Una herencia legendaria -Sadie

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Debo admitir que la chica azulada se me hacía muy rara al principio, pero después descubrí que dentro de ella hay una niña además de sabiduría. Siento que su condición es para protegerse de lo que sabe o para que no lo ande divulgando a los demás. Quirón la llamó "madre de los celtas", aunque no entendió bien ese concepto. No sé mucho de otras mitologías, solo de la egipcia. En Inglaterra aprendemos un poco de esta cultura, pero en Londres no se le da mucha importancia.

Después de que las chicas raras aparecieran, Magnus nos guió a un bosque cerca del campamento. Bueno, fue más Dana; pero ella iba tan rápido que Magnus debía pararla. En un momento, Dana se paró de seco entre los árboles. Su mirada quedó extrañada, como si algo más debiese estar ahí. Luego observó a las cazadoras y les indicó que se fueran.

—¿Quién eres para decirnos que hacer? —criticó la líder de estas—. ¿Cómo sabemos que esto no es una trampa?

—Cálmese señora —dijo Magnus.

—¡Magnus! —le regaño, ahora menos nos iba a dejar ir la líder.

Carter se interpone entre la líder y Magnus, saca su Kopesh y se la da a la chica metalera. Es un tipo de espada con forma de U, con filo en su parte convexa. Nosotros los magos las usamos para hacer hechizos. El hecho de que Carter le dé la suya a ella es como un símbolo de tregua. Mi hermano ahora está indefenso.

—Me lo devuelves cuando volvamos. Lo necesito, así que cuídalo mucho.

La cazadora no dijo nada; estaba en shock por el arma en sus manos. En otros tiempos, nunca lo hubiera podido tocar, pero parece que el efecto entre armas de distintas mitologías desapareció. ¿Eso era bueno o malo? Las cazadoras se retiraron lo suficiente y Dana suspiró de alivio.

De los árboles se empezaron a escuchar voces de mujeres cantando como sirenas. El idioma se me hacía conocido, pero no lo entendía. Dana caminó hasta los árboles extraños y alzó sus manos llenas de magia azul que cubrió el bosque. Las voces cantaban victoriosas; Dana reía. Del otro lado del arco estaba una espada en un pedestal de piedra.

—¡No te lo creo! —grito—. ¡Es Excalibur!

—Papá se hubiera muerto. —comenta Carter—. Otra vez

Me acerco a ella y escucho una voz suave.

¿Has vuelto, maestro? —pregunta la espada—. Llevo mucho tiempo esperando.

¿Por qué estoy llorando? Es como si dentro de mi esa voz me trajera una calma inmensa. Me acerco a esta y escucho a mi hermano llamarme, pero Dana lo detiene. Flashbacks de mí sosteniendo esa espada hace muchos años vienen a mi mente. Corona ... Mesa ... Armaduras ... Reencuentros.

«Volveré pronto, Excalibur...»

—¡Hola Excalibur! —le saludo.

La sostengo entre mis manos y la espada sale como si nada. Su filo brilla ante la luz de la luna; las voces que cantaban lo hacen alegremente, hasta Dana se le une. Por arte de magia, mi ropa se transforma en un traje más cómodo y un estuche para espada. Magnus me hace una reverencia y mi hermano lo ve confundido.

De pronto, una aplausos se empiezan a escuchar. Las voces se callan y el bosque se torna oscuro.

—Todos arrodíllense a la nueva reina de Inglaterra, Sadie Kane. Heredera del Rey Arturo, desde su espada hasta su alma. —dice una voz que me resulta familiar. Alzó la mirada y veo a Setne en la entrada del bosque; pero ya era el moribundo de siempre, sino como debió ser hace muchos años—. Deberían contratar unas mejores guardianas. Esas cazadoras no son nada sin su diosa.

Sus manos estaban cubiertas de sangre, pero no era de él. Tenía una flecha en el tobillo, que se quitó y destruyó como si nada.

—¿Qué les hiciste? —pregunto.

Setne sonríe, saca la Kopesh de Carter y se la tira. Mi hermano la sostiene en sus brazos, observando las nuevas marcas que tenía. La líder lucho con ella.

—¿Nunca les enseñaron que sus armas mágicas no se regalan? —nos regaña—. Ya qué. Cuando creemos un nuevo mundo, yo, como nuevo amo supremo de los magos egipcios, les enseñaré bien a mis nuevos lacayos.

Maestra —me llama la espada, pero parece que solo yo puedo escucharla—. Setne es muy poderoso y no hemos despertado del todo. Debe retirarse.

Tiene razón, Sadie.

«¿Isis? ¿Eres tú?»

Sin respuesta. Tal vez le quedaba poco poder y esas fueron sus últimas palabras.

—Es un gusto por fin conocerla, Dama del Lago —comenta Setne—. Escuché que había desaparecido. Me alegra que no haya sido así. Verá, Alabaster y yo le tenemos una oferta.

—¡Jamás! —Magnus azota contra Setne con la Kopesh de Carter. Mientras que mi hermano le agarra de las piernas. Sangre se desliza por la mejilla de Setne.

—Debí matarte cuando pude. —Setne lanza un hechizo contra Magnus y este cae inconsciente; el dios no tarda en patear a mi hermano en la cara.

—¡Magus! —grita Dana.

—Dame la espada y a Dana, Sadie. —Setne me ofrece—. Y le diré a Alabaster que deje a sus aprendices en paz. Podrán ser parte de nuestro nuevo mundo. No tiene que ser hoy. Te daré unos días, pero no muchos. Mira, una amiga mía viene desde la Luna para destruir al ejército de su hermano. Dice que llegará el próximo lunes. Espero que, para entonces, ya entiendas que esto es por su bien.

Setne se da la vuelta y vuelve a la oscuridad del bosque.

—Antes de irme... —Saca una carta de su manga y vuela hasta mi mano. Es la Mitocard de Anubis—. Ya no sirve, pero te la dejo como recuerdo de tu amado.

Setene desaparece y Dana socorre a los chicos. Con un poco de magia vuelven a la conciencia, pero yo solo puedo mirar la carta. Es holográfica, entonces se puede ver a Anubis en forma divina y humana. Si la hubiera tenido antes, lo podría salvar. Pero Setne tiene razón; ya no hay magia en esta carta.

Maestra, cláveme en la carta —dice Excalibur—. No tema, ya lo hemos hecho antes.

Coloco la carta en el suelo y, empuñando a Excalibur, apuñaló la carta. En lugar de romperse, el filo toca la carta y una luz verde sale de esta. ¡Se está descontaminando! Siento cómo vuelve la magia a la carta y ya la luz toma los colores del arcoíris. Excalibur no es una espada para combatir; es la espada que destruye al Caos.

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