Capítulo 26

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La primavera había llenado el camino hacia las lagunas de flores, salpicando la zona boscosa y el suelo con un manto colorido. Jack no le prestaba demasiada atención mientras se dirigía a la Laguna Helada para revisar el día de colecta.

Su entrenamiento empezaría más tarde aquella noche y resopló mientras seguía avanzando. Se empezaba a acostumbrar a esa sensación de eterno cansancio y se había llegado a plantear si todo aquello merecía la pena.

Le bastaban unos segundos a toda velocidad sobre los patines para saber la respuesta. Así que, por fortuna o por desgracia, seguía empeñado en ganar ese concurso, que cada vez estaba más cerca.

Se mordió el labio, temeroso de que los nervios le fallaran en el último momento y se cayera delante de todos. Negó con la cabeza, alcanzando al fin el lago. En las orillas se repartían los trabajadores, esperando que bajara el nivel.

El tema de las mareas, especialmente en esas aguas congeladas, era algo que seguía fascinando a Jack. Contempló cómo el cielo cambiaba sus colores azules por los rosados, al tiempo que el sol se ocultaba y cedía su reinado a las tres lunas gemelas.

Y, con este fenómeno, el nivel del hielo bajó. Había bastante arena que recolectar y los trabajadores empezaron rápido con ello. Llevaban grandes carretillas y recolectaban cuidadosamente con unas palas destinadas a este propósito. Apenas precisaban que él estuviera allí, pero su madre solía decir que necesitaban tener cerca la figura de autoridad para realizar el trabajo de forma correcta.

«Si no fuéramos, acabarían volviéndose holgazanes. Al menos una buena parte de ellos y es fácil contagiarse de la desidia cuando se está en grupo».

El menor de los Frost no quería llevarle la contraria a Coral.

Un destello blanco le distrajo de su paseo alrededor de la laguna. Cuando se repitió entre el follaje forzó la vista y se encontró con una ardilla albina. Tenía ojos rosados y brillantes y no era cosa de su imaginación. Estaba llamando su atención.

Miró a su alrededor, extrañado. Los empleados estaban concentrados en sus tareas y no le prestaban atención.

«¿Me estaré volviendo loco de verdad?».

Puso su expresión más seria, como si estuviera haciendo algo importante, y se acercó al animal. Este dio unos pasitos hacia atrás y empezó a gesticular con las patas.

—Esto cada vez es más extraño.

Y, entonces, reparó en lo que quería el roedor y por poco se atragantó.

—¡Claro! Traes un mensaje de Elsa. —Se golpeó la frente.

El animal le imitó y asintió con frenesí.

Jack rebuscó en la faltriquera que llevaba cuando trabajaba. Solía tener de todo en ella. Últimamente, además, procuraba llevar consigo la botellita de la Laguna Parlante, por si Elsa contestaba a alguno de sus mensajes.

Mientras rebuscaba se dio cuenta de que pronto tendría que renovar las reservas de todas ellas, con todo el ajetreo en el que había estado metido las últimas semanas apenas tenía tiempo de nada. Por fortuna, quedaba la mitad de la que le permitía hablar con el animal y bebió dos grandes tragos.

—Ya pensaba que tendría que hacer un baile para llamar tu atención.

—Lo lamento, ehm...

Llámame Copito.

—¿Copito?

¿Qué pasa? Como los copos de nieve, ya sabes.

—¿Qué es la nieve?

Oh, no me lo puedo creer. Ya sabes, copos blanditos y fríos que caen del cielo.

Jack miraba al animal con los ojos abiertos como platos. No entendía nada.

Déjalo, está claro que aquí no tenéis invierno. En realidad me gusta este clima que tenéis aquí, porque de donde vengo...

Parloteó durante unos segundos en los que el muchacho no salía de su asombro. Al ver que la retahíla de Copito no acababa, carraspeó y la ardilla le miró entrecerrando los ojos. Fue una expresión tan humana que el menor de los Frost estuvo a punto de romper a reír.

Ya voy, cascarrabias. Antes de todo, ¿tú eres Jack Frost?

—Sí, te envía Elsa.

He venido desde muy lejos para comunicarte su mensaje, a ver si me acuerdo.

El muchacho asintió, esperando a que el animal dijera algo más. Este se había llevado la patita a la barbilla y miró hacia arriba como si así pudiera activar su memoria.

¡Ah, sí! —dio un saltito emocionado—, Ealasaid me ha dicho que es importante que sepas que la Reina de las Nieves es real y cree que tiene preso a... ¿Lai? ¿Tai?

—Kai.

¡Eso! Que cree que tiene preso a Kai y morirá si no se enfrenta a ella. Quiere que hables con Kellina.

Lo dijo con voz cantarina, alegre de recordar el mensaje.

¿Cómo te quedas? ¡Me he acordado de todo! Tendré que dedicarme a esto.

Jack no tenía palabras. Tragó saliva varias veces intentando asimilar la información. Tenía que decir algo.

—Copito.

Jack.

El muchacho apenas sonrió con la intervención particular del animal, que se había erguido por completo y le miraba con solemnidad.

Estoy esperando, humano. —Tendió una patita.

—¿Qué?

Copito puso los ojos en blanco y se señaló la barriga. Jack sacó de la bolsa los restos de un panecillo y el animal empezó a roerlo con avidez.

—Dile a Elsa que hablaré con Kellina y haré lo que esté en mi mano para ayudarla.

Cuando el animal se perdió de nuevo entre la espesura, camino de su hogar, Jack meditó qué hacer mientras regresaba a la laguna.

Algunos trabajadores levantaron la vista para mirarle, pero la mayoría siguieron a lo suyo. Levantó los ojos hacia el cielo estrellado y suspiró. Si la Reina de las Nieves no era un cuento. Si Elsa creía que podía hacerle frente estaba en verdadero peligro.

Aquello era más importante que sus entrenos: tenía que hablar con Kellina. Otra vez. Ella sabría qué hacer.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora