El dragón y el sol.

875 109 23
                                    

Como ya les había dicho, tenía el capitulo siguiente listo, así que aquí esta. Primera perspectiva de Lyanna, y se ambienta en el año 280 DC.

-X-

Lyanna I.

La mañana de la boda sus doncellas la despertaron temprano para prepararla. Le arreglaron las uñas y le cepillaron le realizaron un intrincado peinado con trenzas. Escogió una agradable fragancia que olía como las rosas del invierno, sus favoritas, como perfume.

Su vestido era de brocado color blanco con hilo de plata y forro de seda plateada. Las puntas de las largas y amplísimas mangas casi tocaban el suelo cuando bajaba los brazos. El escote del corpiño le llegaba casi hasta el vientre, y estaba recubierto con un ornamentado encaje myriense gris paloma. La falda era larga y amplia, con diminutos copos de nieve dibujados con diamantes aún más pequeños, y tenía la cintura tan apretada que Lyanna tuvo que contener la respiración mientras le hacían las lazadas. También le llevaron calzado nuevo: unas zapatillas de suave piel de gamuza gris que le abrazaban los pies como amantes.

«Azul, gris, blanco, plata...», Lyanna se miró en el espejo. La cara que le regresaba la mirada no era la de una niña. Lyanna Stark tenía solo trece años, sí, pero ya había florecidos unas lunas atrás, de manera que ahora era una mujer. «Los colores del Norte y de los Stark».

-Tendrá un busto maravilloso, mi señora-le aseguro Brella, la mayor de sus doncellas, que había servido a la madre de sus hermanos, lady Lyarra-. Un vestido como este le favorece mucho ese aspecto.

Lyanna resoplo tan educadamente como le fue posible pero no respondió. En el barco que la trajo de Puerto Blanco, el Sueño Alegre, los mozos y remeros la miraban fijamente... Hasta que ella desafió a uno a una pelea, y lo humillo una docena de veces. Los demás tomaron nota de eso y nadie más le vio el pecho. Pero en Desembarco del Rey era diferente: hasta los adultos se la quedaban viendo.

«Eres una Stark de Invernalia», le había escrito Aryan en su última carta, donde le ordenaba asistir a la boda real en representación suya. «Te comportaras como corresponde a una dama de tu alta cuna. Júralo». Lyanna lo juro. No tenía planeado decepcionar a su hermano, a su campeón, que había hecho tanto por ella, así que cada vez que algún hombre le daba alguna mirada indebida, o hacía comentarios inapropiados, pensaba en Aryan, y se mordía la lengua.

Lo extrañaba mucho. Quería contarle todas las cosas que había hecho en la Isla del Oso, y mostrarle que tanto había avanzado con la espada, y que le sonriera. Quería que le revolviera el pelo y la llamara «hermanita», y que los dos acabaran las frases al unísono. Siempre la llevaba cuando salía a cabalgar, o visitaba a este o aquel señor, o cuando inspeccionaba algún proyecto en alguna tierra.

«Se fue, muy lejos, y me dejo como la Stark de Invernalia». Porque, aunque Ben era el varón, Lyanna era la mayor, y para lord Aryan había sido simple decidir quién se sentaría en su asiento mientras estuviese ausente.

También extrañaba a Bran y a Ned, e incluso a Ben, a quien había visto hacía poco.

Pero no podía evitarlo, pues el Sur se le antojaba como una tierra rara y odiosa. Los sureños decían que había llegado el invierno pero los sureños no sabían nada del invierno. En los quince días que llevaba allí no había nevado ni una sola vez, oscurecía bastante tarde y hacía demasiado calor. Hasta las bebidas se calentaban si las dejaba mucho tiempo.

Cuando Lyanna dejo Puerto Blanco, llevaba tres días y tres noches nevando en la ciudad. «Eso es el invierno».

Volvió junto a la ventana, y miró abajo, hacia el patio. Lyanna trepaba bastante bien. Podría salir por la ventana, bajar de la torre y escapar un rato, quizá divertirse un poco entre las calles de la capital. Podría llevar a Princesa consigo.

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora