Capítulo 21

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El dinero de Elsa no servía en aquella fría ciudad. O casi no servía. El dependiente había sacado un artilugio de detrás del mostrador en el que había metido las monedas de la joven y estas se habían transformado en el dinero de Corona de Hielo. Pero solo le daba para una prenda, aunque supo elegir bien: una bufanda mágica.

La sobrina del hombre había llegado justo en ese momento y le había pedido a su tío una para su hermana. Al escuchar «bufanda mágica», a Elsa le entró la curiosidad y prestó atención. En un principio lo que vio fue una vulgar prenda para el cuello. Muerta de la curiosidad, no pudo evitar preguntar a la muchacha.

—Pero ¿de dónde eres? ¡Es el último grito en la ciudad!

Y, de repente, con rápidos y precisos movimientos, le mostró a la recién llegada que la bufanda podía convertirse en vestido, capa, capucha, manga larga y mucho más. Elsa quedó fascinada.

—Y la tela da un calorcito muy agradable. ¡No se necesita nada más!

Dicho esto, la metió en su bolsa y se marchó tras darle un sonoro beso a su tío.

—Quiero una —le pidió Elsa al hombre que señaló una estantería donde había varias de diversos colores—. La turquesa, por favor.

Y así salió de la tienda abrigada con lo que parecía ser una capa corta. El tacto era suave, y tal y como le había dicho la otra chica, aportaba un calor muy agradable.

Su próximo objetivo sería buscar a la ladrona. Mas ¿cómo hacerlo en una ciudad? Necesitaba moverse rápido para abarcar todo lo posible.

Y enseguida lo supo. Sus ojos se dirigieron al río, donde gente patinaba y trineos pasaban a toda velocidad. Una sonrisa floreció en su rostro y, por un momento, se acordó de Jack. ¡La envidia que tendría si supiera que ella iba a patinar por un lugar tan inmenso! Sin embargo, enseguida se centró y se colocó los patines. No estaba allí para disfrutar, sino para encontrar a Kai. Estaba muy cerca.

Mas no lo pudo evitar. Una vez sus cuchillas rozaron el hielo, la sensación que siempre la embargaba la inundó. Se deslizó con suavidad, esquivando a otras personas y por un momento se olvidó de que estaba buscando a alguien.

«Elsa, céntrate», se recriminó, molesta consigo misma.

Dirigió sus ojos a los laterales. Pasó en primer lugar por la zona donde la había conocido, pero allí no la vio. Recorrió otras calles sin éxito. La noche se hizo dueña de la ciudad, y pasó algo que Elsa no esperaba: el río resplandeció. Fuera de él, la iluminación era como fuegos fatuos de lo que parecía ser escarcha, que flotaban sobre las cabezas de los viandantes.

A punto estuvo de chocar con una señora cargada con bolsas de frutas y verduras. Pero es que la magia que allí flotaba la había impresionado. Y si no hubiera sido porque tuvo que detenerse a admirar todo unos instantes, no hubiera visto a la ladrona, paseando tranquilamente con una mano en un bolsillo y en la otra sosteniendo una manzana blanca mordida. Se detuvo en un escaparate y Elsa, sin quitarle el ojo de encima, lo aprovechó para cambiarse con rapidez. Casi temió perderla, pero la ladrona iba con tranquilidad.

La rubia se le acercó por detrás, la agarró del brazo y la arrastró consigo a otro callejón cercano.

—¡Devuélvemelo, ladrona!

Por un momento, la apelada abrió mucho los ojos, por la sorpresa. Luego sonrió con ironía y sacó el objeto envuelto del bolsillo.

—¿Esto?

Elsa intentó alcanzarlo, pero la otra lo alejó de ella.

—¡Es mío!

—¿Sí? ¿Y a quién se lo has robado tú?

La rubia la miró sin comprender.

—No lo he robado. Es un regalo.

La ladrona chasqueó la lengua y dio un mordisco a la manzana.

—Algo así no es fácil de conseguir. Dime a quién se lo has robado y esto quedará entre nosotras.

Elsa bufó.

—No. Lo. He. Robado. —La otra alzó una ceja, escéptica—. Me lo regaló un hada madrina llamada Día.

Al pronunciar ese nombre, la morena relajó el brazo y Elsa pudo hacerse con el objeto sin recibir resistencia.

—¿Conoces a Día?

—Me ayudó a llegar hasta aquí.

La ladrona ladeó la cabeza dando un nuevo mordisco a la fruta.

—¿Y por qué querrías venir aquí?

—¿Y por qué iba a decírtelo?

—Tal vez pueda serte de ayuda. —Se encogió de hombros.

—¿Primero me robas y luego me ayudas?

La joven de pelo corto suspiró, terminó la manzana y tiró los restos a su espalda.

—Está bien, volvamos a empezar. —Extendió la mano—. Me llamo Mab. ¿Y tú eres...?

La rubia dudó, mas no tenía nada que perder. Estrechó la mano.

—Ealasaid.

—Curioso nombre. No sé si me acordaré.

—Puedes llamarme Elsa, si lo prefieres. —No le hacía mucha gracia, pero si ser agradable con aquella desconocida de ojos anaranjados podía ayudarla...

—Bien, Elsa. ¿Y qué te ha traído a Corona de Hielo?

—La Reina de las Nieves.

Mab parpadeó varias veces y miró alrededor, comprobando que estaban solas.

—Ahora, vas a venir conmigo. En silencio.

Pasó junto a ella y Elsa optó por seguirla. No tenía a dónde ir y no conocía a nadie allí, además de que ya no le quedaba dinero para una posada.

Atravesaron parte de la ciudad hasta una zona que parecía más pobre. Había una casa destartalada de dos pisos, con escalera exterior, por la que subió Mab. Abrió una puerta de madera que necesitaba una buena mano de pintura y la invitó a entrar. Una vez dentro, la estancia en la que estaban se iluminó con una agradable chimenea y los ojos claros de Elsa recorrieron el lugar. Estaba lleno de trastos sin un orden, botellas de cristal colocadas de cualquier forma en una estantería ajada, con diversos contenidos que no supo identificar. Y lo que más llamó su atención: un caldero.

—¿Eres una bruja o algo así?

Mab soltó una risotada deshaciéndose de la capa de abrigo y dejándola sobre un sillón, mas no respondió a la pregunta.

—Dime, ¿qué quieres de la reina?

—Solo recuperar a mi amigo.

La morena la invitó a sentarse en el sillón, mientras ella lo hizo sobre un escritorio que había en medio, balanceando los tobillos cruzados.

—¿Qué sabes sobre ella?

—No mucho. —Elsa se sintió estúpida en esos momentos. Había ido con decisión a presentarse ante la Reina de las Nieves, pero en ningún momento se había parado a pensar en qué le diría ni qué haría.

—Si ella se ha llevado a tu amigo, dalo por muerto.

La rubia clavó sus ojos en la ladrona y musitó:

—Jamás. Kai está vivo.

Mab chasqueó la lengua.

—¿Has visto los lobos que hay por aquí? —Esperó a que la otra asintiera—. En realidad son personas. O lo fueron. Murieron a manos de la reina, y tuvieron la oportunidad de convertirse en lobos invernales o cruzar al otro lado. —Un escalofrío recorrió la espalda de Elsa—. La reina es malvada y tiene mucho poder. El frío que envuelve la ciudad proviene de ella. Si te enfrentas a la Reina de las Nieves, no saldrás con vida.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora