Capítulo 17

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La joven se levantó con el buen humor que la caracterizaba los últimos días. Le gustaba su vida: vivía en una cabaña en el bosque, no muy lejos de la aldea. Limpiaba, cocinaba y paseaba deleitándose con la melodía del Bosque de las Notas. Disfrutaba hablando con los pueblerinos y también con la chica con la que vivía, Día.

Aunque esta solía estar nerviosa, le hacía preguntas extrañas sobre su pasado y probaba pociones con ella a las que Ealasaid no ponía ningún problema. Confiaba en ella y le parecía divertido. Una vez hasta le salieron orejas y nariz de conejo durante un día entero, y correteó por los alrededores saltando como tal, mientras Día la perseguía pidiéndole que se detuviera.

—¿Seguro que no recuerdas a quién buscabas?

Otra vez la misma pregunta. Ealasaid puso los ojos en blanco.

—¿Qué importa? Si fuera importante lo recordaría. Soy feliz aquí viviendo contigo. ¿Por qué no lo dejas estar?

Pero sabía que Día no iba a detenerse hasta devolverle unos recuerdos que decía haberle quitado.

A Ealasaid poco le importaba. Suponía que, si debía recuperar su pasado, vendría por sí mismo.

La chica del vestido azul siguió sentada a la mesa, revisando sus libros de estudio, mientras la otra se afanaba por preparar un pastel de frutas del bosque. No recordaba dónde había aprendido a hacerlo, mas los pasos de la receta aparecían en su mente y sus manos obedecían.

Unos toques en la ventana llamaron la atención de ambas. Tras los cristales, bañado por el sol, vieron un pequeño pájaro que ladeaba la cabeza a uno y otro lado, y picoteaba el tragaluz haciendo el mayor ruido posible. Las muchachas intercambiaron una mirada de confusión y Día se levantó para dejarlo pasar.

—¡Hola, pequeñín! ¿Te has perdido?

Era un herrerillo de colores vivos que reflejaban los rayos solares con su aleteo. Se posó sobre la mesa redonda en la que el hada tenía sus códices y picoteó la mesa.

—Creo que quiere algo —adivinó Ealasaid.

—Si no recuerdo mal, estudié un hechizo que me permitía comunicarme con animales. ¿Dónde lo tendré? —Día se sentó y rebuscó entre sus papeles, pero todo era caos. Se revolvió el pelo, nerviosa. Por mucho que hubiera estudiado para ser un hada madrina, todavía le quedaba mucho por memorizar y practicar.

El ave revoloteó por la estancia, que hacía la vez de cocina, comedor y salón. Unas pequeñas escaleras conducían al dormitorio que ambas compartían. El herrerillo desapareció por ellas y solo cuando escucharon un golpe seco se apresuraron a subir.

—Pero ¿qué hace? —inquirió el hada.

Había una bolsa en el suelo y una botellita había rodado sobre la madera. Ealasaid la recogió.

—Eso es tuyo —le dijo Día clavando la mirada en su amiga—. Lo llevabas cuando nos encontramos. ¿Te suena de algo?

Ealasaid negó con la cabeza. Nunca había mostrado interés por su pasado, por ello tampoco se había molestado en preguntarle a la chica del vestido azul si tenía alguna pertenencia.

El ave voló alrededor de su cabeza y picoteó el cristal de la botella. Había un líquido transparente en ella.

—Quiere que beba...

Sin darle tiempo a Día a responder, Ealasaid abrió la botella y dio un sorbo. Tenía un sabor un tanto ácido, mas no desagradable.

¡Ahora sí! ¡Ahora sí!

—¡Ah!

—¡Cuidado! —El hada se lanzó a por la botella que la otra chica había soltado con expresión de sorpresa.

Tengo un mensaje para ti, Elsa.

—Elsa... —musitó la apelada.

—¿Cómo dices?

La joven de melena rubia ignoró a Día y se centró en el pájaro, sabiendo que era él quien estaba hablando con voz chillona.

Jack Frost te pide que vuelvas. Tu familia está muy preocupada por ti. Y Kai ha sido hallado muerto.

—Jack Frost... Kai... Elsa...

La joven se llevó las manos a la cabeza y se arrodilló. El hada se agachó junto a ella.

—¿Estás bien?

Tras unos instantes de silencio, Elsa levantó la mirada.

—Lo recuerdo todo.

Día abrió la boca.

—¡Pero si yo no he hecho nada!

—Esta ave me ha traído un mensaje de un... —La joven no supo si denominar «amigo» a Jack era correcto.

—Pues claro... Un mensaje de tu propio hogar ha sido suficiente para despertar tus recuerdos. ¡Qué fácil!

El hada se levantó dando saltos de alegría, con el herrerillo revoloteando a su alrededor, piando al son de sus gritos.

Sin embargo, Elsa se mantuvo de rodillas, se abrazó a sí misma. El cuerpo le temblaba.

—No. Sé lo que vi.

—¿Qué dices? —Día detuvo su movimiento.

Elsa se levantó.

—Kai está vivo, y voy a encontrarle. Tengo que ir a Corona de Hielo.

—Yo puedo ayudarte a llegar.

La joven miró al hada con suspicacia.

—¿Lo harás igual que el hechizo de orientación? —inquirió señalándose la cabeza.

—Oh, vamos. Fue un pequeño error. —Agitó la mano restándole importancia—. Puedo abrirte un portal. Saqué matrícula de hada en la asignatura de Arcos Mágicos. —Elsa continuó mirándola con cierta desconfianza—. ¿Quieres una demostración?

Sin darle tiempo de responder, Día conjuró uno allí mismo. Elsa vio una elipse ante ella y, al otro lado, un bosque difuminado por una espiral celeste, en lugar de la habitación en la que se encontraban. El hada la cogió del brazo y la arrastró consigo.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora