El capitán y su dama.

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Buenas.

Les recuerdo que hemos avanzado seis años. Ahora estamos en 298.

-X-

Joanna IV.

El sol estaba saliendo; la luz del sol se filtraba por las ventanas, entre los gruesos cortinajes de terciopelo, apenas destellos en aquel momento.

Siempre amanecía demasiado pronto.

Joanna llevaba varias horas despierta. Sus ojos siempre estuvieron fijos en las ventanas, esperando el inevitable amanecer. A veces deseaba ser una diosa y poder prolongar la noche por siempre.

«Solo en las noches me atrevo a amarlo-pensó Joanna, y desvió su vista de la ventana, para verlo-, porque solo en las noches podemos amarnos sin temor a nada ni nadie».

Urrigon Greyjoy dormía plácidamente a su lado. Siempre se quejaba de que jamás dormía bien a menos que oliese la brisa marina. «Soy un isleño, y nosotros no estamos hechos para estar lejos del mar», aseguraba. Pero cuando se acostaba a su lado, siempre dormía tranquilo. Unas lunas atrás, Joanna le había preguntado sí al fin, tras tantos años en el Norte, en Invernalia, se había acostumbrado a la ausencia del mar, y su respuesta la había hecho sonrojar. «Es tu presencia, mi señora, la de una bella sirena, la que me deja dormir en calma cada noche».

Joanna le pasó la mano por la espalda, a lo largo de la columna. Tenía la piel lisa, lampiña.

«Su piel es seda y satén.» Urrigon era veterano de la Guerra de los Cinco Reyes y la Rebelión de Norvos, había marchado junto a los Stark cuando defendieron las pretensiones de Lady Catelyn y estuvo en primera línea cuando una flota norteña cayó sobre las Tres Hermanas. Y, aun así, Joanna jamás había encontrado cicatriz alguna en su pálido cuerpo.

Esa hazaña ni lord Aryan Stark la podía presumir.

«Estoy condenada-dijo Joanna. No era la primera vez que lo pensaba. Jamás había imaginado que el enamoramiento de una niña pudiese terminar en algo, y sin embargo, allí estaban, y aun así, estaban condenados a no tener nada-. Solo te amare en las noches».

Joanna rodeó a su capitán con los brazos, se apretó contra su espalda y se empapó de su fragancia, saboreando el calor de su carne, la sensación de esa piel contra la suya.

Le dejo un beso en la mandíbula.

-Joanna...-murmuro él, adormilado. Era bastante perezoso al despertar.

-Pronto amanecerá-dijo ella.

Él aún tenía los ojos cerrados, pero Joanna lo sintió tensarse.

-Lo sé, lo sé-Urrigon se incorporó de golpe y se sentó en la cama-. Me marchare ya, así nadie me vera saliendo.

A Joanna no le importaba si alguien lo veía saliendo o no de sus aposentos. Tras un año de encuentros fortuitos y apasionados, todo el Norte sabía de ellos.»

-Quédate un poco más. Te lo ordeno.

-Eres una mujer cruel, Joanna.

-¿Yo cruel?

-Sabes lo que quiero, pero solo me das migadas.

Se inclinó para rozarle el rostro.

-No es posible que tú y yo nos casemos.

-Una mujer cruel-se río-, como dije.

-Sabes que hay razones. Sí yo...

-Sí voy con tu padre y le pido tu mano-interrumpió Urrigon-, ¿accederá?

-Tal vez.

«Ojalá pudiese tomarte como mi consorte». Pero, aunque lord Stark accediese a tal enlace (Y Joanna aún tenía muchas dudas tanto por la cuna como por la edad de Urrigon), los norteños jamás lo aceptarían. El Norte y las Islas del Hierro tenían cinco mil años de riñas, sangre y conflictos entre sí, y más recientemente, la Guerra de los Cinco Reyes había avivado los rencores entre ambos pueblos. Urrigon era respetado, en cierta forma, porque había servido a lord Aryan con lealtad y constancia los últimos dieciséis años... Pero eso no lo hacía digno de la mano de su hija y heredera, a decir de muchos. «Ojalá pudiese desposarte sin temor a las consecuencias».

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora