Capítulo 18

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Con tanto trabajo, le había costado encontrar un hueco para ir a hablar con Kellina. Además, se sentía responsable de su destino. Estaba encerrada en una residencia, como si solo se tratara de una vieja que había perdido la cabeza.

Sonrió altivo entrando en la residencia, como había visto hacer a su madre cuando quería conseguir algo. Llevaba unos saquitos con dinero en el cinturón, ocultos bajo su camisa y la idea fija de que vería a la repostera aunque tuviera que gastarlos todos.

La chica que la atendió en el mostrador le reconoció enseguida.

—Ah, señorito Frost...

—Vengo a ver a Kellina Tharg.

—Eso no será posible. Solo los...

El tintineo de un saquito en el mostrador hizo que la chica se atragantara. Seguramente doblaba su asignación semanal. Ella tragó saliva, pero no cogió el dinero.

—Me puedo meter en un buen lío.

Jack dejó otro saco en el mostrador y ella agrandó mucho los ojos.

—Sé que a esta hora no hay visitas. También sé que el jefe está comiendo.

Miró por la ventana que había tras la chica. Había estado observando las rutinas del lugar cuando iba y venía de la empresa Frost. Hacía poco que Kellina se había metido en su habitación para descansar tras la comida. La chica estaba sola de guardia durante un par de horas más o menos. Tiempo más que suficiente para lo que necesitaba.

—Está bien.

Ella cogió furtivamente el dinero, como si temiera que el chico la estuviera engañando y después le guio por un pasillo estrecho hasta la habitación de la anciana. Le dejó entrar tras advertirle de que tenía algo menos de una hora.

La puerta se cerró a su espalda y Jack se quedó mirando a la anciana que tejía en una mecedora de mimbre con un libro entre las manos.

—¡Qué sorpresa, Jack Frost! Bienvenido a mi... ¿hogar?

Hizo un gesto que abarcaba con el brazo la pequeña habitación. Una cama con una colcha blanca salpicada de rosas azules bordadas, una mesita, un baúl para sus pertenencias. Junto a ella había un escritorio de madera pulida y una silla. Una pequeña estantería vacía, a excepción de unos cuentos y la alfombra sobre la que estaba la mecedora.

—Lamento que estés aquí. —Jack bajó la mirada. Lo sentía de verdad.

—Me cuidan bien. No puedo seguir haciendo pasteles y todo el mundo me toma por loca —un brillo triste cruzó su mirada—, mas algún día me creerán.

Se quedaron un momento en silencio. Jack no sabía cómo o por dónde empezar la conversación. Al final, sus labios cobraron vida por sí mismos.

—¿Sabes lo de Kai?

—¿Su supuesta muerte? —Dejó las agujas a un lado, sobre el escritorio.

Jack la miró de forma interrogativa, sin saber bien cómo responder a eso. Kellina continuó:

—No está muerto. En realidad, no me importa si tú lo crees o no, pero sé que está vivo. Y que está con ella.

—¿Te refieres a la Reina de las Nieves? —Había bajado su tono.

—¿Ahora me crees?

La anciana alzó una ceja mirándole con picardía. No había rencor en sus ojos, lo que sorprendió al más joven.

—No es eso, es que... Tú siempre has afirmado que a mi hermano también se lo llevó ella y...

—... y tú nunca me has creído. Aunque hubo una época en la que parecía que sí.

—Lo sé, es que es tan fantasioso... ¿Cómo podría...? —Sacudió la cabeza, confuso—. Además, tenía una nota de despedida y... ha resultado ser falsa.

Kellina asintió despacio, como buscando las palabras para contestarle.

—Ha llegado el momento de que escuches lo que pasó esa noche. —Jack la miró desconcertado y ella alzó un dedo a modo de advertencia—. No quiero que me interrumpas. Podrás hablar al final.

El chico asintió y ella miró hacia la ventana, como si eso la ayudara a viajar tres años atrás.

—Era una noche fresca de primavera. La pastelería ya estaba cerrada al público, pero yo me había quedado acabando tarta de melocotón. Me distraje con un ruido y me corté. Y como no me quedaba agua regenerante, me tuve que ir hacia la laguna. Se lo pude haber pedido a mi hijo o a mi nieto. Ya conoces a Kai, siempre ha sido un muchacho muy servicial y amable. —Hizo una pausa, como para remarcar más la bondad de su nieto—. Pero me alegro de no haberlo hecho, porque lo que vino a continuación me dejó helada.

Jack tragó saliva. No estaba seguro de querer escuchar el resto de la historia.

—Esa laguna es peligrosa, siempre lo he sabido, pero ese día mis sospechas se confirmaron de la peor de las maneras.

—Pero...

La anciana alzó la mano, recordándole lo de las interrupciones y siguió hablando:

—Como sabes, la Laguna Helada está de paso a la Laguna Cicatrizante. Todavía no era noche cerrada, mas pese a ello iba con mi frasquito luminoso. El lago helado brillaba, como si... —Suspiró—. Y Dermin estaba allí, pero no patinaba, estaba de rodillas en el centro mismo del hielo. Y, entonces, todo pasó muy deprisa. Dermin desapareció ante mis ojos, engullido por el lago.

En otro momento, Jack se hubiera reído. Era la historia más inverosímil que había escuchado en su vida. Pero respetaba a Kellina y no quería llevarle la contraria, no cuando ella misma estaba tan afectada. Le tendió un pañuelo y ella lo aceptó y se secó las lágrimas.

—No sé qué decir.

—No digas nada, Frost. Sé que no me crees, pero no estoy loca. Sé que parece una locura pero existe todo un reino helado bajo tus pies. Uno que le pertenece solo a ella. A la Reina de las Nieves. Ella se llevó a tu hermano, Jack. Y también a Kai. Y si Ealasaid no regresa, quedará presa en el reino helado.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora