Un culto y una ciudad fantasma. A Nico le encantaría estar aquí. -Percy

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El chico cara de caballo cayó al suelo con mi puñetazo; misteriosamente, no se le cayó la máscara. Viéndolo bien, noté que podía tener unos 14 años. Vestía una túnica rara junto a la máscara, también tenía puestos unos guantes negros, así que no podía ver su piel en ningún sentido.

—Ay, eso me dolió —dijo el chico—. ¿Así agradeces a tu salvador?

Era tan extraño ver la máscara de caballo a la cual le salía una voz y se movía para los lados. Miren, yo hablo con caballos pero los ojos sin vida de esa cosa me ponía los pelos de puntas.

—Creo que es mi culpa por no presentarme. Aunque técnicamente no puedo...

El chico siguió hablando de tonterías, así que me puse a analizar el lugar donde estábamos. Era un cuarto sin iluminación natural, ninguna ventana, solo lámparas. Estaba acostado en una pequeña cama individual junto a ella había una pequeña escritora y una biblioteca. El lugar era tan pequeño y las paredes tan extrañas que sentía que estaba bajo tierra o en una cueva.

—Solo dime tu nombre —le digo al chico.

—Ah sí, mira...—Está muy nervioso—. Llamame Equus.

—Pero Equus no es tu nombre, ¿verdad?

—No, es que no te puedo decir mi nombre ni mi identidad ya que soy un sacerdote de Plutón.

—¿Un qué?

—Ustedes, los semidioses, creen que los dioses del inframundo pueden sobrevivir sin ser alabados y mantener el orden en sus templos.

—Los dioses del inframundo no tienen templos, solo Perséfone.

Los griegos y los romanos le tenían mucho miedo al inframundo. A Hades, en general, muchas veces lo nombran con apodos para no llamar su atención. Y si alguien lo hacía tenías que golpear tres veces para distraerlo. Son creencias tontas, pero por esto es que en los campamentos nunca había mucha presencia de ellos.
—Mira, tengo que irme. Mi familia debe estar esperándome.

Agarró mi chaqueta y caminó afuera del lugar. Equus va detrás mío y trata de detenerme. Al salir encuentro túneles de roca que solo tienen antorchas de luz azul dando un toque sombrío al lugar. Otras personas con el mismo traje de Equus caminan por este, silenciosamente. El único cambio es que son más adultos y sus máscaras son más extrañas. Equus me jala de vuelta a su habitación.

—¿Dónde estamos?

—En la ciudad subterránea, debajo de Nueva Roma. Aquí todos somos ciudadanos romanos, pero servimos a los dioses del inframundo. Así que adoptamos dos identidades. Puede que ya me conozcas como un civil, pero ahora me conoces como Equus. Nadie puede saber que estás aquí y que conoces este lugar.
—¿Por qué me trajiste? ¿Dónde están todos?

—Estaba volviendo de mis rituales de nigromancia, cuando escuche una melodía.

—¿Un violín?

—Sí. Me hipnotizó y salí a la superficie con mi traje. Ahí te vi desmayado en una de las nuevas estatuas del campamento. Sin nadie alrededor. La ciudad está vacía.

¿Annabeth? ¿Mamá?

—¡Mientes! -dije furioso-. Fuiste tú el que me hipnotizó.

—Ya quisiera yo saber tocar el violín. No hubiera tenido que volverme aprendiz de nigromante.

Equus hablaba en tono sincero y juguetón. Yo no le daba miedo, más bien parece que nada le afectaba. Al final de cuentas, estaba trabajando para el inframundo y Nico me ha enseñado que las profundidades te pueden cambiar por completo. O al menos era un buen actor. Por más que sea un niño, no puedo confiar en él. No hasta que encuentre a Annabeth y a mi familia.

—Mira, yo te encontré dormido en la estatua y me dio mucho miedo que no haya nadie alrededor, así que te traje aquí sin que nadie nos viera. Pesas mucho.

