Capítulo 17

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   Palmer


   Definitivamente pensar en él no me hace bien.

   Una noche podía jurar que escuchaba su voz entre sueños, ronca, gentil, sensual.

   Me susurraba.

   Ah, pero eso fue solo un catalizador de lo que vino después. Soñé con sus manos en mi cuerpo, envolviendo mi rostro mientras me besaba, recorriendo mi espalda, tirando de mi cabello. Explorando los rincones más privados, tocando mis puntos más sensibles, diciéndome cuan hermosa soy, y que tan caliente lo pongo. Su respiración la sentía por todas partes, febril, desesperada, agitada.

   Susurré su nombre a la noche, lo sé, lo sentí en mis labios, el aire saliendo por mi boca, los gemidos rompiendo el silencio de mi habitación. Y cuando llegué a la cumbre del placer todo mi cuerpo se puso en tención y solté su nombre una vez más entrecortadamente, como un lamento.

   Y cuando cada fibra de mi cuerpo quedó totalmente laxa en la superficie de la cama abrí los ojos, la noche se cernía sobre mí y sentí lastima por mí misma.

   Estaba arruinada. Él me había arruinado para cualquier otra persona. 

   Antes de nuestro primer beso podía pensar en la intimidad con otros hombres

   ¿Pero ahora?

   Solo pensaba en él. En cómo sería si... Se sentiría bien si... Usaría su lengua si... Movería sus manos si...

   Me levanté de la cama, muy enojada conmigo misma para procesar bien lo que estaba a punto de hacer. Me calcé unos pantalones cortos, mis sandalias y me aproximé a la puerta. Abrí otra puerta, una puerta más y salí al patio de Vincent.

   Caminé, caminé y seguí caminando, reconociendo los arboles a medida que avanzaba. Esa marca de ahí. Aquella rama de allá. Cuidado con esa piedra allí.

   Debían, no lo sé, ser las tres, cuatro de la madrugada y yo había llegado al claro.

   El silencio era absoluto, el agua del riachuelo a mis pies corría, silenciosa y brillante con la luz de la luna. Sabía que no volvería a dormir así que me senté en mi piedra favorita y esperé el amanecer.

   Abracé mis piernas y comencé a desglosar mi vida. Mi estado mental, mis sentimientos. Debía comer más, debía descansar, debía dejar de pensar en que iba a volver.

   ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo lo iba a gestionar?

   No sabía si estaba vivo, no sabía dónde estaba, no sabía dónde se había ido. Era primera vez en mucho tiempo que estaba más de un mes sin saber nada de él y se sentía muy solitario. Siempre lo sentí muy cerca, nunca físicamente, claro, pero al alcance de mis dedos en el buscador, o de mis ojos en el cielo.

   Cuando me dejó en el hostal, ¿Pensó en quedarse conmigo? ¿Pensó en regresar por mí? Si estaba vivo, ¿estará buscándome en algún momento?

   Eran preguntas que quizás nunca tendrían respuestas así que no me esforcé demasiado en ellas. Pero sí, mi mente viajaba una y otra vez a mi sueño, a lo que nunca podría tener, pero aun así añoraba, deseaba con cada fibra de mi cuerpo.

   Qué ironía, había hecho cosas aún peores con hombres y mujeres. Y los había olvidado a la mañana siguiente. Pero aquí estaba, casi enamorada de un hombre que solo me había besado y casi ni me había tocado.

   La luz del amanecer comenzó a hacer más clara mi visión, los animales nocturnos volvieron a sus madrigueras y me permití relajar cada musculo de mi cuerpo, bajé de la piedra y me recosté en el césped. Estaba húmedo, pero me daba igual.

   De pronto, recordé.

   En mi sueño no había dicho su clasificación.

   Había dicho su nombre.

   ¿Cómo sabía su nombre?

   Toqué mis labios con la punta de mis dedos antes de soltarlo a la privacidad del claro, donde iba cuando buscaba consuelo, intimidad, fuerzas.

   –Kael –Susurré cerrando mis ojos.

   Guerrero antiguo en gaélico.

   Tenía sentido, un irónico sentido.

   –Kael –dije una vez más, dejando la palabra deslizar de mis labios y acariciar mi cuerpo.

   El aire se rompió a mi alrededor y una brisa fría pero poco natural recorrió mi cuerpo. Debía ser mi imaginación, seguro que sí, porque de pronto un aroma familiar impregnó mi nariz y un calor radiante se posó sobre mí. Como si... como si...

   No puede ser...

   Alcé una mano y ahí estaba.

   El mismo pecho que había tocado hace más de un mes, el mismo corazón agitado que me había robado suspiros, el mismo aliento que había añorado por semanas. No quise abrir los ojos, no aun por si esto era un sueño, mi cordura últimamente dejaba bastante que desear.

   Mi mano hizo el mismo recorrido que hace un tiempo, enredé mis dedos en su cabello ondulado y esta vez no tuve que hacer presión con mi mano para que se acercara.

   El delicioso peso de su cuerpo se posó sobre el mío y el siguiente instante nos estábamos besando. Una mano reptó por mi cadera y la otra se enroscó entre los mechones húmedos de mi pelo. Un ronroneo ronco salió de lo más profundo de su pecho y me sentí poderosa. Me abracé a su cuerpo con brazos y piernas profundizando el contacto de nuestras bocas y aumentando las sensaciones. Su mano subió un poco y apretó mi cintura, el delicioso dolor provocó que me arquera contra su cuerpo, disfruté de el roce de su abdomen poderoso contra mi pequeño cuerpo en comparación.

   Mi corazón latía como loco, mi estómago nadaba entre mariposas y mi razonamiento había salido de mi sistema, solo quedaba la necesidad pura de sentirlo, de besarlo, de tocarlo. Bajé ambas manos por su espalda, tocando cada surco y músculo a su paso hasta tocar su culo.

   Tan rico, por la chucha.

   Lo pegué más a mí y un gemido salió de nuestras bocas aun pegadas cuando su falo duro rozó mi intimidad.

   Y Dios, no había sentido eso antes.

   Me perdí en la sensación y nadé directo al infierno. Hambrienta de él, de su piel, levanté su polera y tracé con la punta de mis dedos la dura piel de su abdomen.

   Hasta que me detuvo.

   Separó su boca de la mía, abrí los ojos y me encontré sus ojos negros comiéndome con cada vistazo a mi cuerpo, a mi rostro.

   —Palmer... —Mi nombre salió como una plegaria, un lamento y un susurro, uno tan necesitado que mis entrañas se sacudieron de deseo. Tocó mi rostro con suavidad, una caricia lenta y suave, como comprobando si de verdad era yo quien estaba frente a sus ojos.

   —Volviste...

   —Sí... —Suspiró. Sonrió con dulzura, recorriendo mi rostro con sus ojos azules.

   Volvimos a unir nuestros labios. Esta vez fue pausado. Su lengua se unió a la mía en un baile lento y sensual, sus brazos me envolvieron pegándome a su cuerpo, no con el hambre sexual de hace unos momentos, ahora me adoraba con sus brazos, limitó el espacio entre nuestros cuerpos a nada. El amanecer, el rocío, los cantos de los pájaros dejaron de existir. Solo estábamos nosotros.

Protégeme (Amores perdidos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora