Capítulo 5

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Esperó a que su madre se marchara para realizar una entrega. Su padre ya se había ido a la barbería en la que trabajaba desde su juventud.

Elsa no quería que, en especial Anabelle, la viera de nuevo con los patines. Ahora estaba contenta porque su hija ya había elegido un oficio, y eso significaba días, e incluso semanas de calma y buen humor flotando en la casa. No iba a estropearlo.

Los guardó en una bolsa junto con la capa. Si se encontraba con ella, siempre podía decirle que había ido al río a lavar ropa.

Se cruzó con algunas chicas que fueron compañeras suyas de clase, que la saludaron sin mucha emoción y continuaron con sus quehaceres. Cuando terminaron la escuela, ellas empezaron como aprendices, mientras que Elsa convencía a sus padres para que la dejaran dedicarse en cuerpo y alma al patinaje, bajo la instrucción de Dermin. Tendría que compartir las clases con Jack, pero merecía la pena con tal de poder dedicarse a lo que la apasionaba. Desde que viera al mayor de los Frost deslizarse sobre el hielo como el más elegante de los bailarines, supo cuál era su destino: el hielo. Patinar sobre él. Danzar al son de la melodía de sus cuchillas sobre la gélida superficie y deleitar a cuantos ojos la observaran. Había empezado por libre, una Navidad aparecieron unos patines bajo el árbol de casa y enseguida había ido a probarlos, entre caídas al no lograr mantener el equilibrio. En alguna ocasión se cruzaba con los hermanos Frost, y el mayor le daba consejos y enseñaba piruetas.

Al final, con la ayuda del propio Dermin, había conseguido el permiso de sus padres, con la condición de que no descuidara sus tareas doméstica y que él, además de tomarla como aprendiz, le consiguiera trabajo. Él había aceptado, viendo en Elsa el gran potencial que tenía para dedicarse a ello.

Y después... se marchó. Abandonó a su familia, y también a ella. Elsa le odiaba por ello. Había roto sus sueños sin importarle nada más que sí mismo. Había decidido trabajar solo, dejando a sus dos aprendices a su suerte.

Su desaparición fue tan sonada que logró mantener a raya a su madre con el tema de buscar un oficio. Pasaron los meses y el tema se fue diluyendo en el otoño, en la primavera y después en el verano, hasta que la ciudad Anugal se olvidó de él y sus habitantes buscaron un nuevo chisme con el que entretenerse, como fue el concurso anual musical de Bremen. Se presentó el bardo Túrix y quedó ganador por encima de un flautista que decía hipnotizar con su música.

Anabelle entonces se volvió insistente y Elsa logró marearla con excusas o fingiendo buscar varios días a la semana a qué dedicarse. Pero tras año y pico, su madre ya no se dejaba engañar. La situación se volvió tensa, y Elsa finalmente había tenido que acceder.

—¡Eh, mira por dónde vas!

Iba tan sumergida en sus pensamientos que ni siquiera se había percatado de que había salido de la ciudad y ya atravesaba la pradera de las lagunas. Con quien había chocado no era otro que Jack Frost.

—¡Elsa! ¿Qué te trae por aquí? —Movió las cejas repetidas veces, fingiendo desconocer la respuesta.

Ella bufó y continuó su camino.

—¿Quieres que te acompañe y te dé la mano para que puedas mantener el equilibrio?

—¿Por qué no te pierdes un rato por tu mansión y me dejas tranquila? —resopló ella sin girarse agitando la mano.

Llegó a escuchar una carcajada irónica por parte del chico y una despedida que no logró entender por la lejanía.

Se preguntó si Jack odiaba a su hermano. Si le echaba de menos o si él sabía dónde estaba. Los Frost jamás habían dado noticia alguna de saber su paradero, o de si tenían noticias de él. Habían sido reservados.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora