Habían pasado cuatro días desde la partida de Elsa y todavía no había recibido respuesta. El sistema de envío de mensajes no era infalible. Se entregaban gracias a los animales, usando el agua de la Laguna Parlante, pero no siempre era efectivo.
Los animales, en ocasiones, olvidaban el mensaje antes de llegar al destino o se distraían y se iban por otro camino. Esto era más probable si había más distancia entre el mensajero y el destinatario.
Ayudaba a aumentar las posibilidades de entrega tener un vínculo con el animal empleado.
Jack había tenido un animal de confianza años atrás, pero se enfadó cuando no obtuvo respuesta, al enviar decenas de mensajes a su hermano. De este modo había dejado de comunicarse tan a menudo con el herrerillo de brillantes colores con el que tantas charlas había tenido de pequeño.
El pajarillo, para su sorpresa, había acudido a su llamada e incluso le había picoteado de forma amistosa en busca de algún dulce. El pequeño de los Frost no había olvidado prepararle unos trocitos de melocotón, de los que el animal había dado cuenta antes de escuchar el mensaje para entregar a Elsa.
Suspiró, queriendo sacar eso de su cabeza un día más.
Siempre se sentía mejor tras la sesión de patinaje, pero aquella mañana no había sido así. El siseo del patín en el hielo, lejos de calmarle, le había recordado a Elsa. Se sentía culpable por no haber intentado retenerla. Y, aunque no lo reconocería, echaba de menos tener una rival.
La nostalgia le había hecho releer la carta de su hermano varias veces en esos días, que tan largos se le habían hecho, como intentando buscar una pista o una señal que le hubiera pasado desapercibida hasta ese momento. Toda esa situación le recordaba tanto a él...
Sacudió la cabeza cuando su padre entró en el despacho y le dejó un vaso de zumo en la mesa y un bollo de crema y pera.
—¿Cómo estás? —preguntó Bastian apoyándose en la mesa, frente a su hijo.
—Bien.
—Elsa volverá.
—¡Ah, lo dices por eso! No me preocupa. Claro que volverá.
—Preocuparse por los demás no es algo de lo que avergonzarse o que haya que ocultar.
Jack asintió y su padre se despidió de él, alegando que tenía asuntos que atender por los invernaderos de la ciudad. El muchacho asintió y se concentró en su tarea.
Ordenaba el papeleo de la empresa, algo de lo que, al parecer por la cantidad, no se habían preocupado en absoluto en años.
Cogió las carpetas y las puso en un carrito de madera que chirrió con el peso cuando lo llevó a través del pasillo camino del almacén. Repleto de archivadores y olor a pergamino viejo, era el lugar más abandonado de todo el edificio. Algo que Jack quería cambiar. El orden era imprescindible para que todo fuera como debía. Encendió las luces y tomó un candil, dirigiendo el carrito al centro de la sala, donde había una mesa grande, de madera gastada y un par de sillas con el acolchado raído.
Depositó las carpetas en ella y se sentó. A su alrededor los archivadores le observaron en silencio, mientras abría la primera. Resopló y levantó una nube de polvo que le hizo estornudar.
Empezó a leer. Era una caligrafía particular, en la que destacaban las íes, cuyo punto era un círculo más grande de lo habitual. También las efes y las eles tenían palos largos y curvos.
Era un informe bien detallado que terminaba en una factura a nombre de...
Se detuvo en seco al ver la firma.
«...atentamente,
Dermin Frost».
Releyó el informe una y otra vez. Y después otro. Y otro más. Firmados todos por el puño y letra de su hermano mayor.
Veía algo extraño en esa caligrafía, pese a que llevaba los últimos años releyendo su nota casi a diario. Conocía cada trazo y no recordaba esa i. Los palos alargados no eran iguales, pero sí se le asemejaban. Mas al que hubiera falsificado esa nota se le habían pasado los puntos gruesos de las íes.
No podía creerlo: la carta de despedida era falsa. Y, siendo así, ¿qué más cosas respecto a la desaparición de su hermano eran mentira?
