Capítulo 10

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Jack había tenido que ocuparse él solo de algunos asuntos de la empresa familiar mientras sus padres acudían a la reunión que había sobre Kai.

Jack siempre había mantenido la esperanza de que un día su hermano volvería —tras haber fracasado en su viaje— y sería él quien se encargara del negocio familiar. Incluso sus padres la habían mantenido, hasta que le confesaron que no iba a volver, y que había dejado una nota explicando su marcha.

Conservar la carta le ayudaba. La releía de vez en cuando y le imaginaba triunfando muy lejos de allí, donde también hubiera lagos helados. Otras veces creía que se habría montado su propio espectáculo, con compañeros que habría encontrado por el camino. Siempre que pensaba en esta opción se sentía defraudado por estar al margen.

Pero el resto del tiempo ponía los pies en la tierra y sabía que aquel sueño tenía poco fundamento en un mundo donde el frío solo se daba en ocasiones muy especiales.

Era un sueño de niños que él tenía la suerte de mantener gracias a la empresa del cristal. Aunque sabía que se acabaría. Cada vez su padre le requería más tiempo.

Caminaba sin rumbo fijo, con sus pensamientos puestos en Kai. Aunque no habían llegado a ser amigos, él siempre había sido bueno con Jack. No merecía el destierro. Pero si era cierto lo de los invernaderos...

—¡Eh, Frost!

Se detuvo con hastío. La voz pertenecía a Torid, un antiguo rival de su hermano cuyo pasatiempo favorito ahora era meterse con él. Torid también se había dedicado al patinaje y no solo eso: a pesar de su rivalidad, Jack había visto la química que había entre ellos. En ocasiones los había cazado, escondido en la oscuridad de la noche, patinando juntos. Se complementaban a la perfección. Y el menor de los Frost sabía que entre ambos saltaban chispas. Pero Torid tuvo un accidente y se partió el tobillo, lisiándole de por vida. Ello le generó un rencor hacia Dermin que se acrecentó cuando este se marchó.

—¿Qué quieres, Torid?

Jack evitó mirar el bastón en el que el otro chico se apoyaba. Sabía lo mucho que eso le ofendía y no quería provocarle.

—¿Todavía sigues con tus sueños infantiles? Te vi esta mañana ir a la laguna.

El muchacho no respondió. No le avergonzaba que supieran que patinaba. Sabía que había gente que lo veía con malos ojos, pues consideraban que no tenía futuro. Sin embargo, otros lo apoyaban en silencio, gente que tres años atrás acudía a la laguna a ver a Dermin, Jack y Elsa —y a Torid antes del accidente— danzar sobre el hielo. El mayor de los Frost estaba luchando por convertir el patinaje en un espectáculo y cada vez ganaba más espectadores.

—¿Y a ti qué te importa?

—Jamás llegarás a mi altura. —Levantó la barbilla dándose importancia.

Jack se mordió la lengua.

—Y que el cobarde de tu hermano abandonara solo hizo que la gente perdiera el poco interés por el patinaje.

No quería caer. Sabía que solo se metía con él porque podía seguir haciendo lo que él ya no. Pero insultar así a su hermano...

—¡No abandonó! Se marchó en busca de convertir el patinaje sobre hielo en un espectáculo famoso en todos los reinos.

Torid soltó una risotada y le señaló con el bastón.

—Eres un iluso, Frost. Pronto caerás, y espero estar allí para verlo.

El cojo se marchó, dejando a un Jack lleno de rabia con los puños apretados. Cada vez que alguien mencionaba a su hermano, le dolía más. En su interior luchaba por creer que Dermin solo había emprendido un viaje para un día regresar con el éxito a su espalda y llevarse a su hermano pequeño y, quizás, a Ealasaid Gerda. Pero cuando alguien decía en voz alta que Dermin Frost los había abandonado, sentía un pinchazo en el pecho.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora