez del pelaje del lobo sobre su piel fría. Y sin poder evitarlo sus ojos derramaron lágrimas, que se convirtieron en minúsculos copos de nieve antes de caer sobre su ropa.

—... pero las cosas se complicaron y... yo... No sabía, no podía...

—Elsa. Para.

Ella enmudeció, esperando un reproche, palabras hirientes. No estaba preparada para ello, ahora que Jack ya no era su rival. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron vio en los de él agradecimiento.

—¿No estás enfadado?

—Esto no es culpa tuya, pequeña Elsa.

—Lo sé, pero... lo he sabido todo este tiempo y...

Jack la sostuvo por los hombros y le limpió una lágrima helada de la mejilla. Quería preguntarle muchas cosas. ¿Era una maldición? ¿Y si era así tenía solución? ¿Podría recuperar a su hermano? Algo en el modo en que Elsa se lo había dicho o la mirada triste del lobo le decían que no, mas se sentía esperanzado.

Estaba a punto de formular la primera pregunta cuando un ciudadano llegó sin aliento. Al percatarse de la situación carraspeó y Jack fue consciente de su cercanía con la chica. Se apartó mientras el rubor acudía a sus mejillas.

—Lamento la interrupción, majestad, pero... ha sucedido algo que creemos que deberíais ver.

Era uno de los representantes del pueblo y las alarmas se activaron en ambos jóvenes, cuyos pensamientos fueron directos a Kai y su ansia de poder.

Elsa acortó la distancia que la separaba del hombre y le siguió. Jack y el lobo fueron tras ella en silencio.

—¿De qué se trata, Biel?

El hombre no respondió de inmediato, salieron de palacio y cruzaron la plaza. Caminaron en silencio junto al río Bifurcado y a los habitantes de la ciudad moviéndose por él con patines. Se metieron entre calles hasta llegar a una plaza más pequeña donde había personas congregadas.

Un anciano representante del pueblo se dedicaba a apartar a los curiosos, pero era inútil. Un coro de personas rodeaba a dos figuras. Una era una mujer que lloraba desconsolada arrodillada junto a un cuerpo.

Jack sintió que se le helaba la sangre al ver unos piececitos desnudos y unas piernas enfundadas en unos pantalones oscuros, salpicados de nieve.

Cuando lograron abrirse paso, reconoció la hendidura en el pecho de la niña. Su padre abrazaba su cuerpo con desesperación y el chico le compadeció. Sintió sus propios ojos llenarse de lágrimas y miró a Elsa.

Ella le devolvió el gesto con el horror reflejado en el rostro.

—Solo había salido a jugar... —susurró el hombre sin dejar de abrazar a la pequeña.

—¿Qué hacemos, majestad?

Jack se inclinó junto al padre y examinó a la pequeña en silencio. Dermin, a su lado, apoyó la cabeza en las piernas del hombre, prestándole su apoyo. La niña apenas tendría cuatro años, su cabello oscuro caía en una trenza sobre su hombro. El rostro estaba salpicado de pecas y tenía los ojos cerrados.

Elsa ordenó que los curiosos se fueran a casa y buscó alrededor con la mirada. El pequeño de los Frost se incorporó y se acercó a la nueva Reina de las Nieves. Se inclinó sobre ella con suavidad para que el resto no le oyera.

—¿Crees que sigue aquí? —preguntó Jack.

A Elsa no le dio tiempo de contestar. Jack sintió un frío de muerte besándole la piel y tomó a la reina de la mano mientras el mundo se envolvía en sombras.

El cielo se tiñó de la oscuridad más absoluta, apagando la luz del sol como si alguien hubiera soplado una vela.

Frío y oscuridad.

Un invierno negro.


El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora