Capítulo 15: Como se esperaba de mi hijo

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A la mañana siguiente, Rubius fue despertado por una voz masculina que venía de la sala de estar.

Al escuchar pasos detrás de él, Samuel bajó su teléfono y preguntó en tono suave:

—¿Te desperté?

El rubio miró fijamente al hombre frente a él, con los ojos muy abiertos como campanas de cobre.

Samuel no llevaba camisa, así que cuando abrió la puerta, lo primero que vio fue su piel desnuda. El impacto fue demasiado.

 El impacto fue demasiado

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Se frotó la nariz. Afortunadamente, él no había sangrado. Sería muy vergonzoso.

El mayor no pareció haber notado su extraño comportamiento y con calma recogió su camisa del sofá. Mientras se la abotonada, dijo:

—Hay una emergencia en el trabajo, tengo que irme. Tendré que molestarte para que vayas a despertar a Pequeño Tesoro.

—¡Ah, okey!— asintió y rápidamente fue a hacerlo.

Pero él no iba a poder despertarlo; Cuando se giró, vio a un pequeño y tierno Pikachu parado en la puerta. Sus ojos miraban fijamente a su padre y parecía disgustado.

—Pequeño Tesoro, ve a cambiarte de ropa— ordenó a su hijo mientras se ponía el abrigo

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—Pequeño Tesoro, ve a cambiarte de ropa— ordenó a su hijo mientras se ponía el abrigo.

La respuesta que recibió fue el fuerte golpe de la puerta del dormitorio al cerrarse bruscamente.

Completamente despiadado.

Samuel:

.....

Rubius:

.....

El azabache fue a girar el pomo de la puerta, pero estaba cerrado. Miró al menor:

—¿Tienes la llave?

Rubius negó con la cabeza torpemente.

—¡Tengo una, pero la llave está dentro de la habitación!

Samuel se pellizcó la piel entre las cejas y dijo en un tono frío e insondable:

—Titi, te daré tres minutos. Si no sales, no creas que volverás a venir aquí.

Tres minutos después, todavía no se oía ningún sonido ni movimiento detrás de la puerta.

—¡Titi de Luque! ¡Sal de ahí ahora mismo! ¡Si estás esperando que te obligue, no seré tan amable como lo estoy siendo ahora!

Todavía no había ninguna señal de movimiento.

El bollo realmente no le estaba dejando conservar un poco de dignidad a su padre.

Observando ajenamente, Rubius quería reír, pero no se atrevía.

—Tengo trabajo más tarde, pero no es gran cosa si Pequeño Tesoro se queda a jugar un rato.

La expresión del contrario estaba irritada y disgustada cuando sacó su teléfono para hacer una llamada.

Rubius echó un vistazo furtivo y vio que estaba llamando a un psiquiatra. Se quedó sin palabras. ¿No era demasiado extremo llamar a un psiquiatra por un asunto tan pequeño como éste?

El ojiverde tosió mientras decía:

—¿Qué tal si me dejas intentarlo?

Samuel vaciló un poco antes de asentir.

El rubio se presionó contra la puerta y usó una voz suave y tranquilizadora.

—Pequeño Tesoro, te llamas Titi ¿Verdad?, bueno, Titi, el tito tiene que ir a trabajar, así que no puedo cuidar de ti. Podrías ir con tu padre a casa?

Todavía no se oía ningún sonido desde el interior.

—¿Qué tal esto? ¿Podemos intercambiar números de teléfono para poder contactarnos rápidamente? ¡Incluso podemos hacer videollamadas!

Sonidos de pasos se acercaron al otro lado de la puerta.

—Si el tito llega tarde, el director me gritará, nuestro director es realmente malo. El tito está tan asustado... Buu...

La puerta se abrió.

Samuel, que ya estaba preparado para librar una larga guerra, sintió que estaba soñando. Miró desconcertado al omega que estaba a su lado.

Con solo tres oraciones, logró convencer a Pequeño Tesoro para que saliera obedientemente por sí mismo.

Si tan solo lo hubiera conocido cuando el bollo se encerró en el ático la última vez que esto sucedió. Toda su familia de cuatro miembros, todos los mayordomos y sirvientes, el psiquiatra, incluso un experto en negociaciones que había sido contratado como último recurso, habían sido inútiles a pesar de pasar una tarde entera tratando de convencerlo de que saliera del ático. Al final, derribaron la puerta y el pequeño ignoró a todos durante un mes entero.

Rubius, por supuesto, no sabía nada de esto y solo pensó que el niño era realmente obediente. Él recogió al niño. Al ver su expresión deprimida, no estaba dispuesto a regañarlo y, en cambio, lo elogió.

—Mi Titi es muy obediente. ¡Gracias, cariño!

Pequeño Tesoro parecía muy feliz con los elogios y silenciosamente le dio una nota. En el papel había una serie de números.

Rubius aceptó la nota.

—Ah, ¿es este tu número de teléfono? Muy bien, lo guardaré y, cuando me desocupe, ¡definitivamente te llamaré!

Samuel se extrañó bastante; Pequeño Tesoro no tenía teléfono celular, entonces, ¿qué número de teléfono le dio?

Aprovechando su altura, miró la nota. Ese era su número de teléfono.

¡Nada mal, como se esperaba de su hijo!

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