Palmer
Pocas veces miraba al cielo. Y cuando lo hacía, me perdía en su profundidad, en su infinita extensión. Para mí, mirar al cielo era sentirme pequeña. Y ya me sentía lo suficientemente insignificante para ese entonces.
Pero, de vez en cuando, miraba arriba.
Amaba el cielo nocturno, encontraba cierta paz cuando miraba las estrellas. El silencio, la oscuridad.
Costaba entender que las estrellas que estabas observando en ese momento ya no existían, habían muerto hace millones de años y esa pequeña, minúscula luz que captabas con tus ojos solo era la explosión de lo que había sido antes.
Somos tan pequeños, tan insignificantes, tan egocéntricos pesando que éramos los únicos seres vivientes del universo. En toda esa inmensidad de cielo estrellado, infinito, era imposible que solo existiéramos nosotros.
Que ilusos.
No sabía lo equivocados que estábamos.
Volvía de un largo día en el último año de secundaria, donde las preocupaciones por las notas y qué harás con tu vida una vez que te gradúes eran pan de cada día.
No había comido nada y me sentía un poco mareada. Mis manos temblaban y mis rodillas casi no tenían fuerzas para mantenerme de pie, así que dejé caer mi maltratado cuerpo en la banca de la parada de autobús.
Llegué a cerrar solo un momento mis ojos, para mentalizarme que aunque tomara el autobús para ir a casa, nada bueno me esperaría ahí.
Me mantuve así hasta que el sonido de unos neumáticos derrapando me hizo volver a la realidad. Como casi un borrón, demasiado rápido para ser más que una mancha blanca moliendo a tiros a un auto de policía que iba detrás, haciendo lo posible por detenerlos.
No reaccioné. No sentí mi piel de gallina, no llegó el golpe de adrenalina para ponerme a salvo.
Era cosa de cada día.
Se detuvo a unos cien metros de donde yo estaba. Las personas a mi alrededor corrían a buscar refugio, los negocios cerraban sus persianas de metal, las mujeres tomaban en sus brazos a sus hijos, lejos de la crepitante escena.
Pero yo, me mantuve en mi lugar.
Las balas serpenteaban alrededor de mi cuerpo. Los gritos de los oficiales heridos resonaban en mi cabeza, las personas desde sus balcones gritaban que me pusiera a salvo.
No busqué refugio, no hui del lugar, no corrí por mi vida. Estaba cansada de correr, estaba cansada de luchar, estaba cansada de vivir.
No paraba de pensar... Si una bala me alcanzaba, quizás no sería tan malo. Nadie me extrañaría. Mamá tendría una carga menos, el imbécil de su novio tendría que buscar a otra pobre paloma para molestar. Mi hermanito... Mi hermanito era muy pequeño para recordarme, y sería lo mejor.
Me levanté, esperando que uno de esos proyectiles diera de lleno en mi cabeza y detuviera la miseria que tenia de vida. Porque yo era muy cobarde, muy indecisa para hacerlo por mí misma.
O tal vez no quería morir aun.
Sí, si quería.
Por fin iba a dejar de sentir hambre, por fin iba a dejar de sentir dolor, por fin iba a dejar de sentirme culpable.
Solo una bala, en el lugar correcto pondría todas las piezas en su lugar.
Podría descansar.
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Protégeme (Amores perdidos 1)
RomanceEn las sombras de la noche, Palmer, una joven desesperanzada de 17 años, se encuentra al borde del abismo. La vida le parece un oscuro túnel sin salida, y la idea de la muerte se cierne sobre ella como una sombra ineludible. Pero en ese momento de d...