Se puso en pie, recogió el lugar y con varios informes entre las manos se dirigió hacia su casa con una expresión serena en el rostro. Intentaba aparentar calma, pero por dentro bullía de rabia.
Necesitaba una explicación y sabía bien a quién debía pedírsela. Atravesó la ciudad y el camino que ascendía hasta su hogar. A cierta distancia, en uno de los terrenos acristalados, su padre le vio pasar a toda prisa y supo que algo no andaba bien.
Jack no se fijó en él. Cuando estaba atravesando el umbral de la puerta escuchó a su padre tras él.
—Espera, Jack ¿qué...? —Estaba sin aliento.
Su hijo le ignoró, no saludó a su madre y subió las escaleras de dos en dos. Revolvió el cajón con nerviosismo hasta dar con la clavija. Sacó la nota y bajó otra vez. Sus padres le observaban confusos hasta que vieron lo que llevaba en las manos e intercambiaron miradas alarmadas. Ambos se acercaron despacio a su hijo menor, que se apartó alzando las manos, esquivando el contacto. Señaló los papeles y después se cruzó de brazos.
—¿De quién fue la idea de mentirme?
—Hijo, no fue... —empezó Coral.
—No intentes embaucar como siempre, mamá. Falsificasteis la nota sí o no.
—La respuesta no es tan sencilla, cariño.
—Claro que lo es. Un buen día decidisteis hacerme creer que mi hermano había escrito una nota de despedida. No hagáis como que no tenéis ni idea de esto.
—Sí que lo hicimos, Jack. —Bastian avanzó varios pasos hacia él.
Jack se echó hacia atrás y su padre extendió los brazos en un gesto suplicante.
—¡Pero fue para protegerte!
—¿Protegerme? —escupió Jack—. ¿Con mentiras?
—Tu hermano nos abandonó, cariño. Tú aún eras pequeño... Y le querías tanto que pensábamos que eso te rompería —dijo su madre, despacio.
—¿Pequeño? ¡Tenía diecisiete años! —Sus padres se miraron, frustrados—. No hubo ninguna nota.
—No. Fue tan repentino que...
A Coral se le rompió la voz con un sollozo y Jack, a pesar de su enfado, sintió lástima por ella. Siempre la había visto mantenerse fría y enfadada con su hijo mayor, pero hasta ese momento, no la había visto romperse de verdad. Las lágrimas empezaron a caer sin control por sus mejillas.
—Mi hijo se había ido y yo solo podía pensar en que tú, mi pequeño, no ibas a poder... —Hipó intentando recuperar el control sobre sí misma.
Bastian la rodeó por los hombros y la abrazó, mas ella se apartó y se dirigió a Jack. Le tomó por los brazos y respiró hondo.
—Todo lo que hicimos fue por ti. Pero a veces los padres...
—A veces cometemos errores —terminó su padre por ella—. Estábamos destrozados. Dermin nos abandonó sin dejar ni una nota de despedida. En busca de sus sueños, pensamos, pues era la única respuesta. No queríamos que te sintieras tan vacío y desesperado como nosotros, por eso lo hicimos. Al principio tu madre no quería, pero yo...
Jack ya no escuchaba. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Si no había dejado una nota, si había desaparecido en un suspiro... Estuvo a punto de reír de histeria al ver hacia dónde se dirigían sus pensamientos.
«¿Y si la Reina de las Nieves se lo llevó como a...?».
«Kai está muerto, es solo un cuento para asustar a los niños. Como los que nos contaba Kellina».
Su mente se iluminó. Kellina. Tenía que conseguir hablar con ella.
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El origen del invierno
FanfictionUn retelling crossover sobre Elsa y Jack Frost que podéis conseguir en Amazon. Un espejo. Un lago. Un corazón helado. Una magia de nieve. Una corona. Un propósito. Un solo poder. ¿Y si Elsa y Jack Frost fueran el origen del invierno? Cuarta entrega...