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¿Alguna vez se han sentido extraños en su propia casa?

Bueno eso es lo que me esta pasando en estos momentos.

Una vez cruce el umbral de la puerta la casa se sintió vacía, silenciosa, sola y extraña. Se siente solitaria y sombría.

O tal vez solo seas ideas mías.

Prendí el celular y de inmediato vi todas las llamadas perdidas de toda mi familia. Eran más de 100 llamadas.

Cuando creí que nadie se encontraba en casa escuché como una puerta fue azotada con mucha más fuerza de la necesaria haciendo que un estruendo fuera lo único que se escuchará en toda la casa para luego estremecerme una vez se escuchó como algo fue arrojado al suelo provocando que se quebrará un objeto en mil pedacitos. Fueron unos pocos segundos para darme cuenta que fue en el despacho de papá.

A pasos lentos y silenciosos fui directo a ese lugar y lo que encontré hizo que me llevara una mano a mí boca sin poder creer lo que estoy mirando.

La puerta del despacho se encuentra totalmente abierta dejándome ver todo tirado, hojas, libros, vidrios quebrados, todo estaba hecho un desastre e incluso todo lo que una vez estuvo en el escritorio, ahora se encuentra por los suelos.

Todo el lugar está patas arriba algo poco de creer ya que este lugar siempre estaba minuciosamente limpio y en orden cada vez que entraba aquí.

Me quedo más tiesa que una estatua al verle, al verle de espaldas a mí. Mí corazón empezó a latir frenéticamente al mismo tiempo que sentía como el aire me falta al escucharlo, al escuchar la manera tan áspera y frívola con la que habló a quien sea que esté hablando por teléfono:

—¡Gabriel juró que sí uno de tus hijos le pone un solo dedo encima a mí hija me importará un carajo el trato que tenemos... —sentenció con dureza, con rabia cada palabra que salía de su boca. En estos momentos estoy desconociendo a mí padre-. Yo mismo me encargaré de qué paguen, saben perfectamente cómo yo resuelvo los problemas y...

—Papá... —mí voz salió entrecortada, débil, pero no quería que terminara esa frase.

Todos los músculos de su anatomía se tensaron al escucharme, al saber que yo estaba ahí parada escuchándolo. Se gira dándome la cara y es donde me doy cuenta del estado en la que se encuentra.

Ante mí ya no estaba él señor pulcro, elegante quien emana frialdad y seriedad ante su simple presidencia, no, ahora estaba un señor mal peinado, con ojeras como sí no hubiera dormido en días, con la camisa arrugada y una expresión de preocupación y angustiado plasmada en su rostro.

Paso su mirada verde a mis pies a cabeza sin creer que yo estuviera aquí, en delante de él. Sin miramientos despega el celular de su oído y cuelga al tal Gabriel que antes de ayer no sabía que ese nombre es del papá de Elrik.

—¿Tú...? —se paso sus dedos por su cabello castaño con desesperó bajando la mirada al suelo por unos segundos—. ¿Donde estabas, Abrahel?

No conteste, no podía, era como si de un momento a otro mi voz se hubiera esfumando ante la forma tan tajante con la que me habló

—¡Te hice una pregunta! —grito. Retrodecí un paso hacia atrás asustada cuando arrojó el celular con odio puro al suelo, haciéndome estremecer.

Sus ojos destilaban odio e incluso el verde de su mirada se desvaneció por completo gracias a la ira que estaba pasando por todo su cuerpo. Él señor ante a mí no es mí padre calmado y sereno quien yo conozco.

—Yo...

—¡¿Tú qué?! —mi pecho se apretó y un nudo que dolió empezó a crecer en mí garganta. Su vista pasa de nuevo a todo mi cuerpo—. ¡¿Crees que puedes irte de esta casa, hacer lo que se venga en gana y regresar vestida de esta forma?! —pregunta con desdén apuntadome desde arriba abajo.

Por Favor, No Me Odies [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora