4- Ingreso al equipo.

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Haltom

Fui al aparcado para irme a casa y mientras encendía un cigarrillo vi a lo lejos a Helena que me miraba, quise sacarle el dedo o tirarle un beso para molestarla pero opté por ignorarla, ya habrá tiempo para hacerle enojar.

"¿Piensas molestarla siempre que la veas?"

Obvio, aún me la debe por haberme tirado estúpidamente todas mis cosas en el pasillo.

Me monte en mi moto y emprendi mi camino a casa, no era muy lejos, del instituto a ella solo eran diez minutos. Papá compro una casa en la calle West side drive en una residencia que a decir verdad era impresionante, era una calle ciega, tenía muchos árboles grande, las casas eran fantásticas pero ninguna como la de papá.

Tengo que admitir que espere menos para un pueblo como Maynard, estaba acostumbrado a la cuidad de California pero no era desagradable estar aquí.

Cuando entré a casa el grito de Marthita me asusto.

—¡Quieto ahí señorito!— dijo saliendo de la nada— ¡Quítate los zapatos antes de entrar!.

Marthita trabaja para mi familia desde que tengo uso de razón y a donde vamos ella va. La historia de ella es un poco triste, ya no tenía familia, sus padres murieron por ley de vida y sus dos únicos hijos también murieron en un incendio junto con su esposo en su antigua casa, eso fue lamentable. Mamá y Papá al enterarse de la tragedia decidieron traerla a vivir con nosotros, a fin de cuentas era necesario, ambos trabajaban en todo el día y necesitaban a alguien que nos cuidara mientras ellos no estaban. Recuerdo a Marthita llevándonos a la escuela, bañando nos, haciendo nos pasteles, jugando con nosotros, bajando nuestras fiebres, llevándonos a dormir y mas aún después de la muerte de Mamá. Marthita ha estado ahi para nosotros siempre.

—¡Marthita por favor! ¡Tu sabes lo molesto que es para mí estar descalzo!.

—¡Y tu sabes lo molesto que es para mí que estropeen el piso después de yo haber pasado todo el día limpiando!

Sabía que era inútil, no iba a cambiar de opinión y obedecí, me quite los zapatos y camine hacia ella para darle un beso en la frente.

—¿Cómo estuvo tu día querido?— dijo también devolviendo me el beso en la mejilla— ¿Ya hiciste amigos?

—No exactamente— dije al escuchar la puerta sonar detrás de mí, eran mis hermanos que antes de venir a casa pasaron por el trabajo de papá buscando unas cajas que pidió que subieran al auto por que mañana por la mañana tenía que llevarlas a Arizona.

—¡Heeeey! ¡Noooo! ¡Quitense los Zapatos!.

—¡Marthita!— protestaron al unísono quitándose los zapatos rápidamente.

Yo por lo contrario subí a mi habitación.

Pase el resto de la tarde escuchando música, fumando y llenando la planilla del equipo de básquetbol del instituto, cuando escuché la puerta de mi habitación abrirse.

—¡Necesitamos que nos ayudes!— eran mis hermanas Olivia y Samantha.

Ambas eras rubias con los cabellos súper lacios y finos más abajo del trasero, Samantha tenía los ojos verdes y Olivia los tenía azules y dejen me decir que si no fuera por su color de ojos no las diferenciará, amabas tienen la misma nariz de mi padre pero los labios de mi madre, cejas pobladas y nazis perfilada, en fin, la misma cara. Eran delgadas pero altas, medían aproximadamente uno setenta y tres. Siempre tenían las uñas arregladas, sus rostros maquillados, sus perfumes olían a fruta y eso hacía que se me revolviera el estómago, tenían las voces chillonas y hablaban demasiado rápido para mí gusto pero ya estaba acostumbrado y sobre todo y lo más importante, las dos era insoportables.

Trece de Abril.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora