Jueves por la noche.
Un día normalmente aburrido. Está tan cerca del viernes que puedes oler los días libres antes de resignarte a seguir trabajando durante todo el día. Eso era lo que tanto Uma como Harry sentían esos días.
La bruja del mar llevaba todo el día en el restaurante de su madre, trabajando como de costumbre. En realidad, llevaba toda la semana en aquel restaurante. A medianoche es la hora del cierre del establecimiento. Así que, al ser las doce y media de la noche, Uma ya estaba completamente sola allí.
Se quedó limpiando las mesas y otras partes del restaurante como siempre lo hacía. Su madre le otorgó el trabajo de, además de ser camarera todo el día, ser la limpiadora del Fish and Chips toda la noche.
Era agotador.
Aunque lo que apuntaba a ser una noche de un jueves tan monótona y aburrida terminó tornándose en algo totalmente diferente gracias a cierto pirata de su tripulación.
Uma escuchó las puertas del restaurante abriéndose y, acto seguido, los pasos de alguien entrando. Ella no se molestó en darse la vuelta al concluir que no sería más que otro de los muchos piratas que no saben orientarse gracias al alcohol y que acaban en el establecimiento casi de casualidad.
—Estamos cerrados —suspiró, frotando bien un trapo empapado en una de las vidrieras de armarios con botellas de ron.
—Ya lo sé.
Una sonrisa genuina se dibujó en los labios de la adolescente pronto como reconoció la voz del que se había atrevido a retarla. Se dio la vuelta para encontrarse con un Harry Garfio que le sonreía con descaro.
—Harry —Uma dejó el trapo en la mesa y, en lugar de seguir limpiando, corrió a abrazar a su chico—. ¿Qué haces aquí a esta hora?
—Quería verte —la sinceridad en la voz del pirata hizo que la sonrisa de la chica se hiciera más grande. Ella se inclinó y le besó lentamente mientras sentía su corazón arder por él—. No dejaba de pensar en ti, y no podía esperar hasta mañana para estar contigo.
Sin dejar que su novia le contestara, la besó de esa forma salvaje que él es incapaz de contener con Uma. Ella no pudo evitar sonreír mientras le correspondía el beso. Lo que ambos sentían por el otro no se podría comparar con nada más que jamás hayan sentido. Era lo más puro y, al mismo tiempo, lo más pecador que existía en toda la Isla de los Perdidos.
Una pareja conformada por los dos peores niños villanos de la Isla. Un amor capaz de matar, capaz de crear un infierno y quemar a quien sea con tal de proteger al otro. Juntos, una guerra imbatible. Sus lenguas y cuerpos enredados: un apocalipsis. Nadie jamás desearía meterse con alguno de los dos, pues su sino entonces sería una muerte lenta y dolorosa. Por eso para ellos el amor no era una debilidad, como muchos villanos aseguraban.
Cuando Uma sintió cómo Harry la estampaba violentamente en la barra del restaurante, se alejó un poco.
—Mi madre está aquí, Harry —le advirtió con una sonrisa entretenida y una mirada un poco más alerta.
Él se encogió de hombros con esa confianza tan seductora.
—Entonces intenta no gritar —el chico devolvió sus labios a los de Uma.
—Nos pueden pillar —a pesar de que ella estaba intentando parecer seria, la sonrisa que le cruzaba los labios no la ayudaba.
—¿No te encanta esa adrenalina de ser descubiertos, amor?
Esta vez fue Uma la que fue directa a seguir besándole. A ella le encantaba que Harry fuera el único capaz de desafiarla y no arrepentirse de ello segundos más tarde. Le encantaba ese sentido peligroso que él le estaba dando a lo que estaban haciendo.
Pues al hijo de Garfio no le importaba las consecuencias de sus riesgos. Él disfrutaba tentando al peligro con cada una de sus decisiones. Le gustaba esa sensación de estar siempre al borde de la navaja, de llevarlo todo al límite para reírse en la cara de la amenaza.
