Epílogo

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Epílogo

Un año después



—Presiona el embrague suavecito con el pie izquierdo. —NaSeol obedeció—. Pon la marcha en primera, suelta el freno de mano y levanta el otro pie del freno.

Siguiendo las instrucciones paso a paso, el coche empezó a moverse. Los ojos de NaSeol se abrieron al máximo y agarró el volante con tanta fuerza que sus dedos podrían romperse.

—¡Se está moviendo! —exclamó jocosa y vivaz. Su expresión cambió en nanosegundos a una de terror absoluto—. ¡Ay, mi madre, que se está moviendo! ¡YoonGi, ¿qué hago ahora?!

—Es una calle recta, solo mantente en el carril.

La espalda de NaSeol estaba rígida contra el respaldo. A su izquierda, detrás de YoonGi, el sol brillaba sobre la superficie del mar. Una pequeña barca pesquera se balanceaba con el suave oleaje, y en ella un había un hombre aficionado sujetando su caña, a la espera de que algún pez picara el anzuelo. Un cuarteto de gaviotas cruzó justo por encima de sus cabezas, planeando con el viento en contra, posiblemente en dirección a alguna playa donde pudieran encontrar alimento.

Era verano y las temperaturas en la costa de Incheon eran altas. YoonGi y NaSeol se habían tomado en el hospital los mismos días de vacaciones para poder escapar una semana a una bonita casita de madera con impresionantes vistas al mar. Era un momento de desconexión del mundo exterior, y de todo el remolino que lo conformaba. Era algo que necesitaban desde que InJae apareció en la fiesta benéfica anual de la Organización Huimang para la investigación contra el cáncer, de la cual NaSeol se había vuelto miembro desde la muerte de NamJoon.

Muchas veces, NaSeol se acordaba de él. Le sentía cerca, proporcionándole música a su vida. Le había proporcionado tantos días de sol que apenas recordaba el petricor de la lluvia. Y cuando llovía, esperaba con paciencia a que apareciera un arcoíris. YoonGi siempre la acompañaba en sus bailes, como un fiel amigo y un perfecto amante. La enfermera se sentía eternamente agradecida de tener a una persona como él a su lado.

Cuando NaSeol ganó un sorteo de quince clases gratis en la autoescuela —ella lo consideró un mensaje de NamJoon, aunque solo fue YoonGi metiendo más de cien papeletas—, se dijo que era hora de dejar el pasado atrás y emprender una nueva ruta... Una en la que ella fuera la conductora. Y si bien había sido un dolor de cabeza y un inicial miedo atroz, NaSeol debía de reconocer que ponerse tras un volante no era la abominable quimera que creía.

YoonGi había estado apoyándola en todo. En eso y en su rehabilitación. Su doctor, un hombre de cincuenta y seis años con una sonrisa muy dulce, le había dicho que recuperaría la movilidad normal de la pierna al cabo de un tiempo, que había que ser muy pacientes, pero por el momento los pasos de NaSeol eran un poco, solo un poco, cojos.Al menos había dejado ya de usar muletas y bastón. Y podía conducir. Así que todo aquello lo consideraba un logro.

Llegaron a la casita, a la playa, y vagaron por ahí seis días seguidos. En el último atardecer antes de tener que recoger sus cosas y regresar a la ciudad, YoonGi la guio por un sendero montañoso. Fue una subida cansada, en ocasiones demasiado para su pierna tonta, pero el sendero dio paso a un páramo verde, de hierba alta e impresionantes vistas al mar.

El viento movía la falda de su vestido y revolvía su cabello. No había nadie más que ellos en la cama de hierba, entre las paredes de azul cielo y con una gran ventana con vistas a un mar sinigual. Lo propio era sentarse junto a YoonGi a admirar tal belleza, aunque en un momento dado, no puedo evitar apartar sus ojos del paisaje para tornarlos hacia él.

La madre de YoonGi, tres días antes del viaje, le había pedido a NaSeol que la acompañara a la misa dominical. Era la primera vez que pisaba una iglesia desde el funeral de NamJoon. Hacía fresco en el interior y los bancos crujieron cuando los fieles se sentaron en los bancos barnizados. El cura abrió su Biblia sobre el ambón y empezó a narrar Juan 15. Contenía las palabras de Jesús sobre la vid verdadera.

Al principio le costó entender la narración y al final tuvo que pedirle a su suegra que se lo explicara de la forma más sencilla posible. Gracias a su resumen, se le quedó gravado el hecho de que, a través de Jesús, Dios les daba los frutos del espíritu, siendo el primero y del que nace todo el amor. 

Entendió pues, mientras YoonGi y su cabello se sacudían al observar el interminable horizonte azul, que el amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni presumido ni orgulloso. Que jamás se extingue y la gente se amolda a él ya que este es infinito y no puedes hacerlo desaparecer. Pensó, durante un breve tiempo, que había sustituido su amor romántico hacia NamJoon por YoonGi, hasta que descubrió que el amor no entiende de tal cosa como la sustitución, alcanza para todos y no había necesidad de diezmarlo. Lo que ocurría, simplemente, es que sus almas todavía no se habían conocido.

Admitió que realmente el amor que le profería a YoonGi, por encima de cualquier adversidad, no se enojaba fácilmente. Aprendió a no guardar rencor. A perdonar rápido si la discusión era una tontería, como le aconsejó NamJoon. Hacía un año, se había vestido de amor en ese altar. Un blanco puro, un vínculo perfecto. Un año después, seguía vestida de amor aun si ya no llevaba el vestido puesto.

Su suegra le recordó también las siguientes palabras:  «Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

Después de «amén» y de que se marcharan de la iglesia, NaSeol se quedó dándole vueltas a esas palabras. Comprendió pues que su amor hacia YoonGi era más que el de un amante, más que el de una esposa, incluso más que el de la madre que da a luz a tus hijos. O quizá no era más... Quizá lo que ocurría era que dichos amores habían nacido de otro tipo de amor. Uno más puro, menos egoísta y más necesitado.

El amor de una amistad, una amistad increíblemente cercana.

Una amistad que te causa una estruendosa risa, que te da un abrazo cuando estás llorando, que te escribe cuando algo malo ha sucedido. La que nunca deja que la música se pare para que no dejes de bailar, la que te escucha desde el cielo y la tierra, la que te calienta cuando estás triste y te enfría cuando estás enfadado. La que nunca se marcha incluso cuando ya solo queda el alma que albergaba ese cuerpo amoroso.

Y es que era verdad. Era la absoluta verdad...

¿Qué era la amistad sin amor?

No existía algo así.

Así como tampoco existía el amor sin amistad.

Eran uno.

Al derecho y del revés.

De principio a fin.

En esta nuestra existencia.

Y en todas las demás.

Ayer.

Hoy.

Y mañana.

Para toda una vida.

Y la vida después de esa.

Una vez que descubres todo eso, que entiendes la existencia de ese amor, tu cuerpo se llena de calma.

Con el viento en la cara, NaSeol cerró los ojos para tomar una profunda bocanada de aire. Supo lo que sentía. Lo que llevaba sintiendo desde hacía un tiempo. Aquella cosa que meneaba su cuerpo como si estuviera suspendida sobre la superficie de ese bello mar que tenían al frente.

NaSeol había encontrado por fin la calma.

La calma absoluta.

Dicha calma la tomó de la mano. Le brindó su calor.

Cuando abrió los ojos, YoonGi la estaba mirando.


The Closest Friend » YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora