Los Brujos de Qarth.

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¡Buenas! Estoy en recha, porque realmente deseo cerrar los capitulos en Esso para regresar a los Siete Reinos. Mañana subo el ultimo de este arco.

Es, de lejos, el cap más largo que he escrito hasta ahora.

Espero les guste.

-X-

Harry XVII.

La marcha por el Desierto Rojo resulto extremadamente dura.

Viajaban de noche, y durante el día se refugiaban del sol en amplios pabellones. Como advirtió Benerro, aquella tierra no era generosa en ningún aspecto. Habían traído suficiente forraje, agua y cereales para tres lunas enteras pero las hordas de Harry eran inmensas, devoradoras voraces de comida.

Sus monturas subsistían a base de la escasa gramilla reseca que crecía al pie de las rocas y de los árboles muertos, o del trigo sarraceno y cebada. Los exploradores de Harry no encontraban nada por delante, más que charcas de agua estancada y putrefacta que se evaporaba bajo el sol ardiente. Cuanto más se adentraban en el Desierto Rojo, más pequeñas se hacían las charcas y más distancia había entre ellas. Si en aquel desierto de piedra, arena y barro rojo sin caminos había dioses, eran dioses duros y secos, sordos a cualquier plegaria que suplicara lluvia.

«Pero los dioses del Norte son igual de duros a su manera». Aryan no se dejó intimidar.

Los primeros en morir fueron caballos: los más débiles, los que servían como animales de tiro. Luego, unos bueyes. El primer hombre que murió lo hizo cuando llevaban cinco días atravesando el desierto pero no por hambre, deshidratación o insolación, sino por decreto de Harry. Había tratado de robar un jamón de las caravanas de suministros, pese al estricto racionamiento, de manera que fue decapitado.

Honor y Canuto se dieron un festín con su carne. Eran los únicos que se permitían semejante lujo, porque hasta entre los señores había frugalidad en las comidas. Incluso Harry comía lo mismo que el más humilde de sus soldados.

Lo primero en acabarse fue el vino, y poco después el hidromiel y la cerveza. Luego se agotaron sus provisiones de carne seca. Se produjeron muertes tras muertes. Los débiles, los enfermos, los estúpidos, los incautos... la tierra cruel se los llevaba a todos pero no era ni el hambre ni la sed, sino el sol lo que los arrancaba del mundo de los vivos.

No vieron más viajeros. Unos cuantos de sus hombres murmuraban pero la mayoría tenía confianza en él. Era Aryan Stark, Rompedor de Cadenas, Martillo de los Dothrakis y Rey de las Ciudades Libres. Había ganado batalla tras batalla usando estrategias poco convencionales, casi todas descabelladas, pero con éxito seguro.

«Esta vez esperan lo mismo y lo hare... Pero me temo que muchos no vivirán para verlo».

-Si seguimos a este ritmo, habré perdido tantos soldados ante el sol como ante los esclavistas-declaro Aryan con amargura.

Balaq la Sombra no dijo nada. Nunca decía nada.

Había sido un regalo del Sumo Sacerdote Benerro, y hasta los momentos, no tenía quejas contra él.

-Le deseo mucha suerte en las próximas batallas por venir, mi señor-dijo Benerro cuando se disponía a partir de Volantis. La Viuda del Puerto había sido nombrada Señora Regente en su ausencia-. Le aguarda la victoria: lo he visto en mis fuegos una y otra vez. Por favor, cuídese de los Brujos. Y de las copas de vino.

Aryan frunció el ceño.

-¿A qué se refiere?

Pero lo intuía. Tratarían de asesinarlo con veneno, o hechicería, porque en el campo de batalla aun no conocía derrota alguna.

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora