TU MANDAS Y YO OBEDEZCO

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  Juliana había tenido muy pocos despertares felices. Sí, esa era la cruel y triste realidad, porque a pesar de que desde hacía más de cinco años tenía una gran motivación para abrir los ojos cada día. Porque a pesar de que esos ojos fueran la luz y mayor razón de su existencia. A pesar que gracias a ellos había encontrado una gran razón para seguir deseando existir, lastimosamente esos hermosos no habían sido suficiente razón para hacerla sentir plenamente feliz.

  Siempre sentía que algo le faltaba porque cuando los miraba no se sentía correspondida. No podía sentirlo porque aquellos ojos tampoco eran felices. Porque esos ojos hipnóticos la llenaban de dudas, porque no los podía entender, porque la hacían creer que no era suficiente buena para ellos, porque no brillaban como lo estaban haciendo desde hacía unos meses, porque aunque en ocasiones, muy pocas, podía notar ese sentimiento del que tanto tiempo había carecido, no fue hasta esa mañana en la que se encontró admirando la belleza de su loba dormida, que entendió lo que tanto los ojos de su hijo como los de ella, lo que siempre necesitaron fue amor. Un amor que ambos habían estado experimentando desde que Valentina irrumpió en su vida por segunda vez.

  Valentina era amor, amor y mucho más que eso. Para ella y para su hijo. Un hijo que gracias a la Loba estaba comenzando a entender, a conocer. A comprender esa manera en la que este la amaba. Una manera muy distinta a la que la amaba la Loba, pero amor y mucho más que eso al fin y al cabo. Un amor bonito, ese con el que tanto había soñado sentir alguna vez cuando se permitía soñar. Valentina era la princesa de todos sus cuentos encantados, incluso de los que aún no había leído, o que ni siquiera habían sido escritos. Era la protagonista de todas sus historias. Esas que creaba en su mente.

  Sollozó de emoción. Sabía que la amaba desde hacía mucho, pero cada hallazgo, cada descubrimiento de sus sentimientos, esos que crecían con cada segundo que pasaba la lograban emocionar. Jamás imaginó sentir tanto amor por otra persona que no fuera su hijo. Jamás pensó que podría ser capaz de demostrarlo no solo con palabras y hechos, sino también con su cuerpo y su alma.

  No es que fuera una desgraciada incapaz de amar a otra persona que no fuera Killian, pero debido a su triste infancia, a todo lo que pasó y a la precaria crianza de sus padres, ella pensó que jamás podría sentir ese sentimiento tan grande. Su carácter estaba forjado a base del dolor y las tantas traiciones que había experimentado de pequeña. Antes de que Valentina volviera a aparecer, ya ella había intentado forjar lazos sentimentales con otras personas y había fracasado miserablemente. No se consideraba una persona romántica y cursi a pesar de que en algún momento había soñado con un amor como el de las tantas historia románticas que había leído. No era buena socializando, tenía muy mal carácter, uno duro y frío. Totalmente hermético, ella era como una especie de grinch del amor. Se había acostumbrado a que las personas no se le acercaran por miedo a su reacción, o al mal trato que ella les pudiera dar.

Se había vuelto tan radical en ese sentido que por mucho tiempo se olvidó del amor. Se alejó de este pero este la volvió a atrapar cuando menos lo esperaba y no vino solo. Esta vez el amor vino acompañado de esa única persona capaz de doblegarla, de hacerla cambiar de opinión en cuanto a este. Mandando a la mierda todos sus preceptos, todas sus barreras, toda su frialdad pues Valentina con su sola existencia había logrado rescatar su corazón de las garras de la fría altantida para convertirlo en un cálido y eterno verano. Dejándola sin excusas, dándole sólo razones. Razones para querer más de eso que siempre había querido pero que no sabía que quería porque estaba demasiado rota como para entender el llamado de su corazón.

  Así que sí. Era la primera vez en su vida que Juliana se despertara y la sensación de plena felicidad la invadía con arrolladora vehemencia. Y lo más maravilloso de todo es que sabía que cada día que abriera los ojos y Valentina estuviera entre sus brazos, su felicidad plena solo aumentaría un mucho más. Que habrían días malos? Seguro que sí, nadie era perfecto, ninguna relación lo era porque la perfección no existía por muy perfecta que en ese momento pareciera su vida. Pero estaba segura que si seguían por el camino que iban, amándose como lo hacían, con compromiso, madurez, paciencia y mucho más que amor, al final serían recompensadas con su tan ansiado para siempre juntas.

MUCHO MÁS QUE AMOR (Juliantina )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora