Capítulo 12

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Sus padres estaban sentados en el salón con la preocupación reflejada en el rostro. Coral dejó la infusión ya fría que había estado tomando y corrió a recibir a su hijo.

—¿Dónde estabas? Con ese peligro suelto...

Coral había insistido en que Kai era peligroso y hasta que no apareciera lo mejor era andarse con cuidado. Jack la entendía, pero cuando le habían confirmado el veredicto y la desaparición de Kai había recordado a Elsa, y sabía bien dónde lo habría ido a buscar. Por fortuna o por desgracia, ella no había dado con el muchacho. Los guardias se encargarían de buscarle por el reino. Un chico no podía evaporarse como si nada.

—Elsa estaba en el lago. No había rastro de Kai.

—Gracias a las hadas —suspiró su madre aliviada.

Bastian llegó desde la cocina con una taza humeante y se la tendió a su hijo con una sonrisa carente de humor.

—Te vendrá bien para descansar.

Jack aceptó y se sentó con ellos. Bebió de la infusión, afrutada y con un toque dulce.

—¿Cómo está Ealasaid? —preguntó Bastian.

—Mal. Serán unos días duros, pero aprenderá a vivir con ello, como hicimos nosotros.

Sus padres intercambiaron una mirada triste, pero ninguno dijo nada. Jack se terminó la bebida y deseó buenas noches a sus padres.

La noche no fue del todo reparadora, puesto que al revivir todas esas emociones soñó con el día en que desapareció su hermano. Se despertó como si hubiera vuelto al pasado. Tomó una bocanada de aire y cerró los ojos unos instantes, retorciendo las sábanas con los puños.

Ahogó un grito de frustración y estaba a punto de sacar la nota para releerla cuando unos toques en la puerta le interrumpieron.

—¿Jack? ¿Estás despierto?

Era su madre. Miró por la ventana. Los rayos entraban a raudales por ella y maldijo por lo bajo. Se había dormido y ni siquiera tendría su sesión de patinaje matutino.

—¡Ya voy, mamá!

Se quitó la camiseta del pijama y la dejó sobre la cama. Estaba buscando una camisa limpia cuando la puerta se entreabrió.

—Ha venido Ealasaid.

Jack la miró sin comprender. ¿Elsa? ¿Qué hacía en su casa?

—Ya bajo.

Terminó de vestirse y tras adecentarse un poco el cabello revuelto bajó las escaleras. La joven estaba en el salón de pie junto a un sillón. Tenía los ojos enrojecidos y estaba nerviosa.

—Elsa, qué sorpresa tenerte aquí —bromeó, intentando sacarle una sonrisa.

Ella asintió quitándole importancia, como si nada la tuviera y atravesó el salón a grandes zancadas hasta llegar a su posición.

—Quiero hablar contigo.

La rubia miró en derredor con cierto nerviosismo y Jack comprendió.

—Claro. Demos una vuelta por el jardín.

Coral los miraba extrañada mientras empezaba a sacar los libros de cuentas. Una vez a la semana se dedicaba a hacer números de la empresa. Jack le dio un beso en la mejilla y le dijo que no tardaría. Era una manera de decirle que no era ningún truco para huir de la contabilidad, sin duda la parte más tediosa de ser empresario de un gran imperio.

Llevó a Elsa a un cenador de piedra cercano a los invernaderos. Estaba lo suficiente lejos de la casa como para que ella estuviera cómoda y también lejos de los oídos indiscretos de los sirvientes. Se sentaron en un banco de piedra. Elsa no paraba de retorcerse las manos una contra la otra y el menor de los Frost recordó los primeros momentos sin Dermin y se compadeció de ella.

—¿Cómo estás? —preguntó Jack, que no entendía bien a qué venía tanto secretismo.

—Gracias por lo de ayer, pero no he venido por eso.

Él entrecerró los ojos sin comprender.

—Bueno, en parte sí —añadió atropelladamente.

—Elsa, suéltalo.

—Verás, es que... —tomó aire y le miró a los ojos—, creo que la Reina de las Nieves podría ser real.

Jack parpadeó varias veces antes de soltar una carcajada. Se echó hacia delante entre risas y al ver la expresión seria de ella, supo que no estaba bromeando.

—¿Has venido hasta aquí para hablarme de un cuento?

—Jack. Escucha. Sé que parece una locura. Llevo dándole vueltas toda la noche. Ayer, cuando fui a buscar a Kai, lo que vi en el lago fue...

—Estabas nerviosa. A veces vemos lo que queremos ver y en una situación así...

—No. Era real, Jack. No estoy loca. Piénsalo un momento.

Jack negó con la cabeza y se puso en pie. Suspiró y miró a su alrededor en busca de las palabras. Finalmente se puso en cuclillas frente a ella y la miró con dureza.

—Pequeña Elsa, la vida es una mierda a veces. La gente que creemos conocer cambia de un día para otro y se va.

—No, no... No conocías a Kai, pero sí a Dermin y...

—A eso me refiero. Creía conocer a Dermin, pero al parecer no era el que todos veíamos. Se fue y nos dejó y no va a volver. Igual que Kai.

—Si escucharas lo que tengo que decir... Había un palacio de hielo y...

—Elsa. Para. —La miró serio—. No quiero oír nada más de esto. Estabas mal, triste, derrotada. Entiendo lo que es perder a un hermano, el dolor es devastador. Te destruye y crees ver cosas donde no las hay, es normal. No estás loca, ni...

—No me crees.

—No digo que no lo vieras, solo que...

—Que me lo imaginé.

—Exacto.

Elsa se levantó con brusquedad, Jack se tambaleó antes de incorporarse también.

—Entonces no vas a ayudarme.

Elsa le dio la espalda y empezó a caminar hacia la salida de los jardines.

—¿Ayudarte? ¿Con qué?

—A esclarecer esto. A buscar a Kai. Y, quizás, también a tu hermano.

No contestó, no sabía qué decir. Ni siquiera sabía qué quería oír ella. Cada uno llevaba el dolor de forma diferente.

—Lo tomaré como un no.

—¡Espera! ¡Elsa! Sé que tratas de aferrarte a cualquier esperanza por fantasiosa que sea, yo también lo hice, pero...

No le dejó añadir más y se fue camino de la ciudad hecha una furia. Jack se compadeció de ella, pero no había nada que pudiera hacer para librarla del dolor que la estaría atormentando durante días. Y meses.

Él aún lo sentía a veces. Un aguijonazo de nostalgia que te hacía pedazos.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora