Meerha

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Kael


Palmer quedó inerte. Colgando desde el cuello por el brazo de Meerha.

Y mi corazón dio un doloroso latido.

Ruido blanco se aglomeró en mi cabeza, saturando mis sentidos. Porque había un silencio sepulcral entre nosotros. Yo seguía de rodillas y Meerha estudiaba el rostro de Palmer enrojecido y tomando una tonalidad purpura. La acercó a su rostro y aflojó el agarre de su mano.

No sé cómo me moví. Aparté a Meerha de mi camino con un solo empujón, quitándola de mi campo visual para atrapar a Palmer antes de que se golpeara fuerte contra el piso de metal.

Mi diosa. Mi mujer. El amor de mi vida.

Acaricié su mejilla con una mano temblorosa. Limpié su rostro lleno de lágrimas derramadas. El ruido en mi cerebro iba aun aumento, no podía oír nada más que las voces en mi cabeza. «¡¡Ella no!!» «Sin ella no hay nada» «Nada» «¡Quémalo todo!».

Un dolor lacerante comenzó a crecer en la marca. Nuestro vínculo. No, no, no, no. El dolor me partía por la mitad el centro del pecho y lo dejaba al descubierto, listo para quien sea que se atreva me atravesara lo que queda de corazón con una lanza. Gemí de dolor, de impotencia, de desesperación.

Cerré los ojos y enterré mi cara en la curva de su ahora magullado cuello. Aspiré su aroma, abracé su calor, intenté buscar los latidos de su corazón con mis labios, esa arteria que tantas veces recorrí con la lengua ahora no se movía. Mi diosa no tenía vida. Levanté la cabeza y no podía ver nada más que su hermoso rostro, con los ojos cerrados y esos labios que besé tantas veces entreabiertos, hinchados sin... sin vida.

–Te amo. –Susurré contra sus labios antes de depositar un suave beso ahí– Todo estará bien, Mo ghràidh. –La abracé con fuerza, tanta, que sentí como un par de costillas crepitaban bajo mi fuerza– Pronto estaremos juntos otra vez. Lo prometo.

La levanté del piso y la llevé a su tumbona. Acomodé su cuerpo de manera que estuviera cómoda mientras yo me ocupaba de un problema menor antes de reunirme con ella.

Mis sentidos estaban saturados, tenía la nariz congestionada por el llanto, mis oídos zumbaban, mi vista estaba borrosa por las lágrimas. El dolor lacerante del vínculo ya había menguado, solo quedaba un rastro caliente que me recordaba lo que había perdido.

Y había algo de lo que estaba absolutamente seguro.

Me levanté en toda mi altura y giré sobre mí mismo eje para dar cara a la culpable de todo esto.

Había quitado mi razón de existir de la faz de la tierra.

Ahora no había ningún corazón tan bondadoso como vengativo que calmara mis demonios. Ya no podría ver su hermosa sonrisa derretir cualquier mal pensamiento. Ya no tendré su tacto en mi pecho, para hacerme saber que no estaba solo, que ella siempre estaría conmigo. No. Estaba solo, estaba herido, y enojado.

No estaba Palmer para contenerme, no tenía un traje para medir mi fuerza, no estaba drogado para contener mis sentidos híper desarrollados bajo un estricto control.

Mi demonio interno estaba libre.

Y sediento de sangre.

–Te vez tan sexy enojado. –Se mordió el labio y me miro con los ojos entornados– Recuerdo nuestras discusiones y como me follabas después. –Gimió y un escalofrío recorrió mi cuerpo– Que buenos tiempos.

El agua residual corría por su cuerpo y dejaba una posa a sus pies, miré el barco y noté que en mi urgencia por apartarla la tiré por la borda, eliminando en el camino una parte de las barandas de contención.

Protégeme (Amores perdidos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora