CAPITULO 22

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LEONARDO.

Salgo del auto y voy tras de ella. No entendía cuál era su problema, claro había notado su desagrado hacia mi primo, pero lo que me pregunto está completamente fuera de lugar, conocía a Gian de años, crecimos juntos y mi madre termino de criarlo cuando sus padres murieron.

—Amaya eso no era lo quise decir —ella no se gira y sigue su camino a la habitación. Me paso las manos por el rostro cansado, esto era una discusión estúpida, sin sentido, pero aquí estábamos. La sigo dentro y cierro la puerta tras de mí, la veo despojarse de los zapatos y después de la ropa quedando así en ropa interior —no malinterpretes mis palabras mia moglie, sabes bien que eres mi vida, mi luz... mi hogar.

Ella termina de ponerse su bata de noche antes de volver a mirarme —sé que tu familia no es igual que la mía, yo crecí bajo el arraigado mundo de unos padres musulmanes, de un hermano guerrero y un esposo maltratador. Crecí internamente Leonardo, florecí después de haber sido marchitada y no regada por años, me convertí en lo que soy en una mujer culta, altiva, en ocasiones desconfiada.

—Amaya... —ella alza la palma de su mano callándome.

—Admiro la unión que hay en tu familia, admito que tu madre es buena suegra una que nunca tuve en el pasado, admito que aún no os conozco del todo ni a ti ni a tu gente, pero... cuando te digo que no confió en alguien es porque mi instinto me alerta, ese hombre no es bueno, aunque que puedo esperar de alguien que seduce mujeres para hacerlas caer en la mala vida.

—¿Qué quieres decir con eso, no entiendo Amaya? A qué punto quieres llegar —ella posa una mano sobre su frente y la otra se encuentra en su cintura.

—De que la vida me ha enseñado a no confiar en la gente que lleva mi sangre, a no confiar en los lobos disfrazado de oveja —suelta un suspiro —yo Leonardo —se señala así misma —yo estoy acostumbrada a esconderme porque es mi manera de huir del público, lo hago para no liderar con la gente hipócrita. Así que no te sorprendas cuando un día haga eso, porque, aunque esté casada contigo no me obligaras a ser alguien que no soy por mucho que lo intentes.

—Mi punto no es cambiar lo que eres Amaya si no a que aceptes y te adaptes a como nosotros vivimos.

—¿Y qué crees que hago, que crees que he estado haciendo desde que llegue? —rezonga molesta. Vuelvo a pasar mis manos por mi rostro y niego —sé que él es tu primo y que yo soy una recién llegada, pero... nada me saca de la cabeza que ese hombre sea un santo y algún día te darás cuenta de eso.

—Vale... dejemos de hablar de él, lo conozco de año y se cómo es, pero si tu no le tienes confianza lo comprendo no lo conoces como yo. Quizás con el tiempo lo comprendas —me acerco a ella intentando apaciguar la situación. Amaya suelta un suspiro cansado, pero termina envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura. Envuelvo su cuerpo con mis brazos sintiendo la plenitud de sentirla —no quiero que discutamos, no me gusta cuando te enojas, aunque te vez muy lindas cuando sacas tu carácter.

Ella se ríe, alza su bonito rostro y posa sus ojos en los míos —eres todo un adulador. Nunca podría molestarme por tanto tiempo contigo cariño, aunque a veces me saques de quicio, no sé cómo sobreviviremos a este matrimonio.

—Es porque somos dos bombas dispuestas a explotar en momentos de pasividad —especta antes de dejar un cálido beso en la coronilla de mi cabeza —no sería tan bueno si no tuviéramos nuestras peleas, las mejores relaciones son así y hace de nuestro matrimonio poco convencional en algo menos rutinario.

—Tiene un poco de sentido.

—Ahora, ya que estamos bien porque no me bailas un poco, no lo has hecho quisiera ver como mi esposa me cautiva una vez más con su cuerpo moviéndose al compa de aquella seductora música tradicional —el rubor aparece en sus mejillas calentándolas.

ESCLAVO DE TU AMOR TOMO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora