Los Grises y los Naranjas.

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Buenaaaaaaas.

Aquí estamos con otro cap, igual super corto, como ya les había dicho. Los siguientes si serán normales.

-X-

Harry XXXII.

Había ocasiones, muchas, a decir verdad, en que Harry Potter se debatía entre las ventajas y las desventajas de ser de una Casa noble. Sí, seguro que tenía más comodidades que nadie, una educación esplendida, mucho dinero y más poder del que podría haber soñado, pero soportar otra noche de banquetes con sonrisas falsas, comentarios hipócritas y cortesías fingidas le parecía demasiado.

Por supuesto que habría un último banquete para despedir a la Reina y a los Príncipes, que partían a Invernalia. Sí alguien recordaba que la partida se debía a un exilio, hacían bien en no mencionarlo en voz alta.

El sabor dulce y afrutado del vino veraniego le impregnó la boca y dibujó una sonrisa en sus labios. Solo con un poco de vino estaba sobrellevando aquella noche. No probó ni un solo bocado de su comida.

Corría la primera hora del banquete cuando el rey Rhaegar se puso de pie. Harry casi lo agradeció, porque los bardos ya habían cantado en siete ocasiones Fuego y Hielo, quizá creyendo que con ellos adularían a los Stark pero la verdad es que solo lograban fastidiarlo.

-Traigan las espadas-ordeno el rey.

Harry se inclinó sobre su asiento en el estrado bajo, rodeado por sus hermanos, hijos y sobrinos. Ser Oswell Whent y Ser Arthur Dayne llevaron dos espadas ante el rey: unas espadas que él conocía bien. La reina Rhaella, Jon Arryn, Varys y Pycelle observaban en silencio. Viserys Targaryen apretaba un puño. Los ojos de la reina Lyanna estaban cerrados, pero Harry sabía que no se perdía detalle de nada de lo que sucedía. Vio a las damas, a los señores, a los criados, caballeros, todos fijos en las espadas.

-Príncipe Aegon, Príncipe Aemon, mis hijos-dijo Rhaegar-. Vengan.

Los dos príncipes estaban sentados en el estrado, de manera que se levantaron, caminaron hacia el centro del salón e hincaron sus rodillas frente a su padre. Aegon tenía ocho, y Aemon, siete, y pese a que se querían bastante y se parecían mucho el uno al otro, eran diferentes a más no poder: Aegon era encantador, impaciente, con un gran talento con las armas a su corta edad; Aemon, silencioso, calmado, más interesado en los libros que en las armas; dos príncipes, hijos de un mismo hombre pero de diferentes mujeres, en quienes quedaba depositado el futuro del reino.

Harry se fijó en el príncipe Aegon. Aquella noche era la primera vez que salía de sus aposentos después del incidente, cinco días atrás, donde había perdido dos dedos. Y al verlo en aquel momento nadie habría imaginado que algo así podría haberle sucedido, porque llevaba guantes de fieltro con relleno, que ocultaban la ausencia de los dos dedos. Encima el principito tenía una sonrisa bonachona, y se veía esplendido con aquellas ropas de terciopelo negro y rojo, con aquella diadema de oro con rubíes.

«Es un príncipe encantador, nuestro futuro rey».

Las dos capas blancas dejaron las espadas a los pies del rey. Las dos reposaban en cajas forradas en fieltro negro, acero valyrio con ondulaciones negras y rojas, relucientes a la luz de las velas. Canción Verdadera, que esgrimía Rhaegar I, y Azote, que había sido del Rey Loco.

-Un regalo para mis hijos-anunció Rhaegar-, ahora que tienen edad para empezar una verdadera instrucción marcial y se marchan lejos.

«Dos espadas para los dos príncipes del rey». Sin duda era un bonito gesto de un padre hacía sus hijos, pero dependiendo de cuál espada le tocase a cada príncipe, podría haber una catástrofe o no.

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora