Ser la capitana de la Venganza Perdida a veces no era tan fácil.
Llevar una tripulación entera y tomar las mejores decisiones para todos. Tenerlos contentos para evitar un amotinamiento. Cumplir con sus necesidades. Mantenerlos bien alimentados. Conseguir beneficios y tener un objetivo que los motive. Saber qué puesto deben cargar cada uno. Aparentar siempre ser dura, sin importar qué pase. Era tarea difícil, pero a Uma le encantaba.
A menudo debía lidiar con la estupidez de Gil, con lo obstinada que es Desiree, con lo bruto que es Jonas... Y Harry. Mejor ni mencionemos a Harry.
Uma acababa de salir de su puesto de mañana en el restaurante de su madre. Se quitó el delantal y se armó con su espada y su sombrero pirata antes de salir. Estaba lista para pasar de ser una camarera en Fish and Chips a la capitana de la Venganza Perdida.
Al caminar por las calles, la gente ya le dejaba paso con antelación mientras la admiraban. Ella sonreía con orgullo por la imagen que se había ganado allí: la reina de la Isla. Desde que Mal se fue, todo mejoró para Uma. La gente por fin volvió a guardarle respeto y a temer su temperamento.
Ya jamás escuchaba a alguien llamarla Gambita. Al menos, no después de que hubiera ordenado a Harry enganchar a la pobre alma en desgracia que se atrevió a insultarla. Muchos más piratas del puerto se quisieron unir a su tripulación y prácticamente ella gobernaba en su territorio: la Bahía del Pirata.
Caminó por la pasarela que conectaba su barco a tierra. En cuanto puso un pie en el barco, todos se giraron y le dieron la bienvenida a su capitana.
Menos Harry.
Uma notó que el hijo de Garfio la miraba desde una esquina con una arrogante sonrisa ladeada que mostraba gran parte de sus dientes. Él no dijo nada, así que ella le mantuvo una mirada que solo ellos podían entender. Sin dejar que el atractivo de Harry la cegara, ella miró hacia otro lado y subió al castillo de popa para empezar a dar órdenes.
—¡Gil! —el rubio la miró expectante—. Asegúrate de amarrar bien esos cabos. ¡Vosotros dos!
Dos piratas apoyados en la borda la miraron y se reincorporaron con rapidez.
—Dejad de holgazanear y cambiad la vela que se rajó por una nueva —ambos asintieron y acataron su orden al instante.
Uma echó un vistazo a toda la tripulación para asegurarse de que todos tuvieran un trabajo que realizar. De pronto se encontró con un Harry Garfio sin camiseta que ayudaba a Jonas a desplazar cargamento de barriles. Es cierto que él no era el único sin camiseta en el barco, pues era un día de altas temperaturas y la mayoría de hombres llevaban el torso desnudo. Pero ella solo pudo fijarse en Harry.
Tragó saliva y se mojó los labios con la lengua sin darse cuenta mientras seguía mirándole de arriba abajo, cada vez deseándole más. Afortunadamente consiguió salir de su aturdimiento y trató de mirar cualquier otra cosa. El mar, el timón, la bandera, los abdominales de su primer oficial...
Suspiró antes de dar una nueva orden.
—¡Harry, ven aquí! —el chico dejó uno de los barriles en el suelo y le pasó a Gil la tarea de moverlos fuera del barco antes de seguir la orden de su capitana.
—¿Pasa algo? —preguntó, parándose a su lado. La adolescente se esforzó por no volver a bajar la mirada.
—Ponte la camiseta. Es una orden.
Harry sonrió con osadía y agarró la camiseta de su hombro, pavoneándose un poco más enfrente de Uma.
—Pero si a ti te encanta, cariño —murmuró mientras se acercaba ligeramente.