El beso pasó antes de ser consciente de él. No duró ni dos segundos. Fue el roce fugaz de dos labios. El tuyo, y uno ajeno. Las cámaras que te habían estado siguiendo durante todo el día se volvieron locas. Trataste de agarrar la muñeca del chico que acababa de besarte pero huyó. Corriste tras él, decidida a dejar atrás tantos paparazzis y darle una cachetada a aquel desconocido.
Tres horas después, entraste a tu apartamento.
- ¡Michael!
Dejaste en el suelo todas las bolsas y corriste escaleras arriba, deseoso de buscar a tu novio. Llevabas muchos meses con él y conocías a la perfección lo tramposos que podían llegar a ser los paparazzis. De una bobada obtenían portadas de revistas.
Sin duda alguna, tu beso saldría a la luz.
- ¡Mike!
Entraste al cuarto que él mismo había adornado. Estaba lleno de instrumentos musicales, discos de vinillo y altavoces gigantes que daban dolor de cabeza a tus vecinos. Al no verlo ahí, lo buscaste en el baño.
- ¿Hola?
Michael debí estar en casa. Él mismo te había llamado poco antes de aquel accidente en plena calle. Te aseguró que estaba ensayando, que no se movería del apartamento.
Buscaste tu teléfono en el bolsillo y lo llamaste.
Tres llamadas después, notaste que te colgó.
Corriste a tu habitación. No supiste muy bien qué te hizo tener la piel de gallina, pero sentiste que las cosas no andaban bien. Llegaste y casi llamas de nuevo a Michael cuando encontraste el suelo limpio de su ropa, pero luego recordaste que no te quería contestar. Si hay alguien incapaz de recoger sus pertenencias del suelo, ese es Mike. Abriste los roperos y, como temías, su ropa no estaba.
Llamaste a su número otras cinco veces, pensando qué hacer.
A la sexta llamada, recibiste un mensaje.
"Deja de molestarme. Hemos roto. Gracias por serme infiel delante de medio mundo."
