Capítulo 40

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Jack repasó con rapidez los papeles que tenía frente a sí y los firmó. Ya los había supervisado su padre y por eso estaba realizando aquella tarea en modo automático. A pesar de que los Frost se habían relajado un poco respecto al estado de su hijo, seguían teniendo cuidado de que no hiciera más esfuerzos de los debidos.

Él, por su parte, había intentado mantener oculto su poder, pero le fascinaba de tal modo que se había sorprendido a sí mismo jugueteando con un copo de nieve sin haberse percatado de ello.

No dejaba de pensar en las palabras de Mab y en todo lo que conllevaban, y se debatía entre la culpa por no estar haciéndole caso y en la incredulidad. ¿Cómo iba a ser él el portador del invierno? Tenía una vida que no podía dejar atrás.

Y, además, todavía estaba el asunto de Elsa que quería esclarecer. Había visto a Kai en más ocasiones, pero en todas ellas le había dado esquinazo. De manera inexplicable, el chico siempre conseguía desvanecerse de su campo de visión y dejarle cada vez más intrigado.

Dejó el último documento sobre la pila de papeles que tenía a su derecha y se incorporó. Se acercó a la ventana y miró al otro lado con preocupación. La vida en la ciudad era bulliciosa y seguía como si nada hubiera pasado.

Un carraspeo a su espalda le sobresaltó, se dio media vuelta y se encontró con un trabajador, que recogió los papeles, bajo la atenta mirada de Bastian. Este dio unos pasos, rodeó la mesa del despacho y se situó junto a su hijo.

Le pasó un brazo sobre los hombros durante unos segundos, en los que su mirada se ensombreció. Jack sonrió. Bastian no podía evitar esa reacción al ver el frío que emanaba el pequeño de los Frost. Le habían examinado más médicos y ninguno veía nada anómalo, más allá del frío permanente en su cuerpo.

—Ya me ocupo yo del resto. Ve a por unos pasteles de grosella a la Pastelería de la Abuela y márchate a casa.

—Papá, puedo ocuparme de...

—Jack, no pasa nada porque te tomes un descanso.

—Me tratáis como si estuviera convaleciente y estoy bien.

Bastian le examinó y después suspiró, negando con la cabeza. Desvió la mirada hacia el lugar en el que había estado puesta la de su hijo unos minutos antes y señaló con el brazo al exterior.

—Todos vimos lo que pasó en la laguna. Puede que estés bien —volvió a mirarle—, pero tienes que comprender que estamos preocupados. Y no desaparecerá en unos días.

—¿Crees que también se lo llevó a él?

No le hizo falta aclarar a quién se refería. Bastian apretó la mandíbula y sacudió la cabeza varias veces. Abrió la boca y después la cerró, como si no encontrara las palabras adecuadas.

—Es posible. Y eso significa que nunca volveré a ver a mi hijo mayor. No quiero perderte a ti también.

Jack se adelantó unos pasos y abrazó a su padre.

—Eso nunca, papá —dijo con amargura.

Mentía, pues una parte de él mismo no dejaba de repetirle que estaba aplazando lo inevitable y las palabras del hada cobraron ahora más intensidad.

«Tu vida acaba de cambiar. Eres el portador del invierno».

Cuando se separaron hizo caso de lo que le pedía su padre y salió del edificio con la intención de dirigirse a la pastelería. Al menos allí la normalidad había vuelto. No había podido hablar con Kellina más que unas pocas palabras, entre su propio encierro y lo ocupada que había estado ella haciendo que todo estuviera en su lugar para la reapertura de la tienda.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora