Capítulo 44

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Sirviéndose de las corrientes frías se dejó llevar por el cielo. Surcó las nubes y se deleitó con la brisa fresca en el rostro, que golpeaba su piel con fuerza al coger velocidad.

Muy por debajo de él vio un lago enorme, mucho más que cualquier laguna que hubiera visto en su hogar. Durante unos instantes imaginó cómo sería patinar en un lago helado de esas dimensiones. Sacudió la cabeza, concentrándose en su vuelo. Esperando a ver algo que pudiera sorprenderle, aunque con lo que estaba viviendo últimamente dudaba que algo pudiera hacerlo.

O eso pensaba, hasta que sobrevoló sobre un palacio colorido, en cuyo jardín los naipes del tamaño de un hombre caminaban, obedeciendo las órdenes de su reina.

Bajó un poco más, manteniéndose a una altura considerable y siguió su camino.

Una alta torre se desdibujó en el horizonte. Era tan alta que pensó que si bajaba sólo un poco podría rozar la cúpula de su tejado, pero antes de poderle prestar más atención al edificio sintió algo en su interior.

De nuevo esa sensación, como si algo tirara de él. Posó sus ojos en el lugar del que provenía aquello. Lo único que vio fue un bosque y en el centro del mismo, destacando sobre todo lo demás, un camino de baldosas amarillas.

De algún modo, las historias de Kellina se colaron en su memoria y tragó saliva. Se lanzó volando en esa dirección, olvidando la torre, los naipes y el enorme lago. Solo podía pensar en ese tirón, esa atracción que hacía que la boca se le secara de miedo e incertidumbre.

Descendió en picado y se dejó caer en el suelo con más brusquedad de la que pretendía. El resultado fue que cayó de bruces sobre las baldosas amarillas sin elegancia alguna.

No escuchó el grito a su espalda, ni se fijó en el león que se escondió entre los árboles a toda prisa.

Se incorporó de un salto y sacudió sus ropas.

—Tengo que mejorar el aterrizaje —dijo para sí.

Lo volvió a sentir. Igual que sucedió en el Reino de las Lagunas. Un frío antinatural se disipaba en el aire, había rastros de él. Cuando dio un paso, el corazón le dio un vuelco. No era el único rastro de frío. Había otro, pero este era luminoso, un frío como... ¿el de la laguna? O muy parecido a él. Resplandecía mientras se derretía con lentitud sobre las baldosas que pisaba.

Para evitar problemas con Mab, que había demostrado aparecer siempre que creía que Jack estaba saltándose sus deberes, invocó su poder.

Se concentró lo suficiente como para que el sol, que ya se alzaba iniciando el día, quedara cubierto por unas nubes blancas. Sonrió y el poder le hizo cosquillas en la tripa cuando lo dejó salir por completo. Los copos de nieve empezaron a caer a su alrededor de forma intensa. El bosque se tiñó de blanco en apenas unos minutos y el camino de baldosas amarillas atenuó su color a medida que se cubría con la nieve.

El invierno había llegado a Oz.

Satisfecho, volvió a buscar esos rastros y estaba a punto de meterse entre los árboles cuando oyó un crujido a su lado. Se volvió deprisa y, al percatarse de que había sido a causa de un león de pecho amplio, ojos ambarinos y enormes fauces se elevó un metro sobre el suelo.

—No voy a atacarte. Tampoco podría, estoy demasiado asustado con lo que acabo de ver —confesó el felino con vergüenza, bajando la vista hacia sus poderosas patas.

—¿Tú estás asustado? —Jack le miró incrédulo—. ¡Pero si eres un león!

—Eso es lo más humillante...

Jack se mordió el labio, temiendo haber sonado insensible.

Desvió la mirada unos instantes hacia una ciudad esmeralda que se alzaba por encima de las copas de los árboles. El frío le llamaba, y por alguna razón creía que podría encontrar a Elsa si lo seguía. Era absurdo, pero... Mab había dicho que podría encontrarla en otros reinos.

Miró al león afligido y le dio pena, así que suspiró, volvió a poner sus pies en el suelo y dio dos pasos.

—No pasa nada por tener miedo —sonó calmado.

—Eso mismo dijo ella.

—¿Quién?

—Pero luego desapareció y...

De un modo muy humano, el felino husmeó con su pata en la nieve como si fuera a empezar a hacer montoncitos con ella.

—¿Ha estado alguien aquí? —insistió Jack.

—Era aterradora, de verdad, pero resultó ser una chica muy amable. Me dijo que me acompañaría a la Ciudad Esmeralda a ver al Mago de Oz. No puedo ir solo, me da miedo y ahora que se ha ido...

El menor de los Frost puso los ojos en blanco, exasperado.

—Iba con un hombre de hojalata. Tampoco sé dónde está él ahora, cuando desapareció me asusté tanto que eché a correr y ahora... Aquí estoy.

—¿Sabes quién era?

El león alzó su enorme cabeza para mirarle con intensidad.

—Creo que era la Reina de las Nieves.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora