CAPÍTULO 18

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Lo veo entrar a la casa a altas horas de la noche, me había mantenido despierta, su ausencia me mantenía en vela con un temor de que no llegara, con el pensamiento de que estaba con esa ex novia suya que seguramente está intentando seducirlo para después convencerlo de que se divorcie de mí. No sé por qué me preocupaba por eso, si de todos modos era lo que quería ¿no?

Igual lo veo entrar y dirigirse a las escaleras, salgo de la sala principal y lo sigo en silencio. Él se detiene a mitad cuando siente mi presencia. Voltea y me mira preocupado.

—¿Qué haces despierta? —pregunta en voz baja.

—Te estaba esperando —respondo. Acorto la distancia entre nosotros y en el momento en que mis pies tocan el escalón en donde esta siento como algo moja mis pies. Frunzo el ceño y estiro mi mano. Él hace una mueca cuando toco su brazo que está manchado de sangre —estas herido —murmuro con horror.

—No te preocupes esposa, solo fue un rasguño —dice continuando su marcha hacia nuestra habitación. Aun en estado de shock lo sigo a la recamara y al entrar enciendo las luces. Era más que un rasguño, en la tela de su camisa blanca hay un orificio, y en su costado un corte que posiblemente tenga que también ser saturado.

Me apresuro al baño buscando el botiquín. Al salir el se sentó en la cama para tratar de quitarse la camisa.

Me siento a su lado y abro el botiquín sin decir nada. Él mira mi acción con sus cejas fruncidas y el dolor palpando en su rostro —no es necesario que hagas eso, me puedo encargar.

—Lo hare yo, es mi deber como esposa curar las heridas que tenga —respondo comenzando con ayudarle a terminar de quitarse la camisa. Con un algodón húmedo me encargo de limpiar las heridas con mucho cuidado.

—Serias capaz de curar la herida que tengo en mi corazón, esa que dejaste esta mañana —dice sin dejar de observarme. Sigo trabajando en limpiarlo para sacar la bala.

—Las heridas del alma se curan con el tiempo Leonardo, yo tengo muchas y aun así quedan secuelas, tú también me heriste al punto que ahora dudo de mi misma y la capacidad que tengo de retenerte —murmuro tan despacio que pienso que no lo ha escuchado.

—Prometo no volverlo hacer —niego.

—No prometas nada que no vallas a cumplir —le doy un pequeño trapo para que muerda. Él se lo mete en la boca y lo aprieta con los dientes. Me pongo en marcha para sacar la bala, el grito que mi marido pego en el instante en que metí la pinza para sacarla me puso los vellos de punta, pero resistí al impulso de detenerme.

Saco la bala y la coloco en una bandeja. Vuelvo a limpiar la sangre para saturar la herida, hago todo eso en silencio al igual que atiendo la herida que tiene en su costado que es un simple roce de bala. Al terminar vendo ambas heridas y le doy unos analgésicos para aliviar el dolor.

Me paro para llevar todo al baño, pero me detiene la mano de Leo que rodea mi brazo —no te alejes de mi esposa. Nunca lo hagas por nada en el mundo.

—Deberías dormir, mañana hablaremos con tranquilidad —él me suelta y asiente resignado.

—Como lo desees esposa —llevo todo al baño y lavo las pizas. Por un momento me quedo observando mi reflejo en el espejo; mi cabello oscuro suelto cayendo como cascada en mi espalda, la bata de mangas largas que me llega más debajo de las rodillas.

Suelto un suspiro cansado, no puedo seguir así con él por mucho que este molesta es mi marido, estoy atada a él, a sus exigencias estoy enamorada del hombre que me secuestro y me obligo a casarme con él, aunque nunca podre darle un hijo él me necesita y yo lo necesito.

ESCLAVO DE TU AMOR TOMO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora