Está sudado. Y precioso. Le tiemblan los brazos al levantar las pesas y tiene los labios apretados por el esfuerzo. Pero sigue precioso.
- ¿Vas a seguir mirándome así?
Notas un dolor agudo en el pie antes de darte cuenta que has tirado una mancuerna con el susto. Ignoras el ridículo que acabas de hacer y tratas de parecer ocupada estirando tus brazos.
- Demasiado tarde, bonita.- se ríe a tu lado, recogiendo la mancuerna que te estaba dejando sin pie.- Ahora entiendo por qué te gusta tanto venir conmigo al gimnasio: quieres ver a tu novio.
Vas a decirle que no, que es inmaduro de su parte pensar de ese modo, pero te da un beso en los labios tan rápido que te da igual lo que piense. Al fin y al cabo, tiene razón: el gimnasio sin él sería aburridísimo.