—¿No sabes nada de lo que pasó en la superficie?

—Dicen los ancianos que empezó un terremoto y luego una onda chocó contra la tierra. Al parecer destruyó muchas reliquias sagradas de Plutón y eso es mal augurio. Varios han vuelto a subir y confirman lo que yo observé: No hay nadie en la ciudad.

—Tengo que subir e investigar. —Le agarró de los hombros, aquí noto que es un chico musculoso a pesar de ser bajo—. Debes ayudarme a salir de aquí.
-Está bien, pero nadie puede verte ni saber quién eres. -Me da una bolsa con una túnica, guantes y una máscara de Shrek-. Además, jura que nunca dirás nada del culto ni de que me viste.

—¿Shrek? —me preguntó-. ¿No había otra?

—Las demás mi mamá las puso a lavar. ¡Ahora jura!

—Lo juro por la laguna estigia.

Me puse el traje que me había dado Equus y juntos nos fuimos por el túnel. Nos encontramos con otras personas (con máscaras más bonitas), pero nos ignoraban. Todo aquí parecía túneles y túneles con puertas. No sé como Equus no se pierde; tal vez es parte de sus poderes. Después de un largo rato, llegamos a una sala que conducía a otros pasillos y a unas escaleras hacia arriba donde se podía ver la luz de luna filtrándose.

Equus revisó que nadie viniera y corrimos hacia arriba. Las escaleras eran iguales de largas que los pasillos. Noté que mi condición física había bajado desde que entré a la universidad. El aprendiz de nigromante subía como si nada, claro es cinco o seis años menor que yo.

—¡Apúrate, semidiós! —me grita Equus.

Llegamos hasta la escotilla donde estaba filtrando la luz lunar. Equus toma una llave muy bonita y detallada, la coloca en una cerradura y esta se abre. Salimos justo en los bosques que rodean al Campamento Júpiter. La escotilla está cubierta de maleza, si estuvieras caminando no la notarías ni un poco. Me quito la máscara de Shrek y respiro el aire puro. Equus cierra la escotilla con su llave y se quita los guantes, pero no la máscara.

Notó que el bosque se siente extraño, antes estaba repleto de faunos y ninfas. Ahora está totalmente vacío, a excepción de algunos animales. Camino hacía la ciudad esperando que llegue Término a detenerme, pero nadie lo hace. Entro como si nada y me encontré todo vacío. Nueva Roma, el lugar que estaba lleno de vida, se encontraba como una ciudad fantasmas.

—¡Annabeth! —grito.

El eco de mi voz resuena por todo el lugar. Traté un par de veces más, pero nadie respondió. Hasta que veo algo moverse en un basurero. ¿Un monstruo? Equus se acerca y ve lo que ocurre.

—¿Semidiós? —El niño se escondió detrás de mí.

—Quédate detrás de mí. —Saco a Contracorriente—. ¡Hey!

El basurero deja de moverse y unos ojos amarillos salen a vernos. Los monstruos se acercan más y la espada los ilumina. Son como unos duendes muy pequeños cubiertos de joyería dorada por todo el cuerpo. Unos dientes filosos cubiertos de saliva. Parecían perros chiquitos, pero rabiosos. Hablan en un idioma que no entiendo, pero parece ser rugido más que otra cosa. Uno de ellos lanza una orden y todos se abalanzan contra mí. Trato de atacarlos, pero mi espada solo los atraviesa como niebla.

—¡Semidiós! —Equus trata de quitarlos de encima con una escoba.

El bronce celestial no les afecta y además nunca los había visto en mi vida. Siento como uno muerde mi pierna, pero logró patearlo.

—¡Yo te invoco, Kira! —grita Equus.

Una luz morada hace retroceder a los duendes y un caballo hecho de sombras parece con unos ojos amarillos que ilumina todo.

—Ataca a esas cosas. —El caballo relincha y ataca

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