Las Tres Hijas de Valyria.

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¡Buenas!

Demos continuación a la aventura en la que Harry/Aryan se embarco en el anterior cap.

Espero disfruten.

-X-

Harry XIV.

No grito en ningún momento.

Mirase hacia donde mirase, Harry veía ojos. La multitud parecía compuesta de hombres y mujeres a partes iguales, y algunos llevaban niños a hombros. Mendigos, ladrones, taberneros, comerciantes, curtidores, mozos de cuadra, titiriteros, prostitutas y todos los desechos de la ciudad habían acudido para presenciar la humillación de aquel señor de los Reinos del Ocaso.

Y cada vez que el látigo descendía sobre la espalda de Harry, unos cuantos en la multitud soltaban gritos de alegría.

Pero la mayoría permanecía en silencio.

Cien lanceros a caballo iban a su izquierda, y otros cien, a su derecha, mientras lo escoltaban hacía el Palacio del Comercio, sede del consejo de magistrados, y tras suyo tenía otros dos jinetes, que se turnaban con el látigo. La vista de Harry estaba fija en el palacio, al fondo del camino. Sus abanderados habían sido llevados allí, y como le habían prometido, los nobles y magistrados esperarían allí para decidir sobre su destino, por atreverse a faltarles el respeto en público

A medio camino, entre una hermosa plaza de mármol, Harry casi tropieza por primera vez cuando los dos látigos descendieron en simultaneo sobre su lastimada espalda. Su sangre salpico las calles de Lys, tan blancas como las nieves del Norte. Los adoquines irregulares estaban agrietados, eran resbaladizos y le laceraban los pies. Pisó con el talón algo afilado, tal vez un guijarro o un trozo de loza, e hizo una mueca.

Pero no grito.

«Soy un Stark, sangre de los Primeros Hombres, Señor de Invernalia, y no me verán humillado».

Casi estaba ya en el Palacio del Comercio, ubicado sobre una alta colina, y comenzó a subir las interminables escaleras de mármol. Allí, los gritos e insultos eran más enconados. Los ricos comerciantes estaban ubicados en ambos lados de la escalinata. Los rostros que la miraban burlones desde detrás de los escudos y las lanzas de los lanceros montados le parecieron deformes, monstruosos, repulsivos. Se burlaban de él en su lengua, hacían chancas sobre los salvajes ponienties y hablaban de las riquezas valyrias que obtendrían aquella noche.

«Son unos tontos-En aquel momento, cuando azuzaron el látigo contra él, perdió el equilibrio y cayó sobre la escalera. El borde de un escalón le rompió la frente; un fino hilillo de sangre descendió entre sus ojos, hasta su mentón y luego al suelo-. No pueden creer enserio que los magistrados compartirán algo de las riquezas de Valyria con ellos».

Se puso de pie con toda su dignidad, con una fría indiferencia y siguió avanzando. Los latigazos habían destrozado su ropa hasta volverla jirones, de manera que iba casi desnudo. La piel de la espalda la tenía al rojo vivo y se le caía por tiras, desde el cuello a las nalgas. Sus pies parecían masas amorfas y sangrantes. Hasta su rostro había pagado el precio.

Pero nunca grito.

La sala de audiencias estaba en el centro del palacio, era una estancia de techos altos llena de ecos, con paredes de mármol violáceo y esplendidos mosaicos de mil colores. Los magistrados se ubicaban en ocho sillas de madera dorada, inmensos tronos envueltos en sedas, terciopelos y cojines con plumas. La nobleza de Lys estaba dispersa por toda la sala, entre las columnas, envueltas en velos de sombras, e intercambiaban burlas discretas entre ellos.

Con otro latigazo lo obligaron a ponerse de rodillas. Eso le daba igual en aquel momento.

Los ojos de Harry estaban fijos en las grandes lámparas de aceite que colgaban de las paredes, cada una con suficiente aceite inflamable para arder días y noches enteros. «Que así sea».

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora