Capítulo 37

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—Der... ¿Dermin?

Elsa no podía apartar los ojos del reflejo que le devolvía la columna de hielo.

—¿Eres tú?

El lobo ladeó la cabeza. Ella percibió el movimiento por el rabillo del ojo y miró directamente al animal. Y recordó las palabras de Mab: «¿Has visto los lobos que hay por aquí? En realidad son personas. O lo fueron. Murieron a manos de la reina».

—Ay, Dermin...

Tres lágrimas escaparon de sus ojos, y el lobo se acercó más a ella, queriendo transmitirle un apoyo que Elsa no pudo acoger.

—Ojalá supiera cómo arreglar las cosas. Cómo salir de aquí. Cómo ayudarte. —Miró alrededor de ellos—. Mas no tengo nada. Soy prisionera de un palacio de hielo, estoy lejos de mi hogar y solo poseo unos patines y... —Sacó la piedra de Día y la sostuvo delante de ambos. Suspiró—. Esta piedra no sirve de nada si no tengo un espejo para pedirle que contacte con el hada Día.

Cerró los ojos, derrotada, con la cabeza gacha. El lobo —Dermin— acercó su frente a la de ella y la joven agradeció el gesto. Sin ver nada más que oscuridad y sintiendo el calor de él, Elsa casi podía imaginar —casi— que todo aquello solo había sido una pesadilla, que ella seguía siendo aprendiz de pastelera, patinaba en sus ratos libres y se retaba con Jack para ver quién era mejor. Jugaba con Kai a juegos de mesa inventados por él y escuchaba las historias de Kellina a la luz de las lunas y las estrellas degustando un delicioso dulce de frutas invernales.

—¡Ealasaid!

La chica dio un respingo. Por un momento, pensó que había sido Dermin quien había pronunciado su nombre, pero aquella voz pertenecía a una mujer.

—¡Ealasaid! ¿Puedes escucharme?

Elsa se levantó y miró a todos lados a su alrededor, buscando el origen.

—¿Quién eres?

—¡Soy Día!

Los ojos se le empañaron por la emoción.

—¿Dónde estás? —Se dirigió hacia la puerta abierta de la torre, mas allí solo encontró unas escaleras desiertas que descendían.

—Sigo en el Reino de la Música. ¡Encontré a Garbancito y pudimos solucionar sus problemas!

—Pero... si estás tan lejos... ¿Cómo...?

Elsa giró sobre sus talones, escudriñando la estancia por si se le hubiera pasado algún detalle, pero salvo ella, la columna y el lobo, estaba vacía.

—No lo sé. Es extraño, es como si viera todo a través de tus ojos. Me has llamado con la piedra, pero sin un espejo esto es imposible.

La joven miró el objeto que todavía sostenía en la mano izquierda y frunció el ceño, confundida.

«A lo mejor no solo sirve con espejos», pensó. «Quizás...». Por cuarta vez, examinó la torre circular de hielo. Hielo. «Quizás con el hielo también funcione. Como con la Laguna Helada y la Reina de las Nieves».

—¿Qué?

La voz del hada la sacó de sus pensamientos.

—¿En serio? ¡No me lo puedo creer!

Era como si Día estuviera manteniendo una conversación con alguien invisible. Elsa se moría de ganas por interrumpir, mientras el hada continuaba su parloteo con respuestas monosilábicas, mas se mordió la lengua, hasta que su impaciencia pudo con ella.

—¿Día?

—Sí, sí... ¡Ay, perdona, Ealasaid! Dermin me estaba poniendo al corriente.

Elsa miró al lobo, expectante.

—¿Has dicho Dermin?

—¿Acaso hay alguien más contigo?

—Pero ¿cómo...?

—Querida, ¡soy un hada madrina! Puedo hablar con los animales y hasta con las piedras si me lo propongo. —Elsa alzó una ceja—. Vale, sí. Encontré el hechizo que me lo permite. —Agitó una mano restándole importancia—. Y Dermin me ha pedido que te cuente lo que está pasando, ya que él no puede hacerlo por sí mismo.

El animal se acercó a la joven y le mordió la mano con suavidad. Elsa cedió y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared.

—Te escucho.

—En primer lugar, quiere explicarte por qué tus cabellos son celestes y tus ojos turquesa...

—Espera, ¿qué? ¿Mis ojos? —Se palpó la cara, como si con ello pudiera sentir el cambio de color al tacto—. ¿Qué les ha pasado a mis ojos?

—Que ahora son de color turquesa —repitió el hada e hizo una breve pausa, pero Elsa se limitó a creer en su palabra —la de Dermin— y a dejarla seguir—. La Reina de las Nieves había dividido su poder entre el espejo y su corazón, que escondió en palacio, para que, si alguien descubría la fuente, no lograra destruirla. Por lo que Dermin me cuenta, tú destruiste ambas y, con ello, acabaste con ella.

—No lo sabía... —musitó.

—El corazón y el espejo se fragmentaron —continuó el hada ignorando la intervención de Elsa— y sus pedazos se esparcieron por los reinos. Mas uno de ellos, del espejo, se metió dentro de ti, dándote de un poder muy parecido, aunque menor, que el que tenía la reina.

La joven se miró las manos y luego la columna que se alzaba en el centro de la torre y que había salido de la nada.

—¿Esa cosa la he hecho yo?

Hubo un breve silencio.

—Dermin dice que sí. Igual que el muro de hielo que rodea el palacio.

Elsa se levantó y se dirigió hacia la ventana, observando la pared que se había convertido en su prisión.

—¿Cómo he podido yo crear algo así?

Otro silencio, esta vez más largo, hasta que el hada lo rompió con una exclamación cargada de curiosidad:

—¡Qué interesante! Si lo llego a saber, no hubiera perdido años de mi vida en estudiar magia para...

—¿Día?

—Ah, sí, perdón. —Se aclaró la garganta—. Cuando recibiste el fragmento hubo una explosión de poder. No tienes más que romperlo y podrás salir.

El nuevo silencio que se instaló en la estancia fue provocado por Elsa, que trataba de asimilar las palabras de Dermin, en boca de Día.

Había destruido a la reina.

Había absorbido parte de su poder.

Había encontrado a Dermin.

Y se había confinado a sí misma en un palacio de hielo.

Se llevó la mano libre a la cabeza y palpó el objeto que decoraba su nuevo cabello.

—¿Y qué hay de la corona?

Al no recibir una respuesta inmediata, Elsa miró a Dermin, que estaba sentado con los ojos fijos en la columna. Parecía concentrado, por lo que supuso que se estaba comunicando con Día.

Las palabras del hada no tardaron en resonar por la torre.

—Que eres la nueva Reina de las Nieves.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora