Nunca fue un chico lanzado. La primera vez que te dio la mano estuviste prácticamente saltando de la alegría. Recuerdas cómo acercaba su mano a la tuya mientras caminabas por la arena, intentando reunirse de valor para entrelazar vuestros dedos. Ambos miraron a lados apuestos cuando lo consiguió. Después de aquel día, no hay camino en donde no tenga sus dedos entrelazados con los tuyos.