Capítulo 25

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—¿Por qué lo ocultas?

Era la trigésima vez que Elsa se lo preguntaba. Estaban cenando un cuenco de sopa y Mab soltó la cuchara con rabia, salpicando la mesa.

—Mira, te agradezco que no hayas dicho nada a nadie —aunque a quién se lo ibas a decir, si no conoces a nadie— y lo del niño ha sido un acto heroico y altruista. Pero todo ello no te hace digna de mi confianza.

Elsa se mantuvo en silencio unos instantes, con la mirada centrada en su comida.

—Lo hice por ti.

—¿Cómo dices? —Mab clavó sus ojos en ella.

—Te vi en el puente con esos polvos dorados y pensé que si todos te veían, tu vida cambiaría. Todo pasó muy rápido por mi cabeza. Y creí que salvar al niño sería bueno para ti. —«Y para él, por supuesto».

Mas Elsa no mentía. Antes de saber qué pasaba siquiera, lo primero que había venido a su cabeza era que Mab estaba a punto de desvelar una identidad que no quería que se conociera. Y aunque ella no lo comprendía, empatizaba con la morena. Al fin y al cabo, se había hecho cargo de ella.

Mab la estudió durante un buen rato, hasta que la sopa se le enfrió y decidió que no tenía ganas de más.

—Todo es mi culpa.

Cuando Elsa levantó la mirada, la vio de pie mirando el fuego de la chimenea.

—Tú no...

—El poder de la reina, el frío eterno en la ciudad... —La rubia dejó que hablara—. Yo fui quien la dotó de todo su poder. Yo era su hada madrina. Lo que viste en mi mano es polvo de hadas. —Se giró con una mirada triste y culpable—. Ella llevaría el frío por todos los reinos, creando así una nueva estación: el invierno. Creía que era su deseo y la ayudé. Cuando quise darme cuenta de que me había engañado, era demasiado tarde. Usó su magia para crear Corona de Hielo y concentrar aquí su poder, buscando hacerse más poderosa para, un día, expandirse. Como no puede salir, atrae a los incautos que se acercan al hielo y a los espejos. Solo los que saben ver más allá y escuchan su voz tienen afinidad con la magia, y son los que sirven a sus propósitos oscuros.

Elsa pensó en Kai, y rezó para que no fuera demasiado tarde. Había pasado mucho tiempo desde que desapareciera y ella iniciara aquel viaje.

—Tu amigo está vivo todavía. Necesita una luna de sangre para llevar a cabo el sacrificio.

Eso tranquilizó a la joven. Al menos su instinto no la había engañado. Kai estaba vivo y ella había encontrado a la Reina de las Nieves.

Esa misma noche le escribiría una carta a sus padres, más para tranquilizarlos. Y también a Jack, a quien sí le contaría todo aquello, en vista de lo preocupado que estaba por ella. Lo más seguro era que no la creyera, pero si había alguna forma, por mínima que fuera, de que él fuera capaz de hablar con Kellina y transmitirle el mensaje, merecía la pena.

—¿Cómo se la puede vencer?

—No se puede. No seas incauta. ¿Por qué crees que sigo aquí? Robando objetos mágicos a los forasteros en busca de la forma de enfrentarme a ella.

—Pero alguna forma habrá de arrancarle el poder que le diste.

—Ah, sí, para eso sí sé la respuesta.

Se mantuvo en silencio para consternación de Elsa, que se cruzó de brazos.

—¿Y bien?

—La única forma de despojar de su poder a la Reina de las Nieves es destruir su corazón.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora