Extra 5: En el fin del Cosmos

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El cíclope sintió una patada en el estómago. Ya era la cuarta vez que lo intentaban levantar, pero estaba tan cansado que ni pudo moverse. Lo único que podía hacer era escuchar el agua del río que salpicaba. Tyson, hijo de Poseidón, estaba al borde la muerte.

—¡Alto! —grita un chico—. ¿No ven que lo van a matar?

El chico humano acerca un vaso de agua a sus labios y Tyson recupera toda su energía. Logra abrir los ojos y se encuentra al príncipe, así lo llamó Ella. Su corona de ámbar siempre es lo que más le llama la atención; utiliza un material dorado que no se ve en las fraguas de su padre. La cantidad de detalles que esta tiene es digna de un monarca tan compasivo como él.

—¿Qué diría Alabaster si matan a su mejor herrero? —El príncipe siempre se enfrenta a los encapuchados; es muy valiente—. ¿Estás bien?

Los ojos compasivos del príncipe le recuerdan a los de su hermano, Percy, aunque este tiene más furia en ellos. Ella lo llamó «el príncipe», como lo vio en un libro donde lo llamaban «El pequeño príncipe». Tenía la misma gabardina azul y el cabello dorado, solo que ahora era un joven y no un niño como en la historia.

—Príncipe, ¿dónde estamos? —pregunta Tyson.

—En el fin de los tiempos, el Castillo del Cosmos —responde—. Mi hogar... o lo que queda de él. No tomes el agua de ese río; no es la misma agua del planeta Tierra y sería mortal para ti. Vuelve a trabajar. Vendré a ahuyentar a los malos en una hora.

A pesar de ser compasivo, el príncipe tenía una depresión. Bueno, todos aquí la tenían. Alabaster los trajo para crear las armas con las que sus secuaces atacaran la tierra. A Tyson y a Ella se los llevaron de la biblioteca en Nueva Roma. A su llegada, los recibió Alabaster. Junto a él estaba el príncipe, encadenado.

—Miren qué tenemos aquí —dijo el hijo de Hécate—. El hermanito de nuestro querido Percy Jackson. Junto a la arpía de las profecías.

—No les hagas daño, Alabaster. —comentó el príncipe.

—Tranquilo, su majestad. —Con una señal hizo que dos encapuchados aparecieran—. Lleven a la arpía la sala de Astrea, y al cíclope a las fraguas. No lo maten, que lo necesitaré cuando mi amigo se digne a venir.

Desde entonces, tienen a Tyson con otros cíclopes construyendo un arma para Alabaster. Al menos no era la mina donde llevaban a los otros monstruos. De ahí, sacaban el material de la corona del Príncipe, pero no era tan majestuoso.

—El ámbar de Faetón se debe sacar con amor —le explicó el príncipe a Tyson—. Alabaster lo saca sin escrúpulos o rituales, por eso no tiene tanto brillo como el de mi corona.

Desde entonces, Tyson siente un gran aprecio por el príncipe. A pesar de que sufre todo el tiempo, él le prometió que protegería a su amada y que no dejaría que nadie en sus tierras padeciera. El hijo de Poseidon no puede evitar ver cómo su guardián entra a ese castillo del terror, deseando poder protegerlo justo como Percy lo protegía a él.

Por su parte, el príncipe se dirige a la sala de Astrea justo después de salvar a Tyson, ya que quiere revisar a la arpía de las profecías. Puede que Ella tenga las respuestas de cómo acabar esto y quiere esa información antes que Alabaster. El castillo del Cosmos se había rodeado de un aura de maldad y caos; su deber era protegerlo, pero se dejó caer ante las palabras de amor de ese mago.

Fui tan idiota. —Pensaba todos los días—. Hera me lo advirtió. Ahora le he fallado a todos los seres terrestres y, tal vez, del universo. Merezco morir junto a mis guardianes, junto a mi diosa y a mi padre. Pero él no me dejará hasta que el Caos se desate por completo.

Cuando llega a la sala de Astrea, encuentra a los secuaces electrocutando a Ella. El príncipe se interpone y termina herido. Cae al suelo inconsciente por unos segundos.

—¿No ves que este es el novio del señor?

—Yo no soy el novio de nadie. —El príncipe se levanta—. Soy el guardián de este castillo y, de ahora en adelante, estos palos quedan confiscados.

—Hoy amanecimos bravos.

Era el último insulto que soportaba de estos malhechores. Tomó su corona y la transformó en un disco. Al lanzarlo, logró romperles el cuello a esos dos encapuchados. Odiaba matar, pero no tenía otra opción. Si quería sobrevivir, debía dar miedo.

—Ondas de colores —dijo la arpía temerosa en su jaula.

El príncipe se acercó a ella, colocó su mano y le acarició la frente.

—Está bien, no digas nada. Al menos hasta que ellos lleguen.

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