Al final era esa locura de Harry de la que la gente siempre hablaba lo que le hacía tomar ese tipo de decisiones arriesgadas. Aunque lo que el resto aseguraba sobre él era ridículo ante los ojos de Uma. Pues quiera que no, el pirata albergaba locura en su esencia. Pero mientras ellos pensaban que era una locura enferma, para ella era la locura que le bajaba el cielo a sus pies siempre que así lo quería.
Era la locura capaz de volverla loca.
Uma tomó el riesgo de que su madre los descubriera y se tumbó lentamente en la barra hacia atrás, haciendo que su novio la siguiera obedientemente. La imagen de Harry encima de ella siempre hizo que se le pusieran los pelos de punta.
Era extraño.
La chica siempre gozó de llevar el control de todo, no por casualidad era la capitana de su propia tripulación. Pero si se trataba de Harry, disfrutaba ser controlada por él casi tanto como tener el control de la situación.
—Es irónico que seas tú la que me tiene tan puto enganchado —él musitó mientras progresivamente se formaba una sonrisa en sus labios. La referencia a la obsesión que Harry tenía con enganchar a sus enemigos con el garfio hizo sonreír a Uma.
—Eres mi peor adicción, Garfio —ella le culpó, admirando cómo esta sonrisa tan atractiva de su novio se afilaba al escucharla. Él cambió su rumbo y se hundió en el cuello de su novia para demostrarle a suaves mordiscos que sentía exactamente lo mismo por ella.
—Te quiero a morir —le susurró el chico al oído cálidamente.
Ella no tuvo tiempo de contestarle cuando sintió los dientes de Harry clavados en su piel con algo más de fuerza, dándole más sentido a su última declaración.
Uma se esforzó por no gimotear o algo por el estilo mientras el chico seguía trazando lo que más tarde sería un chupetón. Recordó las palabras de su novio: "intenta no gritar". Se lo grabó a fuego en la mente e intentó no emitir ningún sonido muy alto cada vez que él la incitaba a hacerlo. Si ya estaba siendo difícil mantener la boca cerrada cuando Harry tan solo estaba mordiendo su piel, sería todo un desafío cuando ambos tuvieran menos ropa puesta.
Unos pasos acercándose dejó a los dos congelados.
Harry se reincorporó rápidamente y Uma se sentó en sus manos, tratando de disfrazar una escena obvia. Se quedaron en silencio mirando a las escaleras como dos ciervos delante de un coche. Hasta que Úrsula apareció y se les congeló la sangre.
El pirata se bajó de la mesa para dejar que su novia también se pusiera de pie frente a su madre. Uma pensó en decirle a Úrsula que no era lo que parecía, pero claramente lo era y bien sabía que ella no es tonta como para no darse cuenta de lo que estaban haciendo. Así que lo único que hizo fue tragar saliva y prepararse mentalmente para cualquier escenario.
Úrsula sonrió de forma leve.
—Si vais a hacer algo, largaos a tu habitación y no ensuciéis mi restaurante. Voy a buscar tapones para los oídos... —Tanto Harry como Uma se rieron nerviosamente, sintiéndose aliviados de que la villana no estuviera enfadada—. Y usad condones, por favor.
Ella desapareció escaleras arriba, dejando a los adolescentes a solas otra vez. Los dos compartieron miradas antes de reírse nuevamente.
—Te lo dije —le acusó Uma entre risas. Ella le agarró de la muñeca y lo guio por las escaleras hasta que llegaron al cuarto de la adolescente.
—Juro que por un momento he temido por mi vida —bromeó el pelinegro, cerrando la puerta detrás de él. Su chica se inclinó como si fuera a besarle, pero no lo hizo. Ella le agarró de la camiseta y le miró a los ojos con una mirada relajada que era increíblemente seductora para Harry.
—Estamos en mi habitación ahora. Por tanto, harás lo que yo diga.
Él asintió.
—Bloquea la puerta —le ordenó, tendiéndole la llave. Su novio la obedeció—. Ahora quítame la ropa y promete que no saldrás de esta habitación hasta que empiece a salir el sol. Promete que harás todo cuanto tu capitana te diga.
Aquella sonrisa llena de peligro y atracción se formó en los labios de Harry, haciendo que el corazón de Uma ya se empezara a acelerar.
—Lo prometo.