Secretos y profecías -Carter

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Tengo que devolverme un poco en la historia para que me entiendan. Antes de irnos a dormir, junto a mi hermana, seguimos a Mic hasta su tienda. Los demás guerreros nos observan con sus máscaras espeluznantes; sin embargo, a mí no me afectaba tanto como a Sadie. Verán, crecer entre museos hace que las cosas más terroríficas se vean como simples objetos. En el caso de mi hermana, quien apenas toca un libro (Sadie, yo no he visto ningún libro en tu habitación desde que vivimos juntos), pues el arte de las carátulas consiguen ese efecto de temor.

Caminamos hasta la habitación que parecía la más grande y dos guardias cruzaron sus lanzas, sin querer dejarnos entrar.

—Necesitamos hablar con Mic a solas. —dije mirando a los guardias. La forma canina de sus máscaras me recuerdan a Anubis, pero de una manera más sádica.a—. Yo conozco a ese dios. El de sus máscaras.

Escucho a Mic hablar desde adentro en un idioma que desconozco; no era español. Los guardias responden en un tono agresivo y Mic asoma su cabeza entre las dos lanzas.

—¿Qué ocurre, jóvenes?

—Tenemos una información, pero está en un idioma que no podemos descifrar. Esperamos que usted conociera algo del tema.

Mic asiente y, con una palabra, los guardias bajaron las lanzas. Tomo esto como una señal para continuar y jalo del brazo a Sadie para que entre conmigo.

Aunque el lugar era muy simple, estaba ordenado tan cómodamente. Dentro, había una cama pequeña y simple, pero estaba perfectamente tendida. También había una mesa circular en la que sobresalía un mapa lleno de figuras de muchos dioses de distintas culturas. Solo había visto algo así en películas de fantasía o en juegos de rol muy elaborados. (No, Sadie, yo no juego eso. No soy tan nerd).

—¿Por qué tus guardias usan máscaras más feas que los demás? —pregunta Sadie.

—Son cadejos, o perros del inframundo —explica Mic. —Los elegidos por la deidad Xolotl, que toma la forma de un perro.

—¡Como tu novio, Sadie! —digo.

—¡Cállate! —me gritó—. Anubis no es feo.

—Son igualitos —le susurro a Mic y este intenta ocultar su risa.

Le doy los papeles donde he apuntado cada parte de la profecía. A pesar de la máscara, puedo notar cómo se confunden con las palabras. Se agarra el pelo frustrado de no comprender lo que dice.

—Definitivamente es náhuatl —nos confirma—. Pero hay partes que no logro entender; pero sé quién nos puede ayudar.

Mic toma lo que parece ser una radio y llama a una persona. Rápidamente, una chica con la máscara más bonita entra. Esta lucía flores y plumas decoradas en las esquinas, junto con un hermoso Quetzal tan detallado que parecía cobrar vida. No me pidan que les explique cómo lo logran o si pueden ver, pero si les puede decir que cualquier cosa que se imaginen no se acerca ni un poco a lo bella que era.

—Xochi, tradúceles esto —pide Mic y la chica toma el papel para leerlo con detenimiento.

—Parece estar desordenado —comenta la chica—. Comparando ambas notas, es como si se intercalaran. Hay párrafos que riman más que otros del otro papel. Si me dan unas horas, puedo tratar de traducirlo y acomodarlo justo como me parece correcto.

No me sentía cómodo ante la idea de perder ambos papeles, pues, al final de cuentas, no conocía a estas personas; podían ser enemigos de su propio bando. El hecho de no verle las caras parecía influir en mis decisiones. Mi hermana, por otro lado, aún se sentía incómoda. Miraba hacia la salida de la tienda justo donde estaban los guardias.

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