La noche era fresca.
Harry no sabía exactamente qué hora era, pero sabía que era más de medianoche. Estaba paseando por la orilla, golpeando algunas piedras con los pies mientras la esperaba. El mismo día, a la misma hora. Todas las semanas sin falta acudirían al mismo lugar.
La arena húmeda le hacía hundirse un poco en sus botas, pero apenas lo notaba. Al echar la cabeza al cielo, se dio cuenta de que, por primera vez en muchos meses, dos estrellas solitarias iluminaban el cielo cubierto por la nube.
—¿Harry? —él escuchó la voz algo lejana. Sonrío para sí mismo antes de darse la vuelta.
A lo lejos, allí estaba ella.
Su capitana.
—Llegas tarde —le gritó desde lejos. Ella pronto le encontró y corrió en la arena hasta llegar a él. La sonrisa del chico tan solo creció cuando tuvo a su amiga delante.
—Tú llegas muy pronto —le acusó Uma con media sonrisa.
Se encogió de hombros, con una sonrisa divertida.
—Lo que tú digas —Harry solo se permitió unos pocos instantes para mirarla a los ojos antes de que Uma empezara a mirarle raro por ello. Luego levantó su mano derecha hacia ella, y la aceptó sin dudar.
—Aún no entiendo por qué te empeñas en enseñarme a bailar un vals —Uma ahogó una risa mientras ambos se movían bajo la melodía de las olas.
—Te enseñé hace años a pelear con la espada —sus labios se curvaron en una sonrisa—. ¿Por qué es tan diferente que te enseñe a bailar un vals?
Harry la hizo girar. En realidad él sabía muy bien que estas "clases de baile" solo eran una excusa para pasar más tiempo con ella. Pero jamás se lo diría.
—¿Porque vivimos en una isla que se rige por el mal? —la voz de Uma tenía un aire burlón hacia Harry.
—Oye, que fuiste tú la que aceptó estas clases —le recordó—. Que, por cierto, no han servido de mucho estas últimas semanas.
La bruja marina frunció el ceño.
—¿Qué insinúas, Garfio?
—Que se te da fatal bailar —le dijo sin más, riéndose ligeramente—. Me pisas a cada tres pasos que damos.
—Tal vez tengas razón —de pronto, Uma le empujó y se apartó, con tal de poder ponerle su espada contra el pecho. Harry la miró, claramente sorprendido—. Pero se me da de miedo pelear. Te he vencido muchas veces.
Él la miró de arriba abajo y esbozó una sonrisa ladeada algo más suave.
"Fiera".
Pensó, quitándose la hoja de la espada del pecho y moviéndola a un lado. Eran cosas como estas las que le hacían quererla más.
—Además —ella continuó—, no te pisaría tantas veces si no hablara y bailara a la vez.
—Entonces no hablemos —la acercó, tirando de su brazo hacia él.
Tal movimiento los hizo acabar cerca. Quizá demasiado cerca. Uma lo miró a los ojos, bastante seria de repente. Se había dado cuenta de que nunca antes había estado a tan poca distancia de su primer oficial.
Él le correspondió la mirada, y despacio se alejó un paso. Luego entrelazó sus dedos con los de Uma y con mucha delicadeza le puso una mano en la cintura para volverla a atraer en el baile.
Ella dudó, pero acabó posando su cabeza en el pecho de Harry mientras sus pies seguían el compás que poco a poco se estaba memorizando.
Podía escuchar con cierta claridad los latidos del corazón de Harry. El ritmo era bastante rápido, en contraste con el baile lento. Sintió cómo él recostaba suavemente su cabeza contra la suya. Incluso notó esas caricias tan dolorosamente leves que él dejaba en su cintura.
Pero Uma sintió algo más que una caricia. Sintió cómo su propio corazón también se aceleraba. La sensación nueva en su estómago a la que ni siquiera pudo ponerle nombre. Estaba aterrorizada, y a la vez, nunca se había sentido más relajada.
¿Qué le estaba pasando?
—Tú también lo sientes, ¿verdad? —la voz suave y tímida de Harry contra su oído la hizo reaccionar.
De la manera incorrecta.
Ella se apartó tan rápido como pudo de él. Y cuando lo hizo, el frío de la noche los golpeó a ambos como nunca antes lo había hecho.
—... ¿El qué? —preguntó en no mucho más que un murmuro.
Harry dio un paso adelante.
—El anhelo... —Su voz fue tan baja que casi queda ahogada por las olas, pero Uma lo oyó con claridad.
Ella tenía más miedo que antes. Miedo de la forma tan suave en la que Harry la miraba. Miedo de hacerse vulnerable otra vez. Miedo de esa sensación odiosa a la que en el fondo sí podía ponerle nombre. Miedo de caer tan profundo que luego no pueda salir.
No sabía qué decir. No se veía capaz de mentirle a Harry. No cuando se estaba dejando tan vulnerable ante ella. Unas palabras podrían destruirlo, y Uma era consciente de que ella era la que tenía ese poder ahora. El poder de hacerle daño como ninguno otro podría. Pero jamás le haría daño.
En cambio, si lo admitía y le daba la razón, se haría realidad. No podía decirlo en voz alta. No era capaz de pronunciar ni una palabra.
Por suerte, no tuvo que hacerlo.
—¡Uma! ¡Harry!
Unas voces bastante conocidas se robaron su atención. Eran los hijos de Smee. A veces se quedaban a cargo de ellos cuando el Capitán Garfio zarpaba a la Isla de los Malditos acompañado de su primer oficial. Eran los niños más indefensos, como a todos los que cuidaban.
Ambos venían corriendo y parecían un poco asustados, así que los dos adolescentes también avanzaron en su dirección.
—¿Qué ocurre? —Uma se apresuró a preguntarles, mientras Harry miraba a lo lejos en busca de la amenaza.
Y la encontró.
Pero al reconocerla, ni siquiera sacó la espada.
—Que les da miedo el vudú —Celia, la hija del Dr Facilier, se acercó a ellos con una sonrisa despreocupada. Uma y su hermana mayor Freddie eran bastante cercanas, así que a menudo convivían los cuatro.
—¿Qué has hecho? —preguntó ella con voz más autoritaria, cruzándose de brazos.
—¡Solo les enseñé un truquito básico y salieron corriendo! —ella levantó las manos y sonrió.
Uma negó con la cabeza antes de darle un rápido tirón en el pelo a la niña.
—Es muy tarde para vosotros —dijo—. Será mejor que os llevemos a casa.
Y así fue.
Fueron sigilosamente al Jolly Roger para dejar a los gemelos y luego tuvieron que despertar a Facilier para devolver a su niña, que no estaba especialmente contento por eso.
Luego Harry, como era costumbre, acompañó a Uma a casa. Era evidente que no iban a seguir con el baile, mucho menos con la conversación.
Ella se paró en la puerta del restaurante y lo miró en silencio. Harry tenía la vaga esperanza de que le respondiera ahora. Pero Uma aún no se veía capaz.
—Buenas noches, Harry—murmuró con una voz demasiado tímida para su gusto. Ella no pasó por alto la desilusión en los ojos de su amigo.
Él asintió.
—Te veo mañana —se las apañó para sonreír un poco antes de darse media vuelta para caminar a casa.
Uma se quedó mirándolo ahora que él no podía darse cuenta. No mucho después volvió a la cama, y trató de ignorar la sensación de vacío que aún sentía al haberse apartado de Harry.
Y quizá ninguno de los dos sacaría el tema en una conversación.
Pero ambos sabían bien que, esa noche, algo cambió entre ellos.
Algo que los hizo más cercanos aún.