La bruja y el gato blanco me revelan detalles interesantes -Lester

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Jamás me imaginé ver un tanque estadounidense enfrentarse a una Hidra. Estoy escondido en unos arbustos enfrente del Empire State, donde Blackjack me dejó. No puedo moverme del pánico que siento en estos momentos. ¿La hidra siempre había sido tan grande o es que el tanque le da un sentido de grandeza? Parece que los militares tampoco saben cómo actuar, ya que preparan el tanque, aunque no lanzan nada. La hidra solo parece que quiere moverse, pero  el ejército cubrió toda la calle.

Debo de salir de aquí antes de que los militares dejen de acobardarse y disparen a la hidra. Tengo que entrar al Empire State que están en frente de mí sin que militares o el monstruo de múltiples cabezas me noten. Si voy por detrás del tanque puedo entrar por la puerta de emergencias a un costado del edificio; Atenea la puso ahí por emergencias y solo los dioses la podemos ver.

Camino por la zona verde esperando que estos arbustos me cubran lo suficiente para que la hidra no me note, hasta que siento como mi piel se zambulle en algo suave. No era barro, porque la última vez que llovió fue hace semanas y dudo que alguien regará el jardín municipal hace poco. Había pisado caca de perro; y cuando noté el olor, no pude evitar el reflejo del vómito. Fue tanto el ruido que hice que el monstruo me observó con sus montón de cabezas.

—¡Mierda! —las cabezas escupieron fuego hacia mi dirección.

Corrí entre los edificios y los demás tanques. Los militares escondidos en los tanques fueron muy cobardes en salir a ayudarme; prefirieron tirar torpedos a lo loco contra la hidra. Entre las explosiones y el fuego, la calle se contaminó de humo al punto que no podía respirar ni ver. Seguí corriendo pensando que había dejado la hidra detrás, hasta que tropecé con algo y caí. Mi rodilla recibió todo el golpe y no podía moverla. Detrás de la cortina de humo, una de las cabezas de la hidra salió y trato de comerme. Acepté mi destino de convertirme en almuerzo de monstruo.

—¡Leukos Mene!

Una luz blanca atacó a la cabeza de la hidra y ésta retrocedió hasta que se convirtió en polvo. La nube de polvo y el fuego lentamente se fueron dispersando dejándome a mi salvadora. Su cabello blanco ondeaba perfectamente entre los escombros. Debía tener unos dieciséis años, con un uniforme escolar de escuela privada. Pero, ¿a mitad de verano?

—¿Estás bien? —me pregunta sin volverme a ver.

—Sí —le grito.

Ella se va hasta donde quedaron las cenizas de la hidra y saca algo de ellas. Rápidamente, la agarra y corre hacia mi lado. Puedo notar sus finos rasgos con su piel pálida como un fantasma.

—Vamos antes que nos encuentren los militares. —Ella me levanta y me lleva del hombro hasta un edificio cercano del Empire State.

Me acerca hasta un apartamento que está hecho un desastre como si un huracán acaba de pasar por ahí. Me sienta en el sillón y coloca mi rodilla en la mesa de café.

—Parece una simple raspadura. Voy a traer el botiquín.

Mientras trato de procesar lo que está pasando, un gato me pasa por la otra pierna ronroneando. El gato era blanco como la nieve con sus ojos de diferentes colores. Parecía muy bien cuidado, hasta un poco gordo. Al ver que no lo quito, este se sienta en mi regazo.

—¡Ahí estás Jason! Perdón, apenas tiene dos años y cree que todo el mundo lo ama.

El nombre del gato me cayó como una gota de agua fría; por alguna extraña razón, ahora uno de sus ojos se me hacía idéntico al celeste de los ojos de Jason. Aunque esto no era lo único extraño, el cabello de la chica se había transformado en un café oscuro ondulado y su piel ahora era un poco más morena.

La chica empieza a limpiarme la herida y le coloca un parche para que no me moleste al caminar. Todo mientras tararea una canción que me hace conocido, pero no logro descifrar cuál es.

—Espero que con eso, porque no soy muy buena en la curación.

—¿Quién eres?

—Me puedes llamar Ayla. —Me sonríe—. No me tienes que contar el tuyo si no quieres. Desde que la barrera cayó, muchos estamos encontrándonos y eso puede llamar la atención.

—Lester —digo—. ¿Sabes qué pasó?

Ella se veía joven, pero también sabía más del mundo mágico. Las brujas siempre fueron capaces de ver entre la niebla más fácil.

—La onda que recorre el planeta, fue una  ultra magnética que destruyó el velo del mundo mágico. Después, empezaron a invocar monstruos desde la Mitocards. El grupo de personas que lograron esto debe tener años planeando esto.

—¿Mitocards? —pregunto—. El juego de cartas para niños.

—No empezó como un juego para niños. Su creación se remonta a muchos siglos atrás. Son los invocadores más poderosos del mundo. Se dice que hasta alguien en Plutón con una carta podría invocar a la quimera desde el Tartaro.

Ella saca lo que tomó de las cenizas de la hidra y noto que es una carta de las que colecciona Nico di Angelo secretamente debajo de su cama.

—Hoy en día, hay muchas copias, pero solo los mejores magos sabemos cuales son las originales. Las creadas por los cinco héroes originales. Hay de monstruos, pero también de héroes fallecidos, espíritus, dioses y más. —Ella esconde la carta en lo que parece una caja preciosa decorada con una luna en la tapa dorada—. Entre más tengas, más cerca estarás de convertirte en el mago supremo. O eso dicen; la verdad poco se sabe de cuál fue su verdadero propósito.

Ayla con su simple movimiento de mano hace que la caja desaparezca y no logre notar cuántas de estas cartas tenía. Para tener unos dieciséis  años, era muy poderosa; podría estar al nivel de brujas como Circe o Medea. Jason, el gato, empieza a maullar en la cocina.

—Jason tiene hambre. ¿Quieres comer?

Tengo tantas preguntas, pero el hambre me empieza a llegar al estómago. Definitivamente algo me esta pasando, hasta ahora lo noto. Me raspe la rodilla, tengo hambre y ni siquiera he pensado en mis poderes. ¿He vuelto a ser Lester? Mientras camino a la cocina encuentro un espejo y noto que sigo en modo Lester, pero el del campamento. Sin espinillas ni orejeras. Es como si me hubiera congelado en este estado.

Ayla sirve un poco de alimento húmedo al gato y este se lo come muy feliz. Después me sirve un plato con dos Spanakopita. Es una tarta salada de hojaldre rellena de espinacas, cebolla y queso feta, típica de Grecia. Tenía tiempo que no comía una tan buena. Le agradezco la comida y ambos empezamos a comer. En su pequeño apartamento lleno de cosas de brujería, también podía notar fotos de Ayla con una muchacha que se me hacía muy conocida.

—¿Con quién vives? —le pregunto.

—Con mi prima, nos mudamos hace como cuatro años por su trabajo.

—Me parece conocida. —admito. —¿Ustedes son griegas?

—Mi prima es griega. Yo soy mitad griega y mitad turca, pero viví en Turquía hasta que mi tía me ofreció entrenarme.

—¿Como bruja? —Ella asiente con la cabeza—. Yo también soy griego. En verdad, soy Ap...

Jason se coloca en modo defensivo, con la cola erizada y los colmillos afuera, en frente de la puerta de la cocina. Algo había entrado a la casa y estaba desordenando la sala. Ayla saca un collar con una piedra de ámbar y lo coloca en su mano.

—Creíste que no te encontraría, Ayla —dijo un chico del otro lado de la puerta—. ¡Dame la carta de Helios!

Myth & WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora