Capítulo 34

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Jack seguía sin reconocerse y dejó a un lado el espejo de mano que le había tendido su madre, junto a una campana de plata que también se había empeñado en dejarle por si necesitaba algo. Se acarició el cabello blanco y suspiró.

Los sanadores acababan de marcharse después de una revisión exhaustiva. Solo quería que le dejaran descansar después de todo lo que había pasado en la actuación.

Su padre entró en ese momento atrayendo la atención de su hijo, que le miró con una sonrisa cansada. No se sentía diferente, ni enfermo, pero todos parecían muy preocupados.

No era para menos, un chico al que consideraban muerto había salido del lago, después de que hubieran visto un reino de hielo a través de él. Se había dado de bruces contra su hijo y ahora este tenía el pelo blanco y los ojos azul cobalto.

—¿Cómo estás? —Bastian se sentó a los pies de la cama.

Jack se encogió de hombros. Estaba sentado con las piernas tapadas con la sábana. Cuando la mano del hombre se situó sobre la pierna de su hijo le miró con preocupación.

—¡Estás helado! —exclamó.

—Ha sido un día largo, papá.

—Lo sé. Los médicos creen que lo que te pasa... —Boqueó varias veces buscando las palabras adecuadas.

—Creen que tienes el mal de hielo —completó su madre desde el umbral de la puerta.

—¿El mal de hielo? —Jack achicó los ojos.

—Así lo han llamado. No saben bien qué es. Creen que puede ser temporal. Estuviste en el lago en el momento en que... —Ahora era su madre la que no sabía cómo seguir.

—En que visteis el otro lado.

—Sí. —Coral hacía esfuerzos por mantener la compostura.

Sus padres se miraron y Jack leyó las dudas en su expresión, también incertidumbre y algo más que no acertó a identificar.

—¿Qué ha pasado con Kai? —preguntó el muchacho, mientras su padre se incorporaba.

—Ha sido encerrado. Deben decidir qué van a hacer con él —contestó Coral tomando a Bastian de la mano.

—Si necesitas cualquier cosa solo tienes que hacer sonar la campanita.

—Lo sé.

Ninguno había pronunciado el nombre de Dermin desde que había tenido lugar el incidente, pero Jack sabía que llegaría el momento de que tuvieran esa conversación. Aquella revelación lo cambiaba todo. El pasado, el presente y también el futuro.

Cuando la puerta se cerró con sus padres al otro lado, suspiró de alivio. Pero solo se incorporó de la cama cuando los pasos se perdieron por el pasillo y escuchó el sonido amortiguado de la puerta de la habitación de ellos.

Como cuando era pequeño, se escurrió fuera de la cama y caminó de puntillas hasta la ventana de su habitación. No se percató del detalle, pero sus pies dejaron un rastro pálido en el suelo, que desaparecía como si no hubiera pasado, ante el calor primaveral que reinaba en la estancia.

De lo que sí fue consciente fue del frío que emanaba su cuerpo. Puso una mano en el cristal, para asomarse al otro lado y este se cubrió de escarcha. Desapareció tal y como había aparecido y dio un paso hacia atrás, extrañado. Se miró las manos, algo más pálidas de lo habitual y se apoyó en la mesa, mirando a la ventana. Cuando bajó la vista se topó con la zona del escritorio en que estaban sus dedos, cubierta de escarcha.

—Por todos los reinos...

Respiró hondo, alzó la palma de su mano frente a sí, mientras el mueble volvía a la normalidad.

Tocó la pared con la otra y sucedió lo mismo.

«Fascinante».

Con cuidado abrió la ventana y esta no se cubrió de escarcha.

«Qué extraño...».

Una emoción nació en su vientre y se extendió por el resto de su cuerpo. Un deseo antinatural se adueñó de sus sentidos y alzó las manos frente a sí.

—Veamos de qué eres capaz, Jack Frost —se dijo dándose ánimos.

Sopló sobre su propia piel y, para su sorpresa, frente a él se extendieron una docena de copos blancos, que recorrieron un trecho antes de desvanecerse en el aire.

—¡Por todos los reinos!

Entonces recordó las palabras de su madre.

«Creen que tienes el mal de hielo».

—Tengo poderes.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora