LEONARDO.
Llego a casa cansado, pero no lo suficiente como para suspender mi cita con mi esposa, es más durante toda la reunión me la pase pensando en ella, en lo que mande a preparar para los dos. Pronto tendremos una luna de miel y ya había estado alistando todo y pautando una fecha para llevármela lejos de aquí a un lugar donde solo estemos ella y yo disfrutando de nuestros días juntos sin preocupaciones de nada.
No le había contado aun a mi madre sobre el problema de Amaya para concebir, pero algún momento tendría que hacerlo, aunque hay muchos métodos, y la ciencia cada día avanza más, quizás deba llevar a mi esposa al médico para encontrar una solución a su problema. Pero antes tendría que hablar con ella, quizás mi querida esposa haya perdido las esperanzas de ser madre, pero hay muchas posibilidades de que no todo este perdido aún.
Estoy por subir las escaleras cuando escucho el sonido de tacones. Alzo mi mirada y la encuentro allí en el comienzo de las escaleras con un vestido azul rey manga larga pero que deja sus hombros descubiertos. Hay una abertura en el vestido que da vista a una de sus piernas. El vestido que moldea grandiosamente su cuerpo lleno de curvas le da ese toque sexy que nunca ningún vestido con la que la he visto a mostrado.
El simple hecho de verla tan malditamente pecadora mente hermosa me da miedo de siquiera que salga así para que otros la vean. Me jode la mente y me pone celoso que poseen sus ojos sobre mi mujer.
Ella baja cada escalón con esa seguridad que la caracteriza, puedo notar en sus ojos la incomodidad de vestir tan reveladoramente, pero a pesar de eso se arriesgó, quizás fue bueno decirle que le dijera a mi madre que le acompañara. Acomodo mi chaqueta y extiendo mi mano cuando llega a los últimos escalones. Ella la toma y me sonríe, joder me sonríe.
—Esposo...—saluda tan dulce que ya me estoy arrepintiendo de sacarla de casa, es más quiero tomarla en este momento y comerle el coño hasta la saciedad, hasta que ya no pueda más y me suplique que la folle, que le haga el amor.
—Esta... estas preciosa, deslumbrante cariño —ella traga saliva, la sangre empieza a llenarle las mejillas dejando un rubor precioso en ella —la mia calda moglie —mi caliente esposa. Beso sus nidillos —lista para salir —ella asiente —bueno entonces andiamo.
Salimos del castello, el chofer abre la puerta para ella y sube al auto. yo subo después y cuando la puerta se cierra tomo el control de la división y lo subo. No me contengo simplemente tomo el rostro de mi mujer de manera imprevista sorprendiéndola en el acto. Beso sus suaves labios, le beso frenético ansioso de probarla, de tocarla, de amarrarla a mi como sea posible.
Ella al segundo no corresponde, pero cuando entre abre sus labios introduzco mi lengua y jugueteo con la suya. Gime deliberadamente, y en cuestión de segundos tengo a mi esposa en mi regazo con sus piernas a cada lado de mí, sus brazos alrededor mío, su pecho estrujándose con mi pecho ambos envueltos en una vorágine de deseo infernal, de anhelo inocuo que nos mantiene drogados.
Mis manos suben el vestido para poder tocar la suavidad de sus muslos dando la mayor facilidad de llegar hacia su coño y sentir la humedad en la pequeña tanga que trae.
—Entonces querida esposa hoy decidiste seducir a tu marido —murmuro roncamente. Ella toma aire y me mira con sus ojos entre cerrados. Beso su cuello y muerdo esa parte sensible. Introduzco mis dedos dentro de su braga para poder tocar la carne rosada oscura que está cubierta de húmeda excitación —mujer mía.
—Leonardo... ah Dios mío —gime cuando entierro un dedo en su pequeño orificio. Ella remueve sus caderas en busca de fricción. Sumerjo un segundo dedo y la penetro de manera lenta solo provocándola aposta. Ella se remueve encima de mí, pero la sostengo lo suficientemente duro como para que no se mueva y solo sienta como la toco.
ESTÁS LEYENDO
ESCLAVO DE TU AMOR TOMO 2
RomanceLEONARDO. Soy el sucesor de la mafia italiana, hijo único de la familia más poderosa de Italia y una gran parte de estados unidos. Mi deber como un De Rosa es vivir y morir por mi imperio manchado de sangre y pecado, mi deber es no caer bajo los hec...