Capítulo 29

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Estaba nerviosa. Cuando inició el viaje estaba decidida. Veía el enfrentamiento como algo lejano y, en el fondo, había deseado que todo fuera un cuento de niños.

Pero ella era real.

Y había llegado el momento de enfrentarse a ella y recuperar a su amigo.

—¿Estás segura de esto?

La voz de Mab interrumpió sus pensamientos, y le hizo apartar la mirada de su reflejo en el espejo.

—¿Acaso tengo otra opción?

—Olvidarte de tu amigo y, sobre todo, de ella.

—Y seguirá secuestrando y matando.

Mab se colocó frente a ella con expresión seria.

—No te hagas la heroína. Coges a tu amigo y sales corriendo. No te enfrentes a ella.

—¿Cómo estás tan segura de que Kai estará con ella?

—Porque es su nuevo juguete. A donde ella vaya, irá él. —Suspiró—. Cuando necesites volver, solo deséalo con la piedra tocando el cristal y el espejo se abrirá.

»Y, recuerda: el tiempo allí no pasa igual que aquí. No te entretengas, o a saber cuánto pasarás ahí dentro. Los hay que han pasado años desaparecidos...

—Todo irá bien —prometió Elsa, aunque ni ella misma creía en sus palabras.

El hada no tenía más que añadir. Se apartó de ella y colocó bien el espejo sobre la mesa. Echó una última mirada a Elsa y lanzó polvo de hadas en la superficie de plata. Al principio, la rubia no notó nada, y ya iba a preguntarle cuando percibió una ondulación en el cristal. Se repitió. Era como si ahora fuera acuoso.

Alargó la mano y, antes de que pudiera darse cuenta, estaba al otro lado.

Miró hacia atrás, rápida. Mab estaba allí. Le había prometido que, si Elsa no daba señales de vida en las próximas semanas, la buscaría. La muchacha no sabía si el hada lo decía de verdad o solo por tranquilizarla.

Levantó la mano en un gesto de despedida y se internó en el decolorado y neblinoso mundo de los espejos. Le costaba ver más allá y tuvo que caminar despacio hasta que sus ojos se acostumbraron a la poca luz que provenía de todas partes... y de ninguna.

Cuando llevaba lo que le parecían horas, empezó a desesperarse. ¿Cómo iba a encontrarlo? Lo único que podía hacer, tal y como Mab había dicho, era asomarse a los espejos. Ver el otro lado. Pero ello requería detenerse, usar la piedra, mirar y... comprobar que no era el que buscaba.

Un zumbido cargado de una melancólica melodía se acercó.

Una mariposa.

¿Una mariposa?

¿En el mundo de los espejos?

Se detuvo a observarla mientras esta revoloteaba a su alrededor. La mariposa desprendía música con cada aleteo, y algo de luz. No una luz brillante que permitiera ver el lugar, pero sí la suficiente para que la joven pudiera apreciar lo que había a sus pies. Las alas de la mariposa estaban hechas de un mosaico de espejos que la reflejaban.

El insecto se apartó de ella, se alejó. Elsa tuvo apenas unos segundos para decidir si seguirla o continuar vagando sin rumbo fijo.

—A ver a dónde me llevas, pequeña —musitó y salió en pos de la mariposa.

No tuvo que caminar mucho. El animalito se posó sobre un poste de madera sin dejar de aletear y emitir música.

Elsa chasqueó la lengua, decepcionada. De nada le había servido ir tras ella. Ya iba a girarse cuando la tenue luz de la mariposa iluminó la estructura sobre la que estaba posada. Era un cartel.

«Hacia el invierno».

A varios metros, alcanzó a ver otro.

«Hacia la primavera».

No llegó a ver los otros dos que deberían corresponder al resto de estaciones que conocía. Mas tuvo una corazonada.

—¡Gracias, pequeña!

Siguió por donde indicaba el invierno. El terreno cambió. Aunque no lo notaba en su piel, el ambiente se tornó frío. Y el suelo, suave.

Encontró un primer espejo y, esperanzada y temerosa, se asomó a él utilizando la piedra. Mas al otro lado solo vio una mesa repleta de coloridas y humeantes tazas de té. Frustrada, continuó caminando, pero su avance se le hacía lento.

Tuvo una idea. Sacó los patines y se los puso. Probó a deslizarse y sonrió. Aunque lo que pisaba no era hielo, podía patinar. Era curioso.

La mariposa la había seguido, y mientras Elsa patinaba, revoloteó a su alrededor dejando un rastro de música y luz. Por un momento, la joven casi se olvidó de su misión. El frío, la música y su danza era lo que existía en aquel momento.

—Eres osada, Ealasaid.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora