Soy un padre responsable que deja a sus hijos -Lester

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Después de la desaparición de Dionisio, la barrera se destruyó por completo. Nico y Will fueron a investigar qué había ocurrido con el vellocino de oro. Mientras mis demás hijos y yo checamos a todos, me di cuenta que mis poderes no estaban funcionando. No pude curar ninguna herida con magia, ni tampoco con algún himno. Así que vendé las heridas más superficiales y me fui retirando poco a poco. Caminé lentamente afuera de la enfermería.

—¡Apolo!

Grité del susto. Era Meg, quien me encontró huyendo de mis labores.

—¿Qué haces aquí, Meg? Deberías estar con los más poderosos protegiendo los alrededores.

—Un pajarito me dijo que andas de inutil, otra vez.

—¿Inútil?

¿Acaso sabía mi antigua jefa que yo había vuelto a perder mis poderes? No había forma de que lo supiera. Ni siquiera yo estaba seguro de que estaba ocurriendo exactamente.

—Sí, de que andas huyendo de ayudar a los heridos.

—Mira, es que estoy recibiendo una llamada de mi hermana. Entonces voy a ir a contestar por ahí del bosque. Ya sabes, privacidad de los dioses.

Corrí a dentro del bosque de las ninfas lo más rápido que pude para que Meg no me logre alcanzar. Aunque nuestra conversación me dio una idea; llamar a Artemisa. Ella debe de saber qué está ocurriendo. Tengo un dracma en el bolsillo, solo falta un arcoiris.

Me adentré un poco más en el bosque hasta que encontré, de milagro, un rayo de luz que caía justamente en un río que salpicaba. Aprovecho y tiro el dracma. Nada. El dracma lo atravesó y cayó en el río. Era mi único dracma.

—Tendré que pedirle otro a Quiron.

Caminé de vuelta al campamento, donde me encontré a todos reunidos y preocupados. Will y Nico ya habían vuelto.

—¿Cómo que no está? ¿Se quemó? -preguntó la campista André.

—No estamos seguros, pero el árbol no se consumió todo. -contestó Nico.

—Además, no había signos de que algo se hubiera quemado, como cenizas o pedazos de vellocino -agregó Will- ¿Y Peleus ya apareció?

—Estaba en el techo de la Casa Grande. Ya lo pudimos tranquilizar y se durmió en el techo de la cabaña Apolo —dijo Carla

Todos volteamos a ver al dragón durmiendo en el techo de mi cabaña. El calor solar que emanaba seguro le reconfortaba. Todo parecía tranquilo, hasta que Peleus ronco y la casa se sacudió. Hasta el sonido de una lámpara rompiéndose se escuchó.

—Genial... -Suspiré. Todos me volvieron a ver, se me olvido que soy el adulto aquí.

—¿Papá, sabes algo? —me pregunta Will.

—Sinceramente, no. Nadie se ha comunicado y no quiero dejarlos solos. Ahora que Dionisio está... es mejor que me quede. ¡Vuelvan a sus puestos!

Las caras de todos eran de tristeza, decepción y amargura. Caminaban de una forma tan retraída, solo les hacía falta una nube gris encima. Me ponía mal verlos así, pero su hogar había sido violado. Hasta su guardián se cargaron, aunque Dio no era el mejor cuidador, todos sabían que si los querían de una manera muy distante.

"Recuerda.."

No los doy a dejar solos, Jason.

Fui hasta donde se encontraba Quirón, para hablarle de lo que había ocurrido. Estaba en la Casa Grande, tratando de contactar con el Olimpo. Espero que sí haya tenido suerte, a diferencia de mí. El centauro estaba en frente de una bola de cristal, que yo nunca había visto. En ella pude ver una figura borrosa, como glitcheada, y salía la voz de una mujer adulta.

—Duraste mucho, Quiron.— dijo la mujer. —Ahora tu gente está en peligro y nadie puede ir por ustedes.

Traté de espiarlos más, así que me acerqué. Al moverme, choqué con una estantería que provocó que todos sus libros se cayeran al suelo. El centauro se asustó y la bola de cristal se apagó.

—¡Apolo!

—Perdón, —trate de esconder los libros debajo de un armario con el pie y sonreí vergonzosamente—. Vine a ver si lograste contactar con el Olimpo.

—No, tengo muy poca señal.

—¿Y ella?

—Es una vieja amiga que vive cerca de aquí, pero con ella pude contactar poco. Algo muy malo está ocurriendo y afectó a todo el mundo.

—Nunca había escuchado de algo así. Ni siquiera una profecía ni nada. Además de que Dionisio ha desaparecido.

No quiero decir muerto. Me niego a pensar que un dios pueda morir tan repentinamente. Las deidades morimos cuando nos olvidan, pero eso toma mucho tiempo para que ocurra. Jamás había visto un caso de que con solo un rayo de luz uno de nosotros pudiera sucumbir.

—¿Tus poderes sirven? -pregunta Quirón y niego con la cabeza-. Debes volver al Olimpo y averiguar qué pasó con los demás dioses.

—Pero, no tengo poderes. Además, me necesitas aquí para proteger a los campistas.

—Si están aquí, pues no están en peligro.

—¡La barrera de Thalia cayó!

—¡Lo sé! Esa barrera no siempre existió en todos los años que he entrado en semidioses. Estaremos bien. -Quiron me entregó su arco y sus flechas-. Son las flechas de Sagitario, un regalo de una vieja amiga. Ahora serán tuyas.

—Yo te las di cuando empezaste a entrenar héroes.

—Algo me dice que te harán falta para ir al Olimpo y a donde sea que vayas.

Tenía que confiar en Quirón, como lo hice hace muchos años. Acordamos que partiría en la noche y que no le diría a nadie. Mientras algunos semidioses harían el torno de la noche, yo saldría por el bosque justo como el primer día que vine al campamento como Lester.

Para actuar mejor en el asunto, acompañé a mis hijos a dormir. Austin cayó redondo apenas llegó a su cama; al pobre músico lo tenían explotado con tantas vigilancias. Kayla se puso una mascarilla para la piel y parecía una momia. Los demás ahí se acostaron como bebés, Jerry hasta se chupaba el dedo. Will volverá más tarde, ya que quería acompañar a Nico investigar más del caso. Eso me tenía arrinconado porque si me quería ir tendría que hacerlo hasta que llegara. Espero que no se le haya ocurrido hacer cosas de adolescente cuando estamos en crisis.

A la una de la mañana, Will no había vuelto. Tenía que irme ya. Así que agarre el arco, las flechas y la mochila que me había dado Quirón. Tranquilamente salí por la puerta. Al menos los demás pensarían que soy Will entrando. Caminé por el mural de los caídos, le di un adiós a Jason y a los demás. Llegué al establo donde estaba mi transporte hasta Nueva York, esperándome.

Blackjack estaba esperándome afuera, el pegaso se había ofrecido a llevarme y después volvería. Por suerte, los pegasos no fueron afectados en su habilidad de volar.

—Hola amigo -le saludo—. Gracias por ofrecerte.

—¿Así que te vas?— Rachel estaba detrás mío.

—Alguien tiene que ver que ocurrió en el Olimpo.

—Tu poderes tampoco sirven. -Rachel ya sabía, no me sorprende viniendo de mi oráculo—. ¿Estamos en peligro?

Las lágrimas corrieron de sus ojos. Traté de ser el valiente Apolo, pero sus mirada de tristeza dejó que Lester el humano saliera. No pude evitar abrazarla y llorar junto a ella. ¿Quién estaba a salvo? ¿Qué me voy a encontrar en Nueva York?

—Cuida de mis niños y a Meg, por favor. -le digo a Rachel y le limpio las lagrimas.

—Solo si tú también te cuidas.

Monté en Blackjack y volamos hasta Nueva York. Despedí el campamento desde el aire donde varios campistas notaron mi ida. El pegaso no duró mucho hasta llegar a un área donde pudiera aterrizar sin que nadie nos viera. Despedí a mi acompañante y me acerqué a la gran manzana. Cuál fue mi sorpresa al encontrar el ejército de Estados Unidos contra la hidra en medio de la calle. 